Marc Chagall un avanzado de la vanguardia artística del siglo XX, murió ayer en Francia a los 97 años
Marc Chagall, pintor francés de origen ruso, murió ayer a los 97 años en Saint-Paui-de-Vence, al sur de Francia. El artista, uno de los grandes creadores del siglo XX, residía en la citada ciudad desde hace más de 20 años. Su figura es una de las más importantes de la vanguardia de este siglo. Chagall, cuya obra se expone hasta el próximo domingo en la Royal Academy of Arts de Londres (véase EL PAIS del 20 de febrero), falleció a consecuencia de una enfermedad cardiaca. Hace un mes se le vio paseando por la localidad en la que vivía. Era obvio que uno de los gigantes del arte del siglo se hallaba en sus horas finales
.Ha muerto Marc Chagall con las botas puestas y en plena apoteosis de éxito popular, pues justo en estos momentos sigue abierta la magna exposición retrospectiva que ha dedicado en su homenaje la Royal Academy de Londres. He sido personalmente testigo de las largas colas a la intemperie de la multitud innumerable de entusiastas seguidores, que no se arredraban ni ante la nieve del frío febrero londinense para admirar la obra de este ruso, de raza hebrea, nacionalizado francés. Tal entusiasmo popular por la obra de un vanguardista histórico es algo excepcional, que además no se ha producido con casi ningún otro artista contemporáneo, salvo quizás con Picasso y Dalí, aunque por distintas razones. Porque a Chagall le han amado aquellos que rechazan la vanguardia e incluso los que no han mostrado jamás por la pintura en general.
¿Por qué? Es muy sencillo: Chagall llega, sin pudor ni rebozo, directamente al corazón de los hombres sencillos. La fórmula es la siguiente: temas sentimentales y religiosos, fantasía lírica y un folclorismo sincero, favorecido en su caso por el toque exótico propio de un judío en las estepas orientales de la lejana y misteriosa Rusia. Chagall no tardó, por lo demás, en zambullirse en la naciente vanguardia, pero más por amor a la libertad que ésta proporcionaba a su ardiente imaginación, que por búsquedas experimentales.
Marc Chagall era uno de los vástagos de una numerosa y humilde prole provinciana. En medio de las dificultades, agravadas por el fuerte sentido antisemita de la Rusia zarista, supo mantener la lección paterna: un incondicional amor a la vida. La Rusia de comienzos de siglo era un hervidero de ideas revolucionarias, que contaminaron también a las artes, lo cual predispuso al joven alumno de las escuelas artísticas de Vitebsk y San Petersburgo hacia las novedades de la vangüardia, entonces en su fase inicial, pero el centro dinámico de ésta estaba entonces en París y allí se dirigió Chagall en la temprana fecha de 19 10. En París, este joven apasionado y admirativo pudo conocer directamente el desarrollo primero del cubismo y pronto aprovechó las posibilidades compositivas de éste último, mezcladas, eso sí, con un sentido del color violentamente fauve, pues era, al fin y al cabo, un temperamento decididamente expresionista.
Una fuerza
Con todo, más que fauve o cubista, Chagall era una fuerza, un mundo, una cultura, un caudal de sentimientos. Quiero decir que le encantaban las actitudes rebeldes de los vanguardistas, que tenía una aguda sensibilidad para entender su libre experimentación, mas él no sacrificaría nunca su propia identidad poética a causa de estas o de cualquier otra pesquisa puramente analítica. Era un naif, un naif de la vanguardia. Aunque acudió a la llamada de la revolución rusa. entonces sentida como una esperanza de salvación para toda la Humanidad, y, por tanto, volvió a su propio país natal, donde residió de nuevo durante ocho años, entre 1914 y 1922, Chagall acabó residiendo definitivamente en Francia.Además de utilizar los recursos expresivos de la vanguardia, Chagall quedó pictóricamente fascinado por un artista como El Greco. Se comprende fácilmente esta seducción, porque si el maestro greco-español era de una estirpe psicológica y un nivel cultural mucho más complejos, su exotismo orientalista, el profundo sentido religioso, el uso del color ardiente y las atmósferas fantasmagóricas tocaron de lleno las fibras del alma eslava y el sentido mesiánico alucinado del judío Chagall.
Por eso, aparte de los valores como colorista soberano y compositor de escenas llenas de ritmo unitario y fulgurante brío, en Chagall siempre predominan los valores argumentales. Son, pues, sus temas los que siguen interesando, aunque ese interés pueda ser interpretado en niveles distintos: por un lado, está el riquísimo material etnográfico que el caudal de sus símbolos, fruto del entrecruzamiento de culturas, ofrece; por otro, está esa calidad cordial con que insufla de lirismo y melancolía cualquier cuestión, haciéndose inteligible a todo tipo de gentes.
Es verdaderamente una lástima, en fin, que este vitalista desbordante no haya logrado cumplir la cifra mágica de los cien años, pero ha quedado muy cerca, porque, a sus 97 años, ha muerto como casi siempre había vivido: en medio del afecto desbordado de todo el mundo, en medio de una actividad a la que le impedía su inagotable energía.
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