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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La revolución contra el registro civiI

EL JUEZ de Cádiz que ha sentenciado en favor del reconocimiento legal de un cambio de sexo -de hombre a mujer- ha dado un primer paso que puede ser histórico. Y el fiscal de la Audiencia que ha hecho oposición a la firmeza de la sentencia representa una sociedad que se adhiere firmemente a un sentido de orden secular establecido y teme al caos de la introducción de la voluntad personal en un asunto de la naturaleza.Es, en efecto, difícil de comprender que el hecho de ser varón o hembra dependa de la decisión de cada uno, y también que la intervención en el quirófano sobre unos órganos genitales sea algo más que una cirugía plástica que consiga un simple aspecto diferente. El único cirujano que la practica declaradamente en España -antes se hacía habitualmente en Casablanca- ha asegurado en reiteradas intervenciones en la televisión (con disgusto dentológico de algunos de sus colegas) que antes de practicar lo que técnicamente es una castración se asegura de que su paciente tiene un alma femenina. Concepto chocante en una época en que se niega la diferenciación mental y moral entre hombre y mujer, lejos ya de concilios medievales, e incluso el valor de la palabra alma, aparte del uso común que se le da en religión.

La sociedad avanza rápidamente en el trance de admitir que una persona de un sexo determinado tenga el comportamiento de las del otro sexo (o el sexo opuesto, según la frase habitual). Los casos anteriores que se conocen de transexuales eran tan escasos que han pasado a la historia, aunque algunos anónimos hayan terminado en la hoguera. Pero hoy va siendo una práctica bastante común, y todo lo que se hace común pide su reconocimiento legal. En las alegaciones presentadas en Cádiz en primera instancia se han sumado informes psiquiátricos y biológicos, y actuaciones forenses, con la capacidad suficiente como para convencer al juez de la condición femenina del demandante. Cuesta, sin embargo, trabajo, desde el punto de vista del sentido común, admitir que un varón puede convertirse en hembra solamente con cambios externos -puesto que en los internos no hay sustitución posible: ni matriz ni ovarios ni glándulas son susceptibles de implantación- y obtener esa condición legal. A menos que, volviendo al comienzo se acepte el principio de voluntariedad y el posible derecho de cualquier persona a encajar en la sociedad, con todos los beneficios y las obligaciones correspondientes, con el sexo que le venga en gana, independientemente de que pase o no por manos de cirujanos, lo cual entra ya en el terreno de lo opinable.

Formaría parte de una especie de alzamiento en curso contra el registro civil. Hay ya muchas personas que se niegan a considerar que su estado figure en los documentos oficiales, especialmente las mujeres. En Estados Unidos se ha inventado la abreviatura Ms. para sustituir a las habituales Mrs. o miss, que indican, respectivamente, la condición de casada o soltera.

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En esta época en que se lucha denodadamente por las libertades menores en vista de que los temas universales son excesivamente confusos, la defensa contra el registro civil elevado a la condición de destino y de etiqueta indeleble aparece como una revolución en la que una de las primeras conquistas ha sido la supresión de las denotaciones de hijo natural, adulterino o de padre desconocido, acogida con satisfacción unánime: porque, efectivamente, una calificación artificiosa podría convertirse en destino adverso para el inocente (y se hace también así un reconocimiento implícito de la inocencia de sus progenitores). El problema está en otras cuestiones que afecten a segundas o terceras partes; es decir, que excedan del comportamiento habitual al que cada uno tiene derecho para afectar a otros. Es todavía bastante claro el derecho que asiste a quien se case con una mujer de saber sí lo es de nacimiento o por resolución quirúrgica y judicial (el ejemplo vale lo mismo sustituyendo los sexos), aunque sólo fuera por cuestiones de descendencia (y puede serlo por muchas razones más); como hay razones obvias para conocer previamente su estado civil. Es algo que sobrepasa los meros prejuicios burgueses que quizá inspiraron el registro civil. La ambición de no ser quien se es es bastante común y conviene respetarla. Pero todas las revoluciones tienen sus límites.

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