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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Lección magistral

Nastasia Filipovna.

Sobre El idiota, de Dostoievski, adaptación de Andrzej Wajda

Intérpretes: Jerzy Radzilowiez y Jan Mowicki, del Stary Teatr de Cracovia. Escenograria de Krystyna Zachwatowicz. Dirección: Andrzej Wajda. V Festival de Teatro. Sala del Mirador. Madrid, 15 de marzo de 1985.

Rogóchin y Mischkin velan el cadáver de Nastasia Filipovna. En la novela de Dostoievski El idiota son cuatro páginas de texto; la adaptación de Wajda, con los actores Jerzy Radzilowicz y Jan Mowicki, es una hora de representación: alucinada, pasional, tensa. Rogóchin es el asesino enfermo, de "cerebro inflamado", que ha apuñalado a la mujer con que se había de casar el príncipe Mischkin, delicado, bondadoso, epiléptico, idiota. Sobre esta escena y las relaciones que reúnen a los tres se han escrito millares de palabras. La representación que hacen de ella estos actores y la fascinación que brota del escenario lo supera todo.La palabra escenario es inexacta. Es la sala de Rogóchin, y en ella se sientan los espectadores: no existen. Pasa todo como sin ellos, sin nosotros. Lo que llamaríamos hoy hiperrealismo trasciende a la magia. El quinqué da su verdadera luz de petróleo y desprende su humillo negro: ilumina la acción, junto a las velas. La botella de champaña se descorcha con su taponazo seco, y la espuma chorrea en las copas.

El afilado cuchillo curvo que ha matado a Nastasia parte el pan tierno que comen los dos hombres en una extraña comunión. Rogóchin friega duramente el suelo con un cepillo de raíces para borrar la sangre vertida, se echa el agua encima, se tiende sobre el charco. La alfombra es polvorienta; los libros, leídos; las cartas están jugadas.

Dentro de esta verosimilitud absoluta, los dos actores pasan su extraña noche, condensada en una hora a vista nuestra: somos lo ínexistente, lo falso, lo teatral, los intrusos.

Sin embargo, hay algo en todo ello de exhibición, de gran muestra de talento. Las facultades de los actores son increíbles, y esa misma incredulidad de lo que no se puede hacer, de lo que es físicamente imposible de conseguir en una representación, es lo que da la medida necesaria para la contemplación: el margen del teatro. No se puede olvidar que el día antes se ha visto a Radzilowicz haciendo el papel de Raskolnikov, que en todos los estudios sobre Dostoievski se considera como el opuesto a Mischkin (Raskolnikov, o el Anticristo; Mischkin, o Cristo), no solamente en el fondo moral, sino en clase social, indumento, maneras, costumbres, comportamiento; y que en los dos papeles el verismo es máximo.

No se puede dejar de ver en Mowicki una preparación física, una educación de la voz, un trabajo de interiorización, una forma de interpretar una situación límite sin caer en lo truculento.

Precisamente en esta forma de creer en lo representado, de ver el trozo de vida, de conmoverse con la acción y al mismo tiempo de saber que es un trabajo, advertir la sabiduría de la narración escénica hecha por el director y la admiración sin límites al trabajo de los actores sabiendo que es un trabajo, reside el gran teatro. Es una lección magistral.

Se deplora no comprender el idioma. No basta con conocer la acción, la novela que da origen a todo o la naturaleza de los personajes que tienen su sitio en la narrativa universal. Este placer del teatro se ha de multiplicar para quien conozca las palabras. El que no, puede caer en el error común de decir que no importan, que la expresión escénica y la interpretación es suficiente; lo cual puede conducir a muchos errores contemporáneos.

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