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Duarte intenta responder al reto de la paz en El Salvador

Más allá de los apagones diarios, la guerra se hace lejos de San Salvador. El tráfico en la capital es intenso, los restaurantes aparecen llenos y los supermercados presentan una oferta similar a la de cualquier país capitalista. Pero todo este tinglado se vendría abajo si EE UU no inyectase un millón y medio de dólares diarios. Por encima de las apariencias, el gran reto del presidente José Napoleón Duarte es conseguir la paz. El ministro de Planificación, Fidel Chaves, reconoce que sin ella no hay recuperación económica posible.Entre los asesores norteamericanos se ha hecho popular la frase "empezamos a ver la luz al final del túnel". Esto quiere decir que no descartan una victoria militar después de años de virtual empate. El alto mando castrense asegura que está ganando la guerra, y no descarta un colapso de la guerrilla en un, plazo de tres años.

Al margen del ingrediente propagandístico contenido en estas manifestaciones, nadie discute que el Ejército ha mejorado su posición en el último año. El comandante guerrillero Joaquín Villalobos lo reconoce indirectamente al declarar que "Ia perspectiva de la victoria se ha diferido".

La guerrilla ha visto reducirse su zona de control, y se limita ahora al norte de Morazán, algunas zonas de Chalatenango y Cabañas, el cerro Guazapa y el volcán de San Vicente.

Los rebeldes han cambiado de táctica: se movilizan en pequeños grupos, la ocupación de pueblos ha pasado a segundo término y ya no ponen tanto énfasis en el control de un territorio. A cambio, han ampliado sus operaciones a departamentos que desconocían la guerra. Según su explicación, este reacomodo nada tiene que ver con la acción del Ejército, lo que equivale a decir que ellos hacen la guerra sin tener en cuenta los planes del enemigo. Si fuera cierto, su derrota estaría cerca.

La política, para los civiles

El progreso del Ejército se apoya en dos factores: una generosa e incondicional ayuda militar estadounidense (135 millones de dólares, unos 23.500 millones de pesetas) y la profesionalización. Por primera vez los militares han dejado la política a los civiles para dedicarse a la guerra. Esto último quizá tenga carácter provisional, pero es un hecho desde que Duarte asumió la presidencia hace 11 meses.

La ayuda de EE UU se ha centrado en comunicaciones y fuerza aérea, en su doble vertiente de transporte y bombardeo. La guerrilla tiene probablemente razón cuando afirma que sin la injerencia de Estados Unidos, el Ejército estaría ya al borde de la derrota.

La única perspectiva de paz a corto plazo es un acuerdo negociado con la guerrilla. Esta convicción parece haber arraigado incluso en el alto mando militar, aunque al mismo tiempo ha acotado con precisión el campo del diálogo. Duarte tuvo la audacia de tomar la iniciativa, aunque se haya movido luego en un terreno ambiguo por las exigencias de los insurgentes.

Durante tres años, las elecciones se presentaron como la opción única frente a la guerra. El Gobierno ha tenido que reconocer finalmente que sin negociaciones no hay esperanza de paz. El pueblo ha captado este mensaje y, según las encuestas, un 80% quiere que se siga esa vía. Los sindicatos anuncian para este Primero de Mayo manifestaciones masivas, cuyo lema principal va a ser la continuación del diálogo.

El arzobispo Arturo Rivera, mediador entre los contendientes, ha cruzado varios mensajes de cada bando para formalizar el tercer encuentro. Duarte quiere una fase de negociación secreta fuera del país para acercar posiciones y lograr algún acuerdo, que se haría público en una reunión formal. La izquierda trata de seguir con la fórmula empleada hasta ahora, que le permite obtener rentas políticas en el interior con su acceso a la televisión local.

Las propuestas están tan alejadas que el proceso se adivina complejo y largo. La oferta de Duarte se resume en una amnistía y garantías de seguridad para que la izquierda se incorpore a la vida política sin grave peligro para sus dirigentes.

La insurgencia va mucho más lejos. En un plan gradual de tres fases, quiere primero desinternacionalizar la guerra y poner coto a la violencia institucional. En una segunda etapa se llegaría a un alto el fuego para constituir un Gobierno de unidad nacional, en el que demanda su propia cuota de poder. En el último tramo propone una unificación de los dos ejércitos y la convocatoria de elecciones.

En su discurso, los cuatro procesos electorales que ha vivido El Salvador en tres años no cuentan para nada. Es evidente que no han resuelto el gran problema de la guerra, pero han modificado el mapa político. José Napoleón Duarte aparece hoy como hombre fuerte. Ha desplazado a la extrema derecha y se ha ganado un apoyo razonable de los militares. Todo ello le sitúa en ventaja de cara a la negociación.

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