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Don Mariano cabalga de nuevo

Todos los años, por San Isidro, vienen los rejoneadores a Las Ventas, a veces dos tardes, como este año, y el acontecimiento da ocasión a Don Mariano a pegarse unas cabalgadas por la esplanada de la plaza, con gran admiración de sus amigos y seguidores. También da ocasión al público de maravillarse con lo bien que monta la gente a caballo, y a la afición seria, responsable y docta, de comentar: "¡Qué bueno es Vidrié!". Madrid se enmarca en una civilización urbana, para la que es gozo reencontrar el campo, aunque sea un reencuentro-referencial, como en las "corridas de rejoneo". Los rejoneadores son los embajadores del campo, que cabalgan a su sabor por el ruedo, ayer embarrado, y disfrutan más que hacen disfrutar con sus quiebros y caracoleos.

Plaza de Las Ventas

1 de junio. Decimonovena corrida de feria.Toros despuntados, para rejones, de Fermín Bohórquez, que dieron juego. Rafael Peralta. Dos pasadas sin clavar y rejón desprendido (petición y dos vueltas). Manuel Vidrié. Rejón bajo, otro en lo alto y, pie a tierra, un descabello (ovación y saludos). Curro Bedoya. Rejón delantero bajo (ovación y saludos). Antonio Ignacio Vargas. Rejón bajo enhebrado y, pie a tierra, estocada atravesada que asoma (ovación y salida al tercio). Por colleras: Vidrié-Bedoya, oreja. Peralta-Vargas, petición y vuelta.

La gente se extasía, más que de otra cosa, de que sepan montar a caballo. Realmente, es un ejercicio complicado, que tiene su arte. IncIuso es un ejercicio inverosímil si el que monta lo hace como Rafael Peralta ayer; las manos por Ubre, girando la cintura atrás, a un lado, ahora me tumbo, mientras la jaca galopa y corta el viento caminito de Jerez. Sólo por eso el público le habría dado las dos orejas y el preside tuvo la osadía de no darle ninguna, qué hombre este. 0 si- quiebra con tan impecable método como Manuel Vidrié, rejoneador de técnica depurada; o si templa campero y gallardo cual Antonio Ignacio Vargas, en esta corrida muy auténtico en su toreo; o si reúne valeroso, al estilo de Curro Bedoya. Todo cuanto hagan caballo y jinete en una plaza de toros urbana asombra al graderío, personal de asfalto, y si los cuadrúpedos piafan -que piafan a todas horas- se llena de estupor.

Mientras tanto, al toro que le vayan dando. El toro, en la corrida de rejones, es sólo la excusa para que los rejoneadores luzcan su monta, colchón pneumático donde todo hierro punzante tiene su acomodo, y por esta razón le prenden un bosque de farpas y rehiletes. El toro, en la corrida de rejones, vilmente mutilada la noble cornamenta, símbolo fundamental de su poderío, no es nadie, y está predestinado a morir sin gloria, a embestir sin esperanza, porque el, caballo siempre será más veloz; a ser burlado por los caracoleos de dos seres más ágiles, inteligentes y arcangélicos, que hasta llegan a ser cuatro, cuando se produce ese intolerable abuso de poder que se denomina rejoneo por colleras.

El toro es el malo, en contraste con las corridas Ramadas "de lidia ordinaria" donde frecuentemente es "el bueno" y en cualquier caso comparte el máximo protagonismo de la fiesta., En las corridas de rejoneo, por el contrario, el público es partidaria del caballo siempre y el toro no le puede ni rozar, pues si le alcanza, aunque sea con el aire del pitón, un grito de terror llena el ámbito y además el rejoneador se la carga.

El-púllico de las corridas de rejoneo renuncia al análisis crítico del espectáculo -¿qué análisis, ni que crítica, si va a divertirse, y divertirse es aplaudir?- aunque no así los aficionados, que siempre tienen algo que alegar; para eso son aficionados. Entre estos hay sectores de sofisticada pureza que proclaman su erudición extrema sentenciando: "El bueno es Vidrié". Quien proclama "El bueno es Vidrié", ese ya tiene garantizada de por vida su patente de sabio en tauromaquia. ecuestre. Pero eso es en Madrid. En otras plazas, urbanas o rústicas, la afición admite posibilidades distintas.

Don Mariano, aficionado senecto que en el toreo de salón es una verdadera figura, aún no ha caído en la cuenta de que el bueno es Vidrié y cuando termina la corrida de rejoneo la cuenta entera, a lo vivo, como hace siempre. Los amigos le rodean y todos sienten una admiración sincera por su arte. Ahora bien, en las corridas de rejoneo no pueden rodearle pues Don Mariano, para reencarnar fielmente las escenas de la tarde, necesita espacio -toda la esplanada de Las Ventas necesita- sale al galope dirección Alcalá, traza una amplia curva por la explanada girando en torno al monumento a Fleming, gana ceñido la cara del imaginario toro y le pega el rejonazo en lo alto, ¡toma yaaa!

Luego vuelve majestuoso, cabalgando a dos pistas, y cuando llega donde le esperan sus amigos, se para a cierta distancia y piafa ante ellos un rato. Los amigos le aplauden, transidos de emoción. As¡ hasta que cierra la noche, y cuando cada cual regresa a casa a cenar, se le escapa un trotecillo, y se da azotes en las nalgas, para aligerar el tranco. A Don Marianq, los días de corrida de rejoneo, le prepara su santa esposa un pediluvio, pues ya sabe que cabalga. Ayer le preparó también un ponche, pues con lo que diluvió, el hombre estaba a remojo, y le había entrado la tos. Don Mariano es un mártir de la fiesta.

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