_
_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Terrorismo de Estado en Chile

LOS TRES nuevos asesinatos de personalidades democráticas que acaban de ser cometidos en Chile han levantado una ola de indignación en todos los sectores de la población, y en la opinión pública internacional, particularmente en América Latina. Han sido ya muchos los muertos como consecuencia de la represión gubernamental en los más de 11 años que el general Pinochet lleva al frente del poder. Pero en este último: caso, los procedimientos utilizados han sido particularmente macabros. Manuel Guerrero, el presidente metropolitano de la Asociación Gremial de Educado res; el sociólogo José Manuel Parada, colaborador de la Vicaría de Solidaridad de la Iglesia católica, y el dibujante Santiago Nattino fueron secuestrados y sus cadáveres aparecieron al día siguiente, degollados, en un camino rural próximo a Santiago. No existen pruebas, por ahora, de que los autores del crimen sean miembros de la policía. Un portavoz del Gobierno ha declarado incluso que éste desea esclarecer los hechos y en tregar los culpables a la justicia. Pero diversas circunstancias, incluido el interrogatorio al que fueron sometidos otros cuatro dirigentes de la Asociación de Educadores, secuestrados, torturados y liberados al cabo de unas horas, indican que se trata de un nuevo paso en la escalada del terror fomentado desde el poder contra la oposición. La semejanza es obvia con los métodos empleados en otras dictaduras latinoamericanas por grupos parapoliciacos. En ese sentido han reaccionado todas las fuerzas de la oposición, desde la Democracia Cristiana a los comunistas, partido al que, pertenecían Guerrero y Parada. El cardenal Raúl Silva Enríquez ofició una misa en memoria de los tres asesinados. Los funerales se convirtieron en la mayor concentración de masas, desde hace mucho tiempo, de las fuerzas de la oposición democrática. En este agravamiento de la represión aparecen rasgos que tienen, sin duda, un significado político. En reiteradas ocasiones, Pinochet ha demostrado que es capaz de aplicar procedimientos represivos de suma crueldad sin ningún disimulo, de manera oficial. Si ahora se recurre a métodos indirectos, organizando la acción de grupos parapoliciacos, la causa más probable reside en el creciente aislamiento de la dictadura; y en la existencia de dificultades en el seno de su propio aparato de poder.

Durante una etapa de su régimen, aproximadamente hasta 1981, la política económica de Pinochet facilitó el enriquecimiento de una minoría de la población; otros amplios sectores tuvieron esperanza en una mejora de su nivel de vida. Cuando estas perspectivas se hundieron, cuando el descontento empezó a generalizarse, la dictadura inició una operación liberalizadora. Hubo incluso un momento en que parecía que las amplísimas; movilizaciones populares iban a desembocar en una liberalización del régimen más o menos negociada. Sin embargo, la declaración del estado de guerra, en noviembre pasado, significó más bien un nuevo golpe: para enterrar los brotes de democracia. Pinochet ha reforzado desde entonces el terror. Frente a una sociedad cada vez más desesperada, con una miseria y paro crecientes de las masas trabajadoras y un descenso del nivel de vida de la clase media, la dictadura se mantiene sólo gracias al apoyo de las fuerzas armadas, principalmente del ejército de tierra. Esta situación pone de relieve hasta qué punto es errónea la política de EE UU en la cuestión chilena, tal como la definió el secretario de Estado adjunto, Langhome Motley, durante su reciente visita a Santiago. Sus consejos a la derecha de la Democracia Cristiana fueron que debía negociar con Pinochet, aceptando el marco fijado por éste, y romper toda relación con los comunistas y con la izquierda de la oposición. Pero la realidad chilena va por un camino diametralmente distinto. Una prueba clara es la actitud crítica de la Iglesia; la colaboración en los sindicatos, en la Universidad, entre comunistas, cristianos y otros sectores socialistas y democráticos.

La única estrategia que puede acercar el triunfo de la democracia es aislar a Pinochet, promover una toma de conciencia incluso en las fuerzas armadas; y para ello, irealizar la unidad más amplia posible de todas las fuerzas democráticas. EE UU tiene posibilidades de presión imuy eficaces sobre la situación chilena. Si la siguen utilizando en un sentido continuista, para prolongar la dictadura, las consecuencias pueden ser graves. Después ole los últimos crímenes, la oposición prepara nuevas acciones de masas; contarán con la solidaridad de las fuerzas democráticas de España y de Europa en general. Pero una dictadura atrincherada en métodos terroristas puede durar; eso sí, sembrando la desesperación y vientos de violencia incontrolados en el país. EE UU dice temer la repetición de una experiencia inspirada en el sandinismo. Pero su postura contribuye a provocarla.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_