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LA LIDIA / FERIA DE SAN ISIDRO

El mal trato

Aún no ha empezado la feria y ya está el público de uñas por el mal trato que recibe en las taquillas. En la calle de la Victoria, donde se encuentra el despacho de billetes para las corridas de Las Ventas, se forman estos días unas colas gigantescas.Está bien, porque son consecuencia de la expectación que ha despertado ¿I abono de San Isidro. Ya no está bien, en cambio, que esas colas sean una auténtica tortura para el público, porque apenas avanzan; la angostura de la calle y el gentío propician la confusión, que aprovechan para colarse los desaprensivos, entre los que so mayor$a los reventas; horas y horas de incómoda espera le cuesta al ciudadano alcanzar la taquilla, y cuando llega apenas quedan localidades donde elegir, mientras los revendedores tienen los bolsillos llenos de boletos.

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Los empresarios, entre ellos el de Las Ventas, se quejan con frecuencia de que la afición decae y cuesta "meter" al público en los tendidos. Pero cuando ese público decide entrar, convierten su deseo en una quimera. La fiesta quizá tenga problemas de identidad, pero no serán por su desarraigo popular, ni siquiera por su crisis de calidad, sino por culpa del estamento empresarial, que no ha entendido jamás cuáles son los valores esenciales del, espectáculo, para mantenerlos, ni sabe cómo llevar la gestión para promocionarlo.

El empresario taurino suele ser taurino hasta la médula, pero empresario apenas, o nada, y ahí está el ejemplo de cómo trata a la clientela el de Madrid, que tiene fama de ser el mejor, seguramente con razón.

Ni los medios de comunicación recibimos facilidades para realizar la información, que es particularmente difícil en San Isidro, donde casi todas las tardes la hora en que terminan las corridas coincide con la de cierre de las ediciones de los diarios. Tiene, sí, una amplia dependencia, rotulada "sala de prensa", pero aquello es, más bien, lugar de encuentro cientos de amiguetes de la casa.

Cuando acaba el festejo puede haber allí algún apurado periodista intentando componer contra reloj la crónica, y una avalancha de ruidosos visitantes alrededor que comentan a voces los incidentes de la corrida. La empresa pone al servicio de los periodistas que se arriesguen a realizar su trabajo en ese mercado persa, una máquina de escribir, una, y dos teléfonos en sendas cabinas tipo chimenea, en las que, con frecuencia, hay que esperar a que terminen sus conversaciones telefónicas los visitantes. A eso le llaman "sala de prensa", tiene gracia.

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