La distancia
JOAQUÍN VIDAL El maestro salió al encerado, cogió tiza, trazó rayas y explicó La Distancia (teorema). Al maestro le llaman los alumnos democráticamente Antoñete. El maestro es un demócrata y un liberal, y todo aquello de bueno que pueda ser un maestro, y no le importa salir al encerado y explicarles el teorema de la distancia a unos alumnos que seguramente no le harán caso jamás.
La distancia es, en este contexto, la que hay que darle al toro. La que hay que darle al toro para torear bien, se entiende, porque hay otras distancias. Por ejemplo, para torear mal, una distancia apropiada es la que le daba el Yiyo al sexto, que no era distancia ni nada, sino una impertinente aproximación al hocico, que le impedía al toro tomarse un respiro y acudir holgadamente al engaño.
Plaza de Las Ventas
18 de mayo. Quinta corrida de feria.Cuatro tors de Atanasio Fernández; quinto y sexto (éste, sobrero), de Alcurrucén, Grandes y descastados. Antoñete. Pinchazo y estocada caída perdiendo la muleta (pitos). Tres pinchazos y estocada corta caída (gran ovación y salida al tercio). Curro Vázquez. Dos pinchazos, otro hondo delantero y descabello (silencio). Cuatro pinchazos y dos descabellos (silencio). Yiyo. Pinchazo en la suerte de recibir, otro pinchazo y descabello (palmas). Dos pinchazos y bajonazo (silencio).
Hasta se duda de que el toro pueda ver el engaño cuando se le cita de tan cerca. Haga usted la prueba: póngase en función de toro y pídale a su santa esposa que le cite con el periódico, poniéndoselo en las mismísimas narices. Comprobará que no ve absolutamente nada y que, por tanto, se le quitan las ganas de embestirla pastueño.
En cuestión de distancias, Antoñete es más que maestro y por esta razón tiene subyugado al personal. Claro que algo le cuesta. En el cuarto toro casi le costó un abceso pulmonar encontrar la distancia precisa para instrumentar aquellos redondos que dió, y que allí quedaron, inmortalizados en chiribitas, que tiene ya en los ojos la aficion para sus venideras ensoñaciones de toreo caro.
Los iniciados en la ciencia de la tauromaquia coincidían en que ese cuarto toro negro como carbón por los lomos y salpicao por las bragas, era noble, y Antoñete también estaba en ello, aunque no acertaba a templarle la embestida y sufría continuos acosones al rematar los pases. En el tendido decían: "Está con la boca abierta", y no se referían al toro. Llevaría el maestro malograda su docenita de pases o más cuando salió al encerado, cogió tiza, trazó rayas y explicó La Distancia (teorema).
Si el toro está allí, y tiene esos pies, y ese tipo de casta, y el viento sopla de poniente, y la temperatura es de 20 grados, y la humedad relativa del aire del 70% y son las ocho, hay que ponerse aquí y adelantar la muleta de esta forma -¡sin exagerar, no tanto!- y ladearse ofreciendo a la agresividad del pitón medio pecho. Lo hizo el maestro. Embistió entonces el toro noble y empezó la recreación del toreo puro, que siempre maravilla. Los olés atronaban el aula magna. Tres redondos, y el de pecho; tres redondos, y el trincherazo; tres redondos, el cambio de mano y el de pecho otra vez, pero ahora recreándose en el cite, cimbreando la cintura como oscila apenas el junco en la tenue brisa...
Mientras unos gritaban "¡torero!" otros declamaban odas, qué vamos a hacerle, que así es el tendido venteño cuando lo vuelve loquito el toreo de verdad. La distancia estaba explicada y la demostración práctica consumada con arte, para lo cual el maestro, en tarde de inspiración, la había aderezado con temple, mando, y ese empaque señorial que le hermosea el cuerpo en las solemnidades toreras. Después se echó la muleta a la izquierda y ya no era lo mismo. Los alumnos pudieron advertirle -y no lo hicieron por respeto- que, en el natural, el estoqueador se coje por el centro y no por la punta, como si fuera garrota, según hacía.
La verdad es que no importó demasiado a la cátedra. Hipnotizada por la distancia, el temple, el mando y el empaque señorial del toreo en redondo, los naturales le parecieron lo mismo aunque resultaban bien distintos, y los jaleó con igual estruendo. Si en vez de pinchar cobra la estocada, Antoñete habría salido ayer a hombros por la puerta grande.
Otra realidad fue que el maestro había estado haciendo novillos durante la clase. Con su primer toro, un destartalado morucho, tiró lineas en el encerado, no para explicar lecciones sino para emborronarlo. Los dos ejemplares se los lidiaban sus peones Martin Recio y Montoliú. Ayer lo hizo mejor Martin Recio, que corría a los toros siempre por delante, llevando muy bajo el capote para acostumbrar les a humillar, y prendió dos buenos pares de banderillas. El maestro tiene un tesoro en Martin Recio y Montoliú, que le lidian los toros y además son sus balones de oxígeno. Cuando las ferocidades del toro le ahogan, acuden veloces como el rayo y se lo quitan de en cima.
La lidia, por añadidura, transcurrió complicada en ese y en los restantes toros, pues eran moruchones y con semejante género es difícil lucirse. Curro Vázquez dibujó una verónica y media y estuvo lidiador con la muleta en su primero, y en el otro, que no embestía, porfió aburridamente para sacar tres pases inútiles. Yiyo le sacó al tercero de la tarde la media docena de derechazos que admitía y al sexto no le cogió la distancia, que decíamos.
Los toros se paraban, por descastados, y también porque los picadores les molían el espinazo, según costumbre. Sólo Mozo 1 hizo la suerte con ortodoxia, tirando la vara al morrillo, y se ganó la ovación. El Mozo es un caballero. También él debería salir al encerado para explicar ésta otra distancia, la de la suerte de varas, a ver si se enteran sus colegas de castoreño, que no dan una.
Babelia
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