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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Ceuta y Melilla

Cuando se escribe con un afán constructivo, con expresiones y términos claros (me refiero al artículo publicado en la sección Tribuna Libre de fecha 11 de mayo), tal iniciativa debe ser comprendida y respetada. La acritud desaforada, sin embargo, sólo puede ser fruto de la ignorancia o la incomprensión, pero nunca se deberá a la voluntad de entendimiento para solucionar problemas humanos.Por esta razón felicito a don Aomar Mohammeddi Duddu, firmante del titulado Legalizar Melilla, y, por esta misma razón, me parece tragicómica la actitud del editorial publicado con fecha 26 de mayo bajo el título Racismo español, sin firma, que consigue convertir una situación complicada en un conflicto radical. En este último artículo acaban implicando a la ciudad de Ceuta, que anteriormente no había sido mencionada. Qu¡siera, pues, replicar en lo que me compete como ceutí.

De entrada, no hay "fórmulas adecuadas" entre España y Marruecos; es clara la raíz de arribas ciudades, españolas, con poblaciones exclusivamente cristianas,desde hace siglos, tienen costumbres forjadas a la par que el resto de España, y concretamente similares a las de toda Andalucía.

La instalación de personas de otras religiones no católicas es moderna, y, sin embargo, el proceso actual va más allá del lógico transvase poblacional entre países vecinos. Esta emigración se produce por un proceso tan lógico como el que se dio en España durante la época franquista hacia otros países europeos. El nuestro es ahora un país desarrollado, y puede ofrecer (desde luego, tal y como son las cosas en Melilla y Ceuta, no) la calidad de vida y los puestos de trabajo que no obtendrían estas mismas personas en el duro ambiente rural marroquí. La solución lógica del vecino yeblía o rifeño es hacer nacer a sus hijos en Melilla o Ceuta, para tener así, al menos, la opción rápida y salir del Tercer Mundo. También acaban aquí aquellos que no tienen siquiera el dinero del viaje a Alemania. En definitiva, la nacionalidad buscada y de este modo tristemente obtenida suele ser de conveniencia, excepto, claro, los menos.

La concesión indiscriminada de la nacionalidad provocaría a plazo largo no sólo la pérdida de nuestra identidad real como ciudades españolas, sino que produciría además la continua filtración de personas escasamente cualificadas, que crearían (involuntariamente) análogos barrios lumpen como la Cañada de la Muerte y Príncipe Alfonso, no sólo en las ciudades industriales de la Península, sino en las escalas de Málaga y Algeciras. La adopción de medidas de control tomadas por el Gobierno es la acción consecuente que también adoptan otras naciones en similares circunstancias.

El problema, sin embargo, consiste en la coexistencia de dos realidades, indiferentes la una para la otra, compuesta la primera por el viejo núcleo provinciano portador de herencias directamente legadas por la tradición histórica española, encerrado en el caparazón de lo que fue, y la del personal inmigrado, de costumbres también añejas (por tanto, valiosas), pero foráneas. Ambas están determinadas por la ausencia de una síntesis, que se plantea dificil y que se agrava por factores de nivel de vida y estratificación social, como las que en menor escala se producen en ciertas ciudades y pueblos receptores de emigración en Euskadi y Cataluña. La falta de actividad industrial y formativa conduce a un masivo desempleo de esta colectividad obrera, y los jóvenes tienen que optar por el ocio y la delincuencia, lo que conduce a identificar al musulmán con el hampa por parte de los demás ciudadanos.

Por otro lado, la mentalidad que la minoría islámica aporta, con escasas y valiosas excepciones, se limita a un fanatismo y una caducidad propia de nuestros años cuarenta, único elemento que faltaba para radicalizar el ambiente. Basta decir que en un matrimonio mixto, la musulmana sería repudiada oficialmente por su familia ante notario (marroquí, claro).

Quizá estemos condenados a esta situación hasta que el Magreb sea una zona medianamente desarrollada, pero, mientras, creo sinceramente que nuestro país debería comprender que tanto Melilla como Ceuta están soportando un peso que impide su normal equiparación con las ciudades peninsulares.-

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