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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El señor Barrionuevo y el ministro del Interior

Una cosa es el hecho, y otra, el Derecho, señala el autor de éste trabajo. Pero los hechos son mudos, añade, por lo que el Derecho necesita siempre de la literatura, del arte de la palabra. Y a este respecto, examinando la demanda del ministro del Interior contra EL PAIS, descubre detalles que sólo pueden ser paradójicos si su sentido secreto no fuera revelador de intencionalidades muy claras.

Una cosa me parece a mí el hecho, y otra, el Derecho. En efecto, hasta ahora no había entendido yo por qué tantos alumnos míos del bachillerato, a los que parecía gustarles la literatura, se matriculaban al llegar a la Universidad en la carrera de Derecho. Pero las páginas de EL PAIS donde se extractaba la acción judicial emprendida por el señor Barrionuevo contra PRISA y contra el director de EL PAIS me han revelado la razón profunda de esa elección misteriosa. El Derecho necesita muchísimo de la literatura, porque los hechos son mudos, no hablan, y la interpretación de los hechos ya es lenguaje, vox -a veces, flatus vocis-, es decir, palabra, y según quien la maneje puede llegar a ser arte de la palabra también.Viene esto a cuento de lo mucho que me ha chocado encontrar en el extracto de la demanda contra EL PAIS el juicio mismo de las acciones atribuidas al diario (esto debe de ser una práctica normal en Derecho, pero yo nunca antes me había interesado por saberlo). Los hechos se convierten en palabras, y éstas, que son sustantivos, adjetivos, verbos, adverbios, adquieren connotaciones semánticas, tiftendo los hechos de un determinado sentido que éstos no siempre estarían dispuestos a admitir. Las acciones se disfrazan de palabras, las cuales habrán de enfrentarse con otras palabras, y de esta logomaquia habrá de salir la verdad de los hechos, que es otra palabra también. Pero vayamos a los hechos que estas palabras cuentan. Resulta que el periódico EL PAIS no sólo tiene un "afán", sino que éste es "difamatorio" y, aún más, "premeditado y obsesivo". Tiene también una "afición", precisamente "por el libelo", la cual es nada menos que "desorbitada" (¿se ve asomar la tan gastada metáfora?). Su línea editorial sobre el ministro del Interior responde a una "animosidad" que no sólo es "recalcitrante", sino también "inexplicable", por lo que se formula una hipótesis: ¿obedecerá al "capricho" del director o de algún redactor "empecinado", que quisieran lograr -no se sabe por qué, pero "vanamente" el cese del ministro movidos por la extraña sinrazón de la "arbitrariedad"?

Ahora bien, cuando uno lee atentamente este alegato contra "el colmo del desatino informativo" y "su osadía y soberbia sin límites" nota que toda la llamada "escalada verbal" de la información dada sucesivamente por EL PAIS se ha hecho "casi siempre de forma larvada, pero comprensible para el lector, sin imputaciones directas, como para sugerir al lector", de un modo que "mezcla turbiamente, aunque sin imputaciones directas", lo que "insinúa" con lo que "sugiere", de suerte que las conclusiones "las extraería cualquier lector de EL PAIS'.

No comprendo yo ahora cómo un lector tan romo de EL PAIS sería capaz de deducir tantas cosas simplemente insinuadas ni cómo una demanda judicial puede basarse en lo que piense el lector (y son tantos los de EL PAIS) sin pedirle previamente a cada uno de los lectores que testífique sobre lo que él ha comprendido. Lo que yo puedo decir es que ahora me he enterado cabalmente de lo que EL PAIS quería, al parecer, decir en todos sus editoriales e informaciones sobre el ministro del Interior cuando este escrito de demanda me lo ha puesto en evidencia, pues yo ni siquiera había seguido con interés continuado aquellas informaciones. O sea, que pudiera ser el demandante demandado por haberme abierto los ojos sobre la actuación del ministro, y que donde la demanda dice "el lector" pudiera mejor haber dicho "el censor", ya que, como escribió Larra en su artículo Lo que no se puede decir, no se debe decir, "puede convencerse el censor de que se alude, aunque no se aluda.

Pero dejando aparte bromas -que pudieran llegar a ser siniestras-, a este lector desconocedor del Derecho (que no del derecho de Cada uno) le parece, en primer lugar, que la demanda apelando al "derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen" difícilmente puede sostenerla el señor Barrionuevo Peña Porque si, como dice la demanda, "los ataques de EL PAIS contra mi mandante se iniciaran con mi mandato" es lógico pensar que, de haberlos, van dirigidos sólo contra las actuaciones del ministro del Interior, en cuanto que tal (y aún que habrán de cesar con él), y no contra la persona privada del señor Barrionuevo, bien que aquella entidad un tanto metafísica encarne cicunstancialmente en éste. Sin embargo, la demanda confunde con nulo rigor gramatical (y me parece que jurídico) estas dos personalidades distintas con un solo mandante verdadero, lo que le permite enfatizar, a propósito de la supuesta crítica a un particular, sobre el socavamiento del sistema democrático y a la vez atribuir las críticas de una actuación pública al propósito de socavar el honor de un particular.

En segundo lugar, quiero deci que la pretendida "víctima del perjuicio moral" puede dejar su moralidad a escasa altura cuando pide como reparación una cuantiosa suma para, "gracias al dinero, según sus gustos, procurarse sensaciones agradables", ignoro de qué clase.

Y por último diré que hay un aspecto casi anecdótico en el que tampoco creo yo que la base jurídica invocada debiera buscar apoyo para la acción judicial. Es en lo que, al parecer, EL PAIS ha llamado "la grafomanía histriónica" del ministro, a la cual se refiere la demanda -no queda claro si citando o no textualmente del periódico- con la frase: "Lo que el ministro del Interior dice o escribe oficialmente contiene siempre construcciones o refleja una líteratura parvularia en cuanto al estilo". Pero ahí el toque está en ese "oficialmente", que deja a salvo la capacidad oral y escrita, en privado, del señor Barrionuevo, por lo que tampoco en este caso parece procedente la demanda. Ahora bien, pudiera llegar a determinarse, si necesario fuere que el ministro del Interior habla y escribe como los propios ángeles, y en tal caso o la Real Academia no sabe Ya lo que se hace o habríamos de ver muy pronto a un ministro del Interior poco menos que académico. O bien llegaría a saberse si es que el señor Barrionuevo habla y escribe bien, y el ministro del Interior, mal, pero que esto lo hace precisamente en razón de su cargo. Lo que tampoco dejaría resquicio alguno para la acción judicial iniciada contra EL PAIS, ya no sé si por el ministro del Interior o por el señor Barrionuevo.

Celso J. Serrano Martínez es profesor agregado de instituto y crítico literario.

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