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Mijail Gorbachov, el estudiante escéptico

La rápida ascensión de Mijail Gorbachov en la rígida escala soviética ha sorprendido a los más conocidos kremlinólogos. Pero también resultó sorprendente para algunos de sus amigos de juventud. Uno de ellos, el checo Zdenek Mlynar, compañero de fatigas de Alexander Dubcek en la famosa primavera de Praga, es uno de ellos. Mlynar, hoy en Viena, habló con K. S. Karol sobre la personalidad del máximo líder soviético. Sin excesivos entusiasmos, ambos llegan a pensar que quizá nos encontremos ante un dirigente que no sea "ni cínico ni aburrido burócrata".

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Buscar en el extranjero a un amigo de juventud de Mijail Gorbachov parecía una empresa imposible. Sin embargo, terminé por localizar en Viena a este testigo, un antiguo dirigente del Partido Comunista checoslovaco llamado Zdenek Mlynar. Entre 1950 y 1955, él y Gorbachov trabaron amistad en la universidad de Moscú, donde no sólo frecuentaban el mismo curso en la facultad de Derecho, sino que compartían la misma habitación, preparaban juntos los exámenes y cada uno conocía muy bien a la novia del otro.Puesto que eran más brillantes que la media de los estudiantes, ambos obtuvieron una mención honorífica en sus diplomas, pero ninguno de los dos se sentía atraído por la magistratura: ya en aquella época su obsesión era la política.

Un último encuentro

El compañero checoslovaco de Gorbachov fue el que tuvo el comienzo más brillante: en 1967 cuando el actual líder soviético no era todavía más que un simple secretario del partido en su Stavropol natal, Zdenek Mlynar formaba ya parte del grupo dirigente nacional del Partido Comunista checoslovaco. Aprovechando un viaje oficial a Moscú, se escapa durante unos días para visitar a Mijail Gorbachov en su lejana capital del Cáucaso septentrional, sin imaginar siquiera que éste iba a ser su último encuentro.

Un año más tarde estalla, en efecto, la primavera de Praga y Zdenek Mlynar se convierte, junto con Alexander Dubcek, en uno de los grandes protagonistas de este sobresalto innovador. Es lógico, por consiguiente, que en el momento de la normalización caiga también en la desgracia más completa. Pero, a diferencia de Dubcek, consigue marcharse en 1977 a Viena, donde colabora desde entonces con el Instituto Austriaco de Política Exterior y dirige, con varios emigrantes de Europa Central, un interesante grupo de estudios sobre "las crisis de los sistemas de tipo soviético". Parece, pues, que Gorbachov y Mlynar, antiguos compañeros de facultad, se sitúan en principio de uno y otro lado de la barricada.

Pero, en realidad, Zdenek Mlynar no es uno de esos apasionados que, tras haber sufrido una decepción, se muestran dispuestos a quemar todo lo que habían adorado hasta entonces. Acaba de remitir esta semana al periódico L'Unitá, de Roma -único órgano central de un partido comunista europeo que publica de cuando en cuando los textos de los disidentes del Este-, su testimonio sobre Mi compañero de estudios Mijail Gorbachov, en el que pone de manifiesto la gran simpatía que siente por este último. Parece incluso que Mlynar aún no ha salido de su asombro de verlo situado en la cumbre de la jerarquía soviética y que este hecho es por sí solo extremadamente positivo a sus ojos.

¿Quién era, pues, este joven llamado Gorbachov, que ingresó en la universidad de Moscú a los 19 años, después de haberse distinguido durante dos años en su trabajo en el kombain en un koljoz cerca de Stavropol? Al parecer, era un adepto de la tesis hegeliana de La verdad es siempre concreta y, según cuenta Mlynar, no se conformaba con aprenderse de memoria las fórmulas estereotipadas, sino que reflexionaba con una cierta independencia y no dudaba en confesar en privado a su amigo checo la verdad sobre la gran miseria de los koljozi de Stavropol. Tampoco compartía la visión ultramaniqueísta y represiva de Stalin, y señalaba -de nuevo en privado- que no era la de Lenin. Por lo demás, Gorbachov tenía un cierto sentido del humor y le contaba a Mlynar que las tarjetas postales que le enviaba desde Praga durante las vacaciones no se las entregaba en Stavropol un cartero, sino el jefe local de la policía.

A mi entender, este retrato, sin lugar a dudas verídico Y muy halagador, no tiene suficientemente en cuenta el ambiente que reina en los medios estudiantiles de la URS S. A la hora de comunicarse en privado, los jóvenes de 20 años no han tenido nunca pelos en la lengua, ni siquiera en la peor época de glorificación de Stalin, y se han burlado sin inhibición alguna de las exageraciones de la propaganda oficial. Entre 1945 y 1946 tuve la oportunidad de conocer en la universidad de Rostov a más de uno que, en la intimidad, manifestaba una audacia mucho mayor que la que exhibía Gorbachov en sus conversaciones con Mlynar. (Se pueden encontrar otros datos al respecto en mis propias memorias recientemente publicadas en España, La nieve roja, Alianza Editorial.) Por lo demás, estos estudiantes aspiraban, como él, a un cambio, a una vida mejor y estaban convencidos de que en la URSS sólo se podía hacer algo desde el interior del partido. Sin embargo, a diferencia de Gorbachov, no alcanzaron la cúspide en la jerarquía del PCUS, por lo que me resulta todavía más difícil creer que este último haya tenido mejor suerte sólo por ser más inteligente y menos cínico que ellos.

