Concordia en privado, riña en público
Hay una curiosa paradoja en los escasos dos meses de relaciones entre el presidente norteamericano, Ronald Reagan, y el dirigente soviético, Mijail Gorbachov. Cuando intercambian mensajes el uno con el otro, ambos subrayan las cuestiones que ambos tienen en común, pero cuando hablan en público se dedican a destacar lo que divide a sus países y acusan al otro de atizar la polémica.Por ejemplo, en su carta a Gorbachov a propósito del 40º aniversario de la victoria soviético-norteamericana sobre el nazismo, Reagan habló de "renovar los esfuerzos hacia la consecución del objetivo de una paz más estable, y por eliminar las armas nucleares de la faz de la tierra".
En respuesta a aquel mensaje, el nuevo dirigente soviético recordó "él espíritu de cooperación que nos unió a todos contra los nazis", prometió la buena voluntad de Moscú para cumplir la "tarea de prevenir una catástrofe núclear" y se mostró partidario de la completa eliminación de las armas nucleares".
Pero al cabo de pocos días ambos se han atacado en público con virulencia. En su discurso ante el Parlamento europeo, la semana pasada en Estrasburgo, Reagan describió el régimen soviético como "un sistema corrupto cuya política militar está trastornando el mundo", para burlarse luego de aquel modelo como "un fracaso desde el punto de* vista económico".
Mientras tanto, Gorbachov condenaba en Moscú a Estados Unidos como "la punta de lanza de la amenaza de guerra sobre la humanidad", aunque el dirigente soviético agregó luego que "un mundo sin armas nucleares y sin guerra es alcanzable".
El dilema es, pues, éste: ¿pueden las superpotencias ceñirse a sus propios temores e insultos mutuos, o más bien son capaces de establecer un sistema de seguridad internacional y de eliminación gradual de las armas nucleares?
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