Pasión por la vida y meditación sobre la muerte
Cuando entre 1931 y 1932 aparecieron las primeras obras de Salvador Espriu, las novelas cortas y El doctor Pip y Laia (olvidarnos como pecado de juventud -15 años- el texto Israel, el único que llegó a escribir en castellano) o pasaron desapercibidas o recibieron críticas no demasiado comprensivas por parte de los críticos adictos a la estética que imperaba desde hacía 20 años: el novecentismo. Aquello que escribía el joven estudiante de Derecho se alejaba, perceptiblemente, de los postulados temáticos y estilísticos trazados por los grandes maestros y era visto con comedida prevención. Los textos que seguirían, el libro de cuentos Aspectes (Aspectos), la excelente Ariadna al laberint grotesc (Ariadna en el laberinto grotesco), la novela breve Miraige a Citerea (Espejismo en Citerea) y, ya en plena guerra, Letízia, Fedra, y en un canúno ascendente que le llevaría a ir prescindiendo cada vez más del argumento para acercarse a la condensación lingüística, los poemas en prosa Petitesproses blanques (Pequeñas prosas blancas), recientemente reeditados, acentuarían y corroborarían esa diferencia y presentarían en génesis y de manera aún poco concreta, los nuevos caminos por donde se regeneraría la literatura catalana. Espriu, sin haber escrito aún sus mejores obras, ya presentaba sus rasgos más singulares y consolidaba los matices de sus preocupaciones literarias más inmediatas.En el centro de interés, un tema que inauguraría su presencia pública: la muerte, ya existente en el monólogo de El doctor Rip, una muerte entendida como aprendizaje para la vida. Si la vida está tiranizada por la autenticidad de su final, que es inexcusable, sólo la aceptación de esta caducidad puede dignificarla y restituirla a su magnitud exacta y a su más estricto sentido: el etéreo. Cualquier otra actitud representa una deformación que ridiculiza la vida del hombre. Es precisamente la negación de la muerte o su ignorancia la que convierte al hombre en un ser grotesco, envanecido y desmesurado que actúa como un muñeco.
Mundo popular
Este es en cierto sentido el segundo aspecto de su obra, especialmente la anterior a la guerra: la constancia de los seres arquetípicos desprovistos de personalidad. En Aspectes encontrarnos los elementos del mundo popular, con una recreación de mi tos antiguos (que será una constante) y una cierta sátira social. En Ariadna al laberint grotesc, estos ninots pasean por el laberinto de la vida y van descubriendo su aspecto deformado a través de una especie de método esperpéntico que los retorna a su carácter genuino. En todas estas obras encontramos la voluntad de revulsivo que, como asegura Joan Fuster, es una necesidad de "comunicar su severa visión del mundo para que sirva de cauterizador moral" (no hemos de olvidar que, ante todo, se trata de un poeta y una poesía "ética"). Si el hombre no acepta su condición mortal y se parapeta detrás de un engaño reiterado, que lo ridiculiza, el trabajo del escritor es el de retornarlo a la realidad verdadera.Pero se trata de una muerte aún no patetizada, vista más como espectáculo, como paisaje, que no en todas sus dimensiones de estructura. La guerra, y más -tarde la posguerra, con la muerte como protagonista, harán mucho más grande esta meditación. Será, salvando las distancias generacionales, la misma evolución de Joan Fuster, en quien la mordacidad fresca y corrosiva de las Decapitacions se convertirá después en una pesimista ironía. En el caso de Espriu y otra vez en boca de Joan Fuster se pasará (le un patetismo caótico a un patetismo elegíaco que incorporará el valor colectivo.
