El crucero más exclusivo del mundo
El feliz viaje por el Mediterráneo de los 120 pasajeros multimillonarios de "La Diosa del Mar"
Una banda de música malagueña sopla pasodobles en el muelle. Los últimos viajeros se apresuran a subir a bordo. Van seguidos por una caravana de mozos de equipajes que parecen camellos de una tribu de excéntricos nómadas. Ahora, un californiano repta por la escalerilla igual que si fuera un caimán: lleva zapatos de cocodrilo, maletas de la misma escama, bolsos de lagarto verde y deja asomar un billetero de idéntica piel, que es una auténtica sierra dentada de dólares capaz de cortarlo todo.Se oye a un mozo andaluz piropearle: "¡Hele ahí, zeñorito que va al naufragio!".
Pero él ni se entera. Él ya está a este lado de la vida. A la otra orilla, en la que le espera el capitán Pedersen, de 37 años, con la barba roja, el tatuaje azul sobre la musculatura noruega, su legión de reverenciosos oficiales y su uniforme blanco de pantalón corto almidonado y calcetín hasta la pantorrilla. El capitán les da a todos la bienvenida en la cubierta del Sea Goddess (La Diosa del Mar). Y otros servidores reparten confetis, pitos y serpentinas para hacer del inicio del viaje una fiesta de carnaval. Las primeras botellas de Moët Chandon se descorchan con gran júbilo.
Sin embargo, hay un fabricante de cartonajes de Chicago que pone el gesto de aflicción. ¿Le pasa algo? ¿Teme marearse en la ansiada travesía? "No, solamente es que esperaba tener chimenea de leña en mi camarote y no tengo chimenea de leña; es una lástima".
No tiene chimenea, pero si necesita leña se la repartirán. Porque en un yate de 4.000 toneladas y 100 metros de eslora, diseñado por la divinidad para un jet-set de club privado que paga 80.000 pesetas diarias por cabeza, lo que no existe se fabrica, y lo que no se fabrica se sueña. De esto se trata, precisamente. "El crucero es un sueño del americano en un momento de su vida; es el signo del éxito, la afirmación de su status y además es la gran oportunidad para dar rienda suelta a sus fantasías", dice el actor Ernest Borgnine, de 68 años, que también viaja en este mismo buque como el personaje tímido de su película Marty.
Ya en alta mar, el yate es un joyero flotante. Y las mujeres se estudian con disimulo. Las primeras millas son para devora por los ojos: cada camarote, una suite con vista al exterior, costó 300.000 dólares decorarlo; tiene su propio bar, alfombras de lana carpintería de roble blanco, una gran cama con almohadas de seda natural y un espejo enfrentado al lecho, vídeo, teléfono que comunica vía satélite con todo el mundo, radio, televisor de color, teletex y un baño de bañera tan amplio como el de cualquier gran hotel de lujo. A bordo se produce el agua dulce: diariamente, 80 toneladas.
Ni policías ni ladrones
Estos primeros momentos, de indudable emoción, se aprovechan para decidir la combinación de cada caja fuerte electrónica que hay en cada uno de los camarotes. Allí depositan los pasajeros el dinero y los objetos de valor. Aunque éste es un barco sin policías y sin ladrones. Todos respetan la propiedad privada, y gracias a ella viven como viven.
A las 17.45, la voz del capitán Pedersen pide a los pasajeros que por un momento abandonen sus copas de champaña y, tal como estén, vayan con los chalecos salvavidas a los puntos establecidos para el naufragio simulado. Muchos ya están como para el rescate por los hombres ranas: dos libaneses vecinos de ranas: dos libaneses vecinos de Nueva York y un judío de Londres han tardado menos tiempo en emborracharse con los espumosos que ha tardado el barco en perder de vista la Costa del Sol. Y así, salen a cubierta a simular la evacuación general de La Diosa del Mar, mientras un auténtico gentleman sexagenario, cojo y con medio bastón de plata, intenta ajustarse el chaleco salvavidas sobre el escudo de su blazer inglés.
Todos los simulacros de naufragio son una experiencia patética y a la vez risueña: ya te ves
tragando agua salada en el inmenso mar y al mismo tiempo te ves la raya del pantalón seca, recta e impecable, y ese pantalón te transporta a los salones de piano de cola y whisky de 12 años. Has muerto y has resucitado. Y brindas con el señor de Chicago. Y una señora deja caer una lágrima y descubre un poco su calvicie. "Será mi último viaje, ¿sabe? Tengo cáncer, pero aún me apetece volver a Montecarlo y saludar a Carolina de Mónaco".Un crucero es una burla al tiempo, al espacio, a uno mismo. Hay muchos relojes, que son como ojos de buey, que dan la hora local, la de Nueva York y la de Los Ángeles-Pero los miras y no te dicen nada. Tampoco dice gran cosa el horizonte: ¿qué es el horizonte? ¿Cuánto es una milla? Todo da igual. El minuto se mide con el canapé caliente y el trago frío y el puro Montecristo (se sirve alcohol sin límite de día y de noche y tampoco hay que pagar el tabaco); no hay otro tiempo que cuente realmente aquí. Una hora es la duración de un vídeo que cada pasajero elige en la videoteca, se lleva a su cabina y devora tumbado en la gran cama adornada con bombones suizos. Media hora es el tiempo de un baño de burbujas japonés, en la popa de La Diosa del Mar, divisando espumas y gaviotas inofensivas. Un cuarto de hora es lo que tarda la camarera en planchar el traje de etiqueta. Y no se dan propinas porque en este yate se pretende crear la ilusión, a cada cliente, de que no es tal cliente: se es propietario rodeado de amigos.
