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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El catalán, como lengua oficial

Con respecto a los sucesos acaecidos en los últimos días en Barcelona y aledaños en lo referente a los actos de la Crida y su intento de normalizar hasta las piedras, quiero dar mi opinión como ciudadano supuestamente libre y al que no le gusta que le manipulen. Obviamente, las opiniones encontradas de unso y otros son lógicas, cada uno defiende su pequeña o gran parcela de poder y se cree en posesión de la verdad absoluta y, defensor del dogma. Yo, no lo sé, supongo que también voy a pecar de lo mismo a la hora de verter mis puntos de vista; sin embargo, quisiera darles un enfoque distinto y, sobre todo, desprovisto de dogmatismo y demagogia.A mí personalmente, a nivel práctico, me preocupa muy poco o nada que los letreros en los lugares públicos estén en una u otra lengua, y digo a nivel práctico porque en un momento de mi vida asumí la responsabilidad de aprender a hablar y a escribir la lengua catalana, en un intento, y pido perdón, de hacerle justicia a una cultura agraviada y ultrajada durante años. Lo que sí me preocupa y me parece grave es que las cosas se hagan como se hacen y muchas veces sin pensar a quién favorecen y a quién perjudican, como es el caso. Favorecer, no lo sé, tal vez a algunos que ven o encuentran en su lucha la realización, o a otros que así empiezan a lavar el ultraje histórico' ' o muchos más que por encima de todo quieren que su cultura y su lengua estén en el lugar donde ellos creen que deben estar, a espaldas, en muchos momentos, de una Constitución que dice que los dos idiomas son oficiales. Perjudicar, lo que se dice perjudicar, a los de siempre: a los que por razones múltiples no tienen o no pueden acceder a la cultura en toda su extensión y que se ven obligados a mendigar una ayuda cuando no pueden entender una lengua, y a los que nadie les ofrece soluciones viables y dignas para solucionar este problema, sino chapuzas de cursillos mal enfocados, mal dirigidos y peor realizados, a los que, como en la parte opuesta, hacen del problema su caballo de batalla para seguir controlando parcelas de poder y también a los que, románticamente, creen que lo suyo es lo mejor y debe prevalecer.

Obviamente, la más perjudicada, aparte de los que siempre pagan el pato en uno u otro bando, es la convivencia y la solidaridad. Desde posturas radicales no se puede construir una comunidad, ya sean ahora éstas, o como lo fueron antes otras, las posturas radicales se convierten en fórmulas que atentan contra la libertad y degeneran en ideas totalitaristas. Que hay cauces, señores, y la Constitución los recoge. Si han de ser los poderes públicos quienes deben llevar a cabo esta labor, hay que obligarles a ello y no convertir la ciudad en un lúgubre cuadro de antiestéticas pintadas y que, además, luego habremos de pagar entre todos. ¡Y que el fin nunca justifique los medios!-

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