Reagan, en Estrasburgo
LOS PLANES iniciales para conmemorar en el Parlamento Europeo el 40 aniversario del fin de la guerra preveían que el presidente de la República italiana, Sandro Pertini, figura prestigiosa de la resistencia antifascista, pronunciase un discurso en tan solemne ocasión. Tales planes se modificaron para permitir al presidente Ronald Reagan realizar un llamamiento, en una fecha singular y desde una tribuna particularmente significativa, a la Unión Soviética para flexibilizar las relaciones entre el Este y el Oeste y abrir un nuevo período de distensión. Con todo, los resultados no han estado a la altura de las expectativas.Reagan ha llegado a Estrasburgo tras un viaje plagado de errores. Al pisar territorio europeo, anunció el embargo contra Nicaragua, lo que era una forma demasiado agresiva de vender su viaje a la opinión cuando Europa, ni siquiera desde perspectivas conservadoras, contempla el caso de Nicaragua con los mismos ojos que EE UU. El presidente norteamericano no siempre ha tenido en cuanto a lo largo del viaje las sensibilidades de los diversos países que visitaba: en la RFA, se ha negado a recibir al jefe de la oposición, el presidente de la Internacional Socialista, Willy Brandt y, en cambio, en España ha recibido a Manuel Fraga. La reacción a tales actitudes han surgido dentro mismo del Parlamento de Estrasburgo con la contestación desencadenada ante su discurso por una minoría, naturalmente izquierdista, de los parlamentarios. Los partidos socialistas europeos han sido durante muchos años apoyos fundamentales de la política norteamericana y eso no se le puede escapar al presidente Reagan. Paradójicamente, es con el socialismo español con quien el mandatario norteamericano ha parecido entenderse mejor, aun dentro del acuerdo para estar en desacuerdo como ha ocurrido en el caso de Nicaragua. Todo parece indicar que la relación personal cuenta más para Reagan que ciertas conveniencias prácticas y que su instinto de animal político precede a otro tipo de formalidades más al uso.
En cuanto al contenido del discurso de Ronald Reagan, hay que determinar en lo positivo un canto a la unidad y a los valores de la eterna Europa, unido a un bienvenido reconocimiento de que el Viejo Continente no puede ser contemplado como un rival sino como un asociado de EE UU. Junto a ello, sin embargo, hay que decir que las propuestas concretas han sido de escasa envergadura. Las cuatro proposiciones encaminadas a mejorar las relaciones con la URSS corresponden a medidas que se están discutiendo y negociando en la Conferencia de Estocolmo. La idea de una línea de comunicación entre los Estados Mayores figuraba entre las propuestas presentadas el pasado 27 de febrero por los países de la OTAN.
El presidente Reagan no ha disipado la duda que pudiera caber en una parte de la opinión europea de que el objetivo de su estrategia no sea lograr una superioridad nuclear sobre la Unión Soviética. En diversas ocasiones, el antiguo Canciller de la RFA, Helmut Schmidt, ha destacado que esa voluntad norteamericana de superioridad constituía un grave peligro para la paz. Y, en ese sentido, el viaje de Reagan ha sido contraproducente para los intereses norteamericanos en la medida en que haya podido afianzar la convicción, entre amplias fuerzas políticas, de que es imprescindible que Europa logre una mayor autonomía en la política mundial. El objetivo del presidente Reagan con su viaje era el de asociar más estrechamente Europa a sus planes, cuando una posible falta de conocimiento del terreno ha hecho que la cosecha sea muy diferente.
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