París y Bonn se encuentran en Constanza
EL ENCUENTRO que ha tenido lugar en las orillas del lago Constanza entre el presidente Frangois Mitterrand y el canciller Helmut Kohl reviste una importancia sustancial para el futuro de Europa. Salta a la vista que sin un acuerdo sobre cuestiones básicas entre Francia y la República Federal de Alemania (RFA) es difícil imaginar un progreso en los diversos ámbitos de la construcción europea. Esta construcción, por diversas razones, se halla actualmente en una fase decisiva: en primer lugar, nuestro ingreso, junto con el de Portugal, abre una nueva etapa en el desarrollo de la Comunidad Económica Europea (CEE); al mismo tiempo, está convocada en Milán, para finales del próximo mes de junio, una cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad que deberá estudiar nuevas medidas para avanzar hacia la construcción de la Europa política. Asimismo, la nueva estrategia definida por la Administración Reagan en materia de "defensa estratégica", la llamada guerra de las galaxias, plantea a Europa un conjunto de problemas nuevos, de enormeálcance. Y si bien Estados Unidos insiste en que la realización de estos planes se sitúa en una perspectiva de bastantes años, es obvio que exigen la adopción ahora de decisiones que comprometen el porvenir.En esta coyuntura, un desacuerdo grave había estallado, hace unas tres semanas, entre Francia y la RFA en la cumbre de Bonn. La causa fue el rechazo por parte de Mitterrand de varias propuestas del presidente Reagan que habían obtenido el apoyo total del canciller Kohl. El punto más grave de desacuerdo consistía en lo siguiente: mientras la RFA postulaba un. apoyo europeo a los planes norteamericanos de guerra de las galaxias, Francia se negaba a dar tal apoyo y proponía el llamado plan Eureka, un sistema de cooperación práctica y efectiva de los Estados europeos para desarrollar las tecnologías más avanzadas con unos objetivos no limitados a las esferas militares. El estallido público de tal desacuerdo franco-alemán occidental era en sí un hecho preocupante para Europa. La cuestión afecta además a España; nuestro país está ahora particularmente interesado en que no se oscurezca el horizonte de la construcción europea; nuestro ingreso en la CEE significa que vamos a poder participar, junto con los otros países que la constituyen, en la construcción de una Europa política susceptible de hacer frente a los nuevos retos del progreso científico y tecnológico del siglo.
La reunión de Constanza ha sido preparada con esmero; el viaje del ministro alemán occidental de Asuntos Exteriores, Genscher, a París la semana pasada ha sido sin duda una pieza clave en esa preparación. Sin embargo, conviene considerar, sobre todo, las evoluciones que se han ido perfilando en diversas capitales europeas en el curso de las últimas semanas. Con cierta rapidez, se ha superado una actitud inicial que consistía en considerar que cada país europeo debía decidir entre apoyar el plan Eureka o aceptar su incorporación a los estudios de la guerra de las galaxias. Las mismas discusiones diplomáticas han ido destacando la necesidad objetiva de una cooperación europea en las cuestiones de la tecnología de punta. El plan Eureka ha ayudado fundamentalmente a poner de relieve que si Europa, como tal, no se decide a cooperar en ese terreno, decisivo para el futuro, su propia existencia puede quedar en entredicho. Así, numerosos Gobiernos, y entre ellos el español, han manifestado un apoyo de principio al proyecto Eureka. El Gobierno británico ha modificado una actitud inicial negativa, justificada por Margaret Thatcher con la frase: "No se puede participar a la vez en dos grandes proyectos". En la propia RFA, y entre los mismos Partidos que constituyen el Gobierno Kohl, se ha ido decantando una actitud favoráble al proyecto Eureka, aunque ello no implique oposición a la estrategia galáctica de Reagan, sino más bien una prudente expectativa.
Por otra parte, en cuanto a la participación europea en la guerra de las galaxias, se han producido ciertos cambios significativos en las últimas semanas. Es evidente que el objetivo esencial del presidente Reagan era obtener, durante su reciente gira, el apoyo político de Europa para su llamada "estrategia defensiva", pero no pudo lograrlo. Después de ese fracaso, la actitud de la Administración norteamericana parece orientarse no tanto a los Gobiernos, sino directamente hacia determinadas empresas. Las declaraciones del secretario de Defensa, Weinberger, a su retorno de Bruselas son muy explícitas a eserespecto. Tal actitud contribuye a elevar más aún la necesidad de un plan específico europeo que pueda contener y frenar la amenaza de un drenaje más intenso de cerebros y la defensa del potencial europeo de desarrollo tecnológico. Sin duda permanecen las diferencias entre Bonn y París, y entre otros Gobiernos, sobre la respuesta que conviene dar a las propuestas norteamericanas. Pero tales diferencias serán menos graves si se materializa la cooperación en el sentido definido por el proyecto Eureka. Será sin duda un aspecto decisivo de la futura cumbre de Milán.
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