Buenos modales
Por eso, a cualquier hora del día o de la noche todos tienen acceso al puente de mando. Se ven las cartas de navegación. Se comentan cosas con el capitán o con sus oficiales. Se sugiere, tal vez, un alto en una playa tranquila para hacer esquí acuático o vela-surf utilizando motoras y tablas que el mismo barco lleva.
La Diosa del Mar dispone de dos animadores profesionales entre su tripulación de 70 miembros. Son dos hermanos gemelos, de California, que procuran relacionar a los viajeros, sacan a la pista de baile a las señoras y evitan que nadie se extralimite en el juego (hay dos mesas de bacarrá) o por culpa del abundante alcohol. "Pero en este barco no sucede nada lamentable, no cae ni una cucharilla al suelo ni una
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copa en el restorán; los buenos modales jamás se pierden", comenta uno de los gemelos.
Una señora de Nueva York mide la eficacia y fiabilidad de la tripulación con la prueba de la agenda de bolsillo. "Dejo abandonada mi agenda, que no lleva mi nombre, en cualquier rincón del barco y miro el reloj. Si alguien del servicio identifica a la propietaria y me la entrega en 15 minutos, puedo asegurar que la cosa funciona bien". Y en este barco funcionaba. Pasó de largo el crucero sin entrar en Puerto Banús, donde esperaban fuegos artificiales. Pero Banús necesita ampliación urgente y aún no la tiene. "Es lástima; así pierden un buen turismo en la zona", comentó un pasajero, defraudado.
Y luego de una apacible noche se hizo escala en Gibraltar. Era domingo, ventoso y algo frío. Algunos marroquíes se aproximaron al muelle. Hablaban entre sí y señalaban a los pasajeros. De estos pasajeros, ninguno tenía noción muy clara de lo que era Gibraltar. El fabricante de Chicago comentó: "¿Es en esta isla donde también hablan catalán?". Otro pidió que al llegar a Saint-Tropez trajeran un buen strip tease a bordo, un espectáculo mixto, y se interesó por saber en qué otra escala (hay una cada 40 horas como máximo) subirían langostas frescas. El responsable de la despensa, un austríaco llamado Friedrich Jatsch, respondió que ya le avisaría: las langostas llegan vivas, por avión, desde Estados Unidos.
El mar, como un plato
En la colonia británica se agotaron los taxis, y muchos indios abrieron sus tiendas aun en día de fiesta. A las 13.30, La Diosa del Mar soltó nuevamente amarras en medio de un festín gastronómico sobre un mar que estaba como un plato. A 18 nudos, su velocidad de crucero, se tardarían 24 horas hasta llegar a Ibiza. Y en estas horas, el consumo (para 80 pasajeros) iba a ser de este orden: 50 kilos de mariscos, 30 botellas de champaña francés, 2 kilos de caviar Beluga, 50 kilos de solomillo, 30 botellas de whisky (reserva) y otras 30 de licores varios, así como medio centenar de botellas de vino francés.
¿No iban a enfermar estos acaudalados cruceristas? Un japonés que viajaba con su hijo mostraba signos de hinchazón poco habituales en su raza. Un médico de Los Ángeles que viajaba con su paciente favorito lamentaba que éste tuviera tan poca resistencia gástrica. Y el doctor Skjeie, de 35 años, empleado por la compañía de La Diosa del Mar, estaba de guardia dispuesto a la emergencia colectiva. "Tengo quirófano, un ayudante anestesista y un equipo completo, pero hay que ver cómo aguanta la gente. Cuando se les da calidad, no hay trastornos de importancia. Alguna quemadura de sol. Alguna torcedura de pie. Nadie se muere, aunque también estamos preparados, porque llevamos nevera para el depósito del cadáver: congelaríamos al muerto y ya está".
La gran novedad era en este crucero un sistema revolucionario para evitar el mareo. Se denomina Scopulamine. E71 viajero pone la oreja y el resto lo hace el doctor. "Es un tratamiento que dura tres días. Durante este tiempo, no se marea nadie. Se les pone dentro del lóbulo de la oreja la sustancia Scopulamine con un pegamento y se cubre con esparadrapo fino para que eso quede sujeto y disimulado. Actúa sobre el sistema nervioso central y sólo está contraindicado en casos de próstata y de glaucoma".
Era rigurosamente cierto: más de la mitad del pasaje llevaba esa marca del zorro escondida como una mordedura de viruela. Y subían y bajaban por los ascensores del barco con sus vasos de licor y su sonrisa de lobos de mar. Y los hombres llamaban a sus mujeres con palabras deliciosas: miel querida, dulce corazón, esas cosas que dicen los americanos entre divorcio y divorcio.
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