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A los 40 años de la derrota nazi

El calvario de nunca acabar

Francisco G. Basterra

El calvario europeo de Ronald Reagan prosiguió ayer en el Parlamento de Estrasburgo, el lugar elegido por los estrategas de la Casa Blanca para que el presidente pronunciara el discurso más importante de su viaje al Viejo Continente, que se ha convertido en una cadena de desdichas políticas. Todo estaba previsto para que Reagan lanzara una oferta de diálogo a Moscú y anunciase el advenimiento de una Europa democrática y reunificada, de Moscú a Lisboa. Sin embargo, algo falló en el guión.Varias docenas de diputados europeos pertenecientes al grupo comunista y a la coalición Arco Iris, formada por los verdes alemanes, pacifistas holandeses y nacionalistas flamencos, recibieron con risas, comentarios jocosos y abucheos el discurso del presidente. Ni un aplauso surgió del grupo socialista. Los disidentes exhibieron carteles. Unos 20 diputados abandonaron sus escaños.

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La comitiva presidencial comenzó a poner cara de asombro cuando vio aparecer en el modernista hemiciclo de Estrasburgo a legisladores con barbas y largas melenas, uniformados para tan solemne ocasión con camisetas rojas, con símbolos antinucleares y pacifistas.

La banda izquierda del hemiciclo parecía un campo salpicado de amapolas. Nancy Reagan no se dio cuenta de que el rojo no era ayer el color preferido de su marido. Apareció en la tribuna de invitados vestida con un traje de chaqueta bermejo, sin caer en la cuenta de que este color era el catalizador de la protesta. Pero ya era tarde.

Ronald Reagan ya estaba en la tribuna de oradores. Eran las dos y media. En ese momento la poderosa tecnología americana, culpable del desfase informático que separa a Europa de EE UU, se puso del lado de los rojos y verdes. Falló el teleprompter, un artilugio casi invisible que colocan frente a Reagan para que lea sus discursos dando la impresión de que improvisa. Reagan se atascó en una frase del principio y se vivieron en la sala 15 segundos interminables. La Casa Blanca explicó que el problema se debió a la diferencia de voltajes entre Europa y EE UU.

Ya daba igual. Los diputados de la derecha y del centro se rompieron las palmas aplaudiendo. Nada consiguió acallar las protestas. Un diputado gritó "fuera de la ley" cuando Reagan se refirió a la sovietización de Nicaragua.

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El hemiciclo no se parecía en nada a la catedral iluminada con la que Reagan comparó a Europa. Al presidente le salvó su profesionalidad. Al concluir su intervención, improvisando, recordó a los que protestaban que gracias a vivir en un sistema democrático podían hacer pública su disidencia, lo que no hubieran logrado, dijo, si vivieran bajo una dictadura del Este.

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