Amargura
Poéticamente Espriu se estrena con Cementiri de Sinera (Cementerio de Sinera) en 1946, el cual inicia un nuevo ciclo sobre la muerte y Les caneons de A riadna (Las, canciones de Ariadna), en 1949, prolongación de la intencionalidad satírica de las primeras prosas. Pero como decíamos, el cedazo de la guerra ha hecho esta sátira más amarga. Dirán Castellet y Molas: "toda la capacidad crítica, humorística y moral manifestada en las obras en prosa, transformada en meditación de la muerte a causa de la tragedia de la guerra, y de la destrucción de los seres amados, está expresa aquí en forma poética". Otra vez la intención es inquietar, interrogar, intranquilizar la vida del lector para que éste se interrogue.Cementiri de sirera, Les hores (Las horas, 1952) y Mrs. Death (1952), que repite la idea barroca del mundo como un teatro, en el cual los muñecos reivindican el derecho al descanso, al final de la farsa, son las tres obras básicas de ese ciclo que no queda cerrado. Si bien la idea de la muerte estará presente en toda su obra posterior, estos tres libros de poesía son por excelencia la meditación sobre dicha muerte (una muerte que no representa la eternidad sacralizada sino la destrucción), además de que incorpora un nuevo elemento básico en su concepción del mundo: la lengua. En Les hores, el poeta es una especie de: nuevo Prometeo que hace donación a los hombres del único don que les puede salvar como colectividad: el lenguaje. Un lenguaje que los identifica, los singulariza y los dignifica.
Pero es El caminant i el mur (El caminante y el muro, 15154) la obra que ya insinuará su estilo y sus preocupaciones más consolidadas. Desde una visión siempre ética el autor tomará partido en la realidad que padece como hombre y como integrante de una nación, y, después de los primeros años de incertidumbre, su poesía adquirirá un claro compromiso social. Previamentepublica Final del laberint (1955), donde encontrábamos símbolos típicos de su imaginería poética (algunos extraidos de Rosselló-Pórcel como el árbol o el fuego) y donde se plantea la relación mística.
En 1959 es una fecha importante en la evolución de la cultura catalana. Además es el año de la muerte de Carles Riba (con todas las connotaciones literarias que tuvo el hecho) es el momento de la publicación de Vacances pagades (Vacacionespagadas) de Joan Oliver y La pell de brau (La piel de toro) de Salvador Espriu. Las dos obras significan una clara regeneración y una ruptura aunque más, como afirma Molas, por la diferencia de intencionalidad política y contenido conceptual que por las formulaciones estrictamente poéticas. Muchos críticos han considerado La pell de brau como el gran Ebro de la guerra civil española, en el cual hay una cierta llamada al diálogo y a la comprensión entre los diferentes pueblos que habitan Sepharad (nombre que los hombres sefárdíes dieron a España): Yes quesiguin segurs e1s ponts del dialeg i mira de comprendre i estimar les raons i les parles diverses dels teus fills" ("Haz que sean seguros los puentes del diálogo/ y mira de comprender y amar/ las razones y las lenguas diversas de tus hijos"). Una llamada que cae en el vacío y que repliega al poeta en su mundo catalán, ahora con. pocas esperanzas de diálogo: es El llibre de Sinera (El libro de Sinera), considerado por Joan Triadú como la obra de plenitud, donde Arenys de Mar (Sinera es la palabra Arenys invertida), símbolo constante de su infancia pasa a representar toda Cataluña, una Cataluña devastada y desolada, que otra vez, sólo puede perpetuarse y salvarse como pueblo a través de su idioma. Tal como asegura Joan Triadú, de la poesía y de la temática políticas hemos pasado a la poesía de moral de patria.
La misma idea encontrábamos en su mejor obra teatral y una de las mejores de la dramaturgia catalana: La primera historia de Esther, gran monumento a la lengua en el cual la realidad nacional es presentada a través de la mitología y la historia hebrea (Joan Fuster ha considerado la recreación de la mítica judía por parte de Espriu como una discrepancia ante las ínfulas grecolatinas de los noucentistas) y una otra vez aparece el horror y la absurdidad de la guerra entre hermanos, tema que ya era presente en las obras de 1938 y que amplía a cualquier lucha entre hermanos.
Su último Ebro en prosa, Les roques i el mar, el blau (Las rocas y el mar, el azul, 1981) vuelve a recrear la mítica griega y amplifica los personajes del universo de Sinera. El último de poesía, sin embargo, Per a la bona gent (Para la buena gente, 1984) no representa apenas una innovación porque sólo hay 14 poemas inéditos y la tónica del libro es la misma que teníamos en Setmana Santa (1971) o Per al llibre de salms d`aquests vells cecs (1967), recreación de un cuadro de Brueghel, y por tanto, no nos abre ninguna perspectiva nueva aunque sí hay una acentuada maduración poética.
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