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FALLAS DE VALENCIA

Estampas de toreo caro

ValenciaEl toreo bueno es muy caro de ver, y por eso se produjo con cuentagotas en la corrida fallera de ayer. Cada diestro de los llamados del arte mostraba su estampa fugazmente, y la guardaba luego con recelo, no se la fueran a plagiar. No todos fueron igual de cautos. Había mucha distancia, por ejemplo, entre la relativa generosidad de Antoñete, Curro (con el capote) y el otro Curro, y la cicatería absoluta de Rafael de Paula. Éste no se fiaba ni un pelo.

De manera que las caras esencias del toreo puro se producen con cuentagotas. Y para ver toreo a chorros hubo que esperar a que apareciera, al final, Luciano Núñez, pero, hecha abstracción de sus méritos -que los tuvo-, daba olor un poco de garrafa. El toreo de arte tiene otro aroma. Luciano Núñez salió, como dicen,a por todas, y se afanó en lances de capa y en profusión de muletazos de pie o de rodillas, buenos o malos daba lo mismo, pues el caso es darlos, bien seguidos. Ligó muchos de ellos y es cierto que construyó toda la faena en una pequeña parcelita donde dominó plena- mente al extraordinario toro que le cayó en suerte. Ganó un triunfo amplio, legítimo, y suya fue la única oreja de la tarde.

Plaza de Valencia

18 de marzo. Sexta corrida de feria.Toros de Socorro Sánchez Dalp, de discreta presentación, con casta. Antoñete. Pinchazo, estocada corta y dos descabellos (vuelta). Curro Romero. Estocada caída (bronca). Rafael de Paula. Estocada delantera perpendicular baja (bronca). Curro Vázquez. Estocada corta atravesada (petición y vuelta). Pepe Luis Vázquez. Bajonazo (algunos pitos). Luciano Núñez. Estocada caída (oreja).

Había brindado ese toro a An- toñete, lo cual constituyó un bonito detalle, pues el maestro de Madrid se despedía ayer de la afición valenciana, y además cuajó algunos muletazos que se inscriben en la cumbre del arte. Sus verónicas de recibo resultaron excelentes pero el ayudado por bajo, rodilla en tierra, que instrumentó en lo medios, puso al público en pie. Mientras el público se ponía en pie de un brinco y coreando un ¡ole! que hacía crujir la plaza, Antoñete perdía el equilibrio y caía de bruces. Antes de que llegara al quite el revuelo de cuadrillas y capotes, ya se lo había hecho él mismo, echaba la muleta abajo en un nuevo ayudado, sacaba a relucir el genio que atesora y reemprendía la faena, majestuoso y profesoral.

Luego le faltó ánimo para templar la encastada embestida del toro. En realidad, le faltaba juventud, porque coraje y torería los tiene en plenitud. Entre enganchones diversos, ligó muy bien una serie de redondos y otra de naturales, el cambio de mano lo instrumentó perfecto, y el de pecho, hondo, de cabeza a rabo.

Apenas había saltado a la arena el segundo cuando la gente ya hacía rechifla de Curro Romero: "¡No te escondas, sevillano!", y otras impaciencias. A los gritos de "¡ármate!", Curro contestó "iosú!", como corresponde. También contestó abriéndose de capa y meciendo tres verónicas y media, para asombro del personal. Aún mejoró la versión quintaesenciada de la verónica en el quite, y allí fue la locura. Curro estaba hecho un legionario. Más que pasodobles le deberían haber tocado marchas militares. Se llevó el toro a los medios, citó para el toreo en redondo, pero un gañafón impresionante del animal, apuntado a la axila, le desbarató su recién estrenado espíritu guerrero. De manera que macheteó por la cara, a prudente distancia.

Otro asombro en la tarde lo produjo Rafael de Paula a continuación. Parecía imposible que, citando tan lejos del toro, le alcanzara la cara con la muleta, para trapacearlo de pitón a pitón. Tiene mérito. Para entonces, el público estaba un poco mosca con los toreros del arte, y hubo de ser Curro Vázquez quien los redimiera, lanceando muy reposadamente de capa y construyendo una faena de muleta decorosa en conjunto aunque llena de detalles de toreo caro un trincherazo, un ayudado a dos manos, el pase de la firma; en fin, el gusto del bien torear.

El gusto del bien torear es también patrimonio de Pepe Luis Vázquez. Sin embargo no trasciende en absoluto. Pepe Luis sale a torear como de puntillas, como pidiendo perdón por la osadía. Acopla el pase a las condiciones del toro, lo instrumenta con pureza, y ésta es una honestidad irreprochable, pero debe tener en cuenta que el toreo es también espectáculo, y el torero, actor a su manera, al servicio del público. En el juego de la lidia es rentable teatralizar hasta el miedo. Tras unas series decorosas de redondos y un intento de natural, que el áspero toro no aceptaba, Pepe Luis cuadró mediante unos extraordinarios ayudados por bajo a dos manos, pegó un sartenazo, y fuese, tan de puntillas como había llegado.

El sucesor de Honrubia

Otro pasaje brillante en la corrida "del arte" lo protagonizó Manolo Bonichón, al banderillear al primer toro. Lo hacía en la escuela de Honrubia, uno de los más famosos banderilleros que ha dado Valencia. Avanzaba al toro relajado y lento, dejándose ver, entraba en jurisdicción con temple, cuadraba en la cara, prendía en lo alto y salía de la suerte al paso. Hubo de saludar montera en mano.El joven Bonichón, a quien también llaman Montoliú, valenciano, tiene un gran futuro, por su sentido de la colocación y su sobria eficacia. Ya lleva anotados muchos éxitos en Valencia y otras plazas. Estuvo en la cuadrilla de El Soro y, como éste diestro banderillea, apenas se le podía ver en el tercio. El año último toreó a las órdenes de Paco Ojeda. Y este año le ha fichado Antoñete. Buena vista la del maestro.

Cuando ayer Bonichón le andaba al toro, se hacía un silencio expectante y en segundo tercio se llenaba de solemnidad. En la "corrida del arte", el excelente banderillero valenciano era otro artista dispuesto a categorizar las suertes y ofrecer espectáculo. Aquella conseja de taurinos según la cual "los subalternos deben pasar desapercibidos" quedaba una vez más desautorizada. Los subalternos sólo deben pasar "desapercibidos" cuando no saben torear, o cuando les da miedo hacerlo. En el lado opuesto del valenciano estuvo la cuadrilla de Pepe Luis Vázquez, un desastre en la brega y con los palos, que además de malear al toro avinagraron al público.

La corrida estuvo a punto de suspenderse porque autoridad y veterinarios no aceptaron los toros anunciados, de Manuel González. La empresa argumentaba que no había otros y cuando ya el presidente, Jacinto Acosta, se disponía a extender el acta de suspensión, aquella advirtió que nuevos toros venían de camino. En efecto, en El Saler había encajonada una corrida de Socorro Sánchez Dalp, esposa del ganadero anunciado, que trasladaron de urgencia a los corrales de la plaza y fue la que definitivamente se lidió. El festejo estuvo rodeado de gran expectación, acentuada por la incertidumbre de su celebración. Finalmente, lo que se vio, aunque no fuera mucho, mereció la pena.

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