El riesgo de una visita

Su visita en Stavropol en 1967 no le proporcionó a Zdenek Mlynar una explicación convincente sobre el éxito de su amigo. A su anfitrión le habían disgustado los métodos voluntaristas de Jruschov, que, pese a denunciar a Stalin, había sido en la gestión de la economía tan caprichoso e imprevisible como el antiguo dictador. Por el contrario, con Breznev se sentía más autónomo en su región, y gracias a sus propias iniciativas estaba consiguiendo muy buenos resultados en la agricultura. Según cuenta Mlynar Gorbachov se había valido de esta experiencia para alentar sin temor a los reformistas de Praga y sobre este punto le concede también una buena calificación.

Pero, en el momento en el que se produjo este encuentro, los dos amigos de la época universitaria, ¿podían realmente prever ya el desarrollo de la primavera de Praga? ¿De qué reformas habían hablado exactamente? Zdenek Mlynar no lo especifica. Cuenta, sin embargo, que durante una visita que realizó a Praga en 1969, como miembro de una delegación del PCUS, Gorbachov no juzgó oportuno encontrarse con él, por miedo a comprometerse con un antiguo compañero de aventuras de Alexander Dubcek. No obstante, un año después de la invasión de Checoslovaquia, la normalización apenas comenzaba, y el riesgo que hubiese corrido Gorbachov visitando a un viejo comunista como Mlynar no hubiera sido muy grande. En mi opinión, el actual secretario general del PCUS demostró en aquella ocasión que para él prevalecía la prudencia -o incluso el conformismo- sobre la amistad.

Durante sus años moscovitas, Zdenek Mlynar conoció también a una estudiante de Filosofía, Raissa Titorenko, de origen ucraniano y dos años más joven que él y Gorbachov. Era una joven hermosa y muy inteligente, que sedujo a este último y que más tarde, siendo ya su esposa, contribuyó mucho a su éxito en Stavropol. Se le ocurrió la idea de realizar unas encuestas sociológicas entre los ko1jozianos y su marido las utilizó para introducir el sistema de trabajo por brigadas, más rentable que el consistente en pagar un jornal a cada trabajador. Conociendo esta contribución y la seriedad de Raissa Gorbachov, Zdenek Mlynar acusa de superficialidad a los periodistas occidentales que durante su estancia en Londres, en diciembre de 1984, proporcionaron todo tipo de detalles sobre su compra de unos pendientes en Cartier por valor de 1.500 libras esterlinas, que pagó, además, con la tarjeta American Express.

Gesto deliberado

Esta acusación me deja perplejo: Zdenek Mlynar parece olvidar que la esposa de uno de los principales dirigentes de la URSS, en visita oficial en un país extranjero, es también una personalidad pública y que la Prensa, a la que acusa de superficial, tiene la obligación de informar sobre lo que hace en su tiempo libre y sobre sus gustos en materia de joyas. Puesto que la señora Gorbachov no es ya la estudiante Raissa Titorenko que conoció Mlynar en la universidad de Moscú, no cabe la menor duda de que sabía que su escapada a la joyería Cartier, en New Bond Street, se iba a dar a conocer a todo el mundo e incluso a la URSS. Su gesto fue deliberado y es muy probable que con él se propusiera complacer a muchos de sus compatriotas. En la época de Mlynar, en los años cincuenta, todavía no existía en la URSS una importante clase media -o sea, una burguesía- muy alejada de las otras capas de trabajadores, mientras que en la actualidad la encuentra uno en todas las esquinas, y los Gorbachov tienen en cuenta sus gustos y sus intereses. En sus proyectos de reformas -si es que tiene alguno-, Mijail Gorbachov no puede olvidar que las reivindicaciones de las diferentes clases sociales de la URSS son ya incompatibles entre sí. En este contexto, el asunto de los pendientes adquiere un valor casi simbólico.

Ello no significa, sin embargo, que el testimonio de Zdenek Mlynar sobre los Gorbachov de hace 30 años carezca de valor o sea demasiado optimista. Los años de juventud cuentan mucho en los hombres políticos, y resulta reconfortante saber, gracias al imparcial exiliado checoslovaco, que el actual líder soviético no es un cínico ni un aburrido burócrata. Hay que esperar, en todo caso, que sus eventuales tentativas de renovación en la URS S no terminen tan mal como la que protagonizaron los reformadores en Checoslovaquia entre 1967 y 1969. Ésta es, por cierto, la conclusión con la que Zdenek Mlynar termina su testimonio.

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