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Aguirre, 25 años después

No conocí al lendakari Aguirre. Había muerto hacía muy poco cuando ingresé en la organización en la que milité en mi juventud. Recuerdo, sin embargo, muy bien el respeto de mi padre, gudari, hacia el líder que poco antes de estallar el conflicto reunió a un importante grupo de jóvenes de Archanda para decirles, simplemente, que estuvieran preparados porque algo grave parecía venir. La imagen de Aguirre, en consecuencia, en mi caso, está íntimamente unida a la guerra, algunos de cuyos escenarios visité con mi padre, guía imnejorable para aquel niño curioso de siete años.Aguirre era en mi casa el dirigente venerado, el orador infatigable, el hombre recto. Pero era también, y no sólo él, un hombre de paz. Aguirre y su generación constituyeron hombres que, pese a haber tomado parte activa en una agria guerra, dejaron buen sabor de boca para las siguientes generaciones. Habían luchado con dignidad, pero, además, era comúnmente admiItido que el Gobierno vasco presidido por Aguirre había logrado evitar los desmanes y atrocidades tan propios de la retaguardia, y que, en definitiva, aun estando en guerra, en casa supo mantener la paz. Permítaseme obtener así un par de conclusio nes: una actitud de rechazo del nacionalismo vasco representa do por Aguirre con respecto a la violencia, así como la confianza que hemos recibido en el auto gobierno. La convicción, en de finitiva, de que los vascos éramos capaces de caminar con vida propia y en paz.

La actitud contraria a la violencia, salvo en los casos de legítima defensa -y aquí se nos planteó a algunos vascos más de un problema de conciencia-, resultó decisiva cuando los dirigentes del partido hubieron de enfrentarse con los jóvenes dispuestos a dar un paso al frente en este terreno. Pero el rechazo de la violencia como medio de lucha, por más que en algunas ocasiones se permitieran o animaran determinadas veleidades, resultaba una constante en los hombres de aquella generación. Al margen de las razones éticas, en la generación de los hombres que hicieron la guerra se planteaba un problema fundamentalmente político y de eficacia: dificilmente podrían ganar una guerrilla unos muchachos en condiciones polí ticas adversas, cuando no habían conseguido ganar la guerra los gudariak en un contexto político bien diferente. Además, comen zar por el camino de los hechos violentos era tarea fácil. Ya no tanto, una vez iniciada, saber controlarlos y, llegado el momento, poder realizarlos. El tiempo ha sido testigo de que no les faltaba razón.

La segunda conclusión hace referencia a algo importante: la confianza en nosotros mismos. Saber que los vascos tuvimos un Gobierno autónomo, en plena guerra y con dificultades de todo orden -las mayores que puedan imaginarse- y que, pese a todo, aquel Gobierno funcionara y diera ejemplo a todos de eficacia, orden y dignidad, sería un ejemplo que ha perdurado en la memoria colectiva de muchos vascos. ¿De qué no íbamos a ser capaces en el futuro si habíamos podido demostrarlo en los momentos más dificiles del pasado? No era casualidad que el Gobierno vasco fuera esperado con la mayor de las ilusiones: Aguirre y su generación, pese al poco tiempo, lo habían introducido en la memoria de modo definitivo.

Hemos pasado algunos momentos difíciles, y tampoco son fáciles los que nos esperan, pero tenemos que recuperar la confianza en nosotros mismos y volver a levantar la cabeza. Cuando, mirando hacia atrás, constatamos que hemos llegado hasta aquí, no podemos sentir más que orgullo. Plagados de dificultades, en un momento de crisis económica brutal, rodeados de incertidumbres y temores, este país está nuevamente en marcha. Y cuando observamos la metodología, los criterios y la actitud con la que se ha hecho todo esto, hemos de ser lo suficientemente humildes para reconocer que las pautas políticas dadas por la generación de Aguirre han sido decisivas. En realidad, hemos inventado muy poco: ellos nos dieron el antecedente del estatuto y la lección política de que para que los vascos fuéramos libres, también lo tendrían que ser los demás.

Si a esto le añadimos la voluntad de salir de la crisis económica en la que nos encontramos, hallaremos la fórmula en la que, estoy seguro, podríamos coincidir la inmensa mayoría de los vascos: paz, progreso y libertad.

Me adelantaré a una crítica: no son meras palabras, sino que hoy mismo constituyen el esbozo de un proyecto nacional vasco. Obligados por la lucha en la conquista de las cotas de autonomía imprescindibles para funcionar, no hemos tenido la suficiente tranquilidad para pensar sobre nosotros mismos y reflexionar. O dicho de otro modoya no se trata tan 01o de lograr autonomía, sino, además, de saber muy bien qué hay que hacer con ella.

Hoy el problema de la búsqueda de la identidad vasca no es únicamente un problema de acercamiento al pasado perdido, sino, fundamentalmente, de encontrar el camino por el que el pueblo vasco puede caminar en el futuro. Nuestro problema no es tan sólo de conseguir recobrar para nosotros, sino de ser capaces de dar a los demás. Euskadi como proyecto depende fundamentalmente del protagonismo histórico que los vascos estemos dispuestos a asumir. No depende únicamente de los demás, sino fundamentalmente de nosotros, los propios vascos. Y, en este contexto, Europa no es un reto insoslayable, que la generación de Aguirre, una vez más, supo prever y constatar.

Aguirre es, pues, para mí, el antecedente, el punto de referencia ineludible. A la vista de los años posteriores, de la experiencia sufrida, de los antecedentes vividos, ¿quién puede hoy dudar de la altura política de los hombres de aquella generación? En el 25º aniversario de la muerte del primer lendakari del Gobierno vasco, este artículo ha pretendido ser una muestra de gratitud y reconocimiento, humildad y respeto.

José Antonio Ardanza Garro es presidente del Gobierno vasco.

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