La Monarquía y la transición
En carta a esta sección, de fecha 15 de enero de 1985, Javier Sádaba manifestaba quedarse perplejo ante la actitud del PCE respecto de las declaraciones de la última Pascua militar. Consideraba que la interpelación parlamentaria que este partido prometió debía ser extensiva, tanto a lo dicho por el jefe del Estado Mayor de la Defensa: que las tentaciones neutralistas para España son una actitud suicida; como a lo dicho por el jefe del Estado: "La debilidad o el aislamiento equivalen al suicidio colectivo". Pues ambos dicen lo mismo.Por último, se hacía las siguientes preguntas: "¿Se puede criticar al jefe del Estado ante un importante problema político? En caso positivo, ¿por qué no se hace? En caso negativo, ¿qué tipo de democracia es ésta?". Pues bien, de tan sustancioso tema quisiera hablar.
Desde los comienzos de este semicontubernio llamado transición venimos asistiendo a la progresiva consolidación de una institución anacrónica y carente de esencia democrática, como es la Monarquía. No basta con la consolidación permitida y arropada por fuerzas políticas otrora republicanas, sino que asistimos también a su divinizacion más perniciosa. Así lo da a entender el jefe del Estado, en persona, en la Pascua militar del 6 de enero de 1983: "Porque la institución monárquica no depende ni puede depender de unas elecciones, de un referéndum, de una votación. Su utilidad se deriva de que está asentada en el plebiscito de la historia, en el sufragio universal de los siglos". Como verá, señor Sádaba, de esto
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a la monarquía hipostática sólo hay un paso.
Para los republicanos, que dicho sea de paso estamos en contra de la mitificación del poder, no deja de ser preocupante una situación como ésta, a pesar de no ser nada nuevo. Para demostrárselo baste la reseña de tres hechos de la gloriosa transición, poco afortunados para aparecer en los comentarios tiralevitas a la misma: 1º) El entonces jefe del Estado y los agentes de la transición no tuvieron en cuenta para nada la legitimidad de un Estado de jure, cual era el republicano, de la que era portador el Gobierno de la República en el exilio; 2º) la Monarquía era tan incuestionable, tan asentada en el plebiscito del miedo y el sufragio dictatorial de 40 años, que para qué se le iba a consultar al pueblo español (considerado tonto, al parecer) sobre la forma del Estado al que aspiraba, y 3º) Acción Republicana Democrática Española (ARDE), partido político nacido de la unión de los históricos Izquierda Republicana, Unión Republicana y el Partido Republicano Federal, en 1959, no obtuvo su legalización para poder participar en las primeras elecciones de junio de 1977 y beneficiarse de la reacción histórica (traducida en votos) dada en éstas. ¡Eso sí, paradojas de la naciente democracia!, fue legalizado en agosto del mismo año.
Así es, señor Sádaba, tres pruebas de la eliminación concertada de todo lo republicano. ¡Qué se le va a hacer!, resulta molesto que alguien defienda la implantación en España, por medio de la palabra y los votos, de un sistema democrático pleno, sin fisuras, sin adornos; es más, yo diría que hasta blasfemo, dada la dimensión divina que la Monarquía ha adquirido. Atentamente: un hereje-
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