Un mal comienzo de año
LAS PRIMERAS cifras del año de la economía española no animan al optimismo. Aunque persistan algunos síntomas de reactivación, el jarro de agua fría de los indicadores del mes de enero muestra a las claras que el camino no va a ser precisamente de rosas. El repunte de la inflación y el ininterrumpido aumento del paro colocan en cuarentena cualquier hipótesis lineal sobre una economía situada en la senda del crecimiento sostenido y apagan cualquier tentación triunfalista de los medios oficiales. Quizá el mejor dato coyuntural de enero sea la evolución de la balanza de pagos, que mantuvo su tendencia al equilibrio con un incremento de las divisas de casi 500 millones de dólares, a resultas del mantenimiento de la reducción del déficit de la balanza comercial y de un importante crecimiento de los ingresos por turismo.Que el índice de precios al consumo (IPC) del mes de enero creciera un 1,8% significa que la inflación no está controlada. Al iniciar el ejercicio durante el cual el Gobierno se propone rebajar en dos puntos el proceso inflacionista (el objetivo anunciado es un 7%.), los precios han aumentado en enero de 1985 cuatro décimas más que en enero de 1984, año que registró una inflación del 9%. Es cierto que todavía quedan 11 meses para enmendar la plana y que el principal causante de esta fuerte subida ha sido el componente alimenticio (que representa el 40% del índice de precios y que ha estado mediatizado -pero sólo en parte- por las heladas del período). También hay que contar probablemente con las repercusiones sobre enero de 1985 de la inflación que fue embalsada a finales del pasado ejercicio para no rebasar el 9% oficial de¡ año 1984. Pero esas explicaciones no hacen sino ratificar que los éxitos para doblegar la inflación pueden ser aparentes y que, en cuanto se levanta la guardia, el proceso vuelve a ponerse en marcha.
Por lo demás, no parece que la coyuntura permita seguir librando la lucha contra la inflación por el frente de los salarios. Con independencia de sus negativas repercusiones sobre la conflictividad social, la receta de atacar las tensiones inflacionistas mediante los reajustes de las rentas de trabajo puede agotar su eficacia por culpa de sus contraindicaciones respecto a la demanda. El consumo interno ha sido negativo y las perspectivas de comercio exterior para el año en curso -pese a la evolución del dólar- no son tan buenas como en 1984. Existen preocupantes indicios de que el tirón sobre nuestras exportaciones producido por la pasada mejoría del comercio mundial puede ceder en un inmediato futuro. Si el consumo y la inversión no remontasen, la economía española podría ofrecer tasas menores de inflación, pero su encefalograma sería plano, es decir, no habría crecimiento alguno.
Las cifras de paro tampoco invitan al optimismo. Aunque algunas interpretaciones oficiales realicen lecturas distintas de los análisis del desempleo, a fin (le alcanzar conclusiones menos desanimadoras, la realidad es terca y no acepta fácilmente consuelos. Una de esas versiones se aferra a la hipótesis según la cual el crecimiento de la producción en determinadas regiones y el aumento del consumo de energía eléctrica revelarían una ampliación de las zonas de economía sumergida, creadoras de puestos de trabajo no declarados. Otras interpretaciones estiman que el Gobierno, en los primeros jirones de la precampaña electoral, somete las cifras de paro a operaciones de embellecimiento.
Probablemente la senda de la economía de nuestro país es complicada y no existen recetas mágicas. La soberbia en estos casos suele ser mal consejera y la prepotencia puede ser la antesala del fracaso. Quizá en estos momentos convendría volver a pensar que puede ser arriesgado no enfrentar sinceramente al país con sus auténticas realidades. Y en este sentido no sería desconsejable fijar más la atención en los dispendios que se realizan desde los presupuestos públicos. El gasto público sigue siendo para la Administración socialista la asignatura pendiente.
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