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Reportaje:

Vidas paralelas

Antonio Alonso y Víctor Ullate, dos bailarines en momentos diferentes de sus carreras con una visión muy similar de la danza

Gabriela Cañas

Antonio Alonso, primer bailarín de la compañía de danza española del Ballet Nacional, tiene 29 años, nació en Vallecas y es hijo de familia numerosa de seis hermanos. "Yo soy el mayor y el único que ha sentido esta vocación". Dice que cuando a los seis años decidió ser bailarín, viendo a Antonio Ruiz bailar en la televisión, su madre "se lo tomó a cachondeo". Hoy no queda más remedio que tomarse en serio a este bailarín. "Es una nueva figura importante; me gusta su personalidad y su gran atractivo", dice la directora del Nacional, María de Ávila.El éxito halaga y abruma al tiempo. "Hay mucha gente mejor que yo", dice Antonio. "Quizá ha llamado la atención mi forma de ver la danza. Porque mi técnica no es muy sólida y depurada, al haber tenido que trabajar desde muy joven. La danza es para mí interpretación, y la técnica -creo que es suficiente la que tengo- la pongo al servicio de la interpretación. Lo que doy al público es sensibilidad y sensaciones. Quiero que sientan algo cuando están sentados en el patio de butacas. En definitiva, creo que eso es la danza española: fuerte, poderosa, con raza".

Entre Víctor Ullate, bailarín clásico, y Antonio Alonso, bailarín español, hay más de una coincidencia. "Me encantaba la interpretación" dice Ullate, "y Béjart aprovechaba eso de mí. Hice Mercuccio y el Gaité parisienne". La danza, para Ullate, ha sido siem pre "todo, una necesidad, como para otros puede ser, la religión". El todo en la vida de estos dos bai larines significa literalmente todo.

Antonio Alonso empezó a los siete años dando clases con Mer cedes Liébana. A los 14 dejó la academia para irse con Antonio Fue su primer contrato y su primer año de profesional. Después le lla mó Rafael de Córdoba, con el que estuvo tres años y con el que fue ascendiendo pacientemente. Del cuerpo de baile, a solista; de solis ta, a primer bailarín. Bailó posteriormente con La Chana, de nuevo con Antonio, luego con Alicia Díaz y Juan Quintero y después con Antonio del Casti.llo, antes de volver con Rafael de Córdoba. Entró por oposición en el Nacional regentado entonces por Antonio Gades y después por Antonio Ruiz. Pero nuevamente Antonio Alonso cambió de aventura para formar una compañía propia, hasta que le llamó María de Ávíla.

Víctor Ullate se introdujo en la danza clásica a través de la academia zaragozana de María de Ávila. Ambos son hoy enemigos irreconciliables. Tras cuatro años de aprendizaje se fue a trabajar con la compañía de Antonio porque "hacía giras, y eso a mí me fascinaba". Fue el vehículo de Ullate para conocer en Londres al Royal Ballet o en Nueva York a la compañía de Balanchine o la de Kirov. El joven Víctor tenía las mañanas libres cuando andaba de gira con Antonio, y podía acudir a las clases de esas compañías por su cuenta. En España, entonces, el baile clásico era el gran desconocido. "Yo tenía 16 años y conseguí incluso algunos contratos, pero tenía problemas por ser menor de edad, y preferí volver a España".

La fatalidad de Ullate

Tenía Víctor Ullate 21 años cuando conoció a su gran maestro, Maurice Béjart. Un bailarín de Antonio le habló de él, que estaba bailando en el teatro de la Zarzuela, y Víctor se fue para allá. "En aquel entonces tenía una técnica maja, pero era un simple alumno de escuela". Era el último día de representación, faltaban unos minutos para que se levantara el telón, pero Víctor obligó literalmente a Béjart, a que le viera bailar, y éste, "yo creo que fascinado por mi espontaneidad y mí ilusión", le hizo un contrato meses más tarde.

La vida profesional de Víctor Ullate estuvo desde entonces, y hasta que aceptó, en 1979, la dirección de Ballet Nacional, indisolublemente unida a la de Béjart. Pero también a la fatalidad. Acababa de entrar en la compañía de Béjart y estaba en México dando clases cuando el maestro llamó la atención de sus alumnos para que se fijaran en el granjeté de Víctor. "En recompensa voy a crear un ballet para ti". Fue El pájaro de fuego, que tantas veces interpretara después Ullate para el público español. Pero el bailarín no lo pudo estrenar entonces porque sufrió una caída y su primera lesión grave. Tres años de inactividad, de muletas, de intervenciones quirúrgicas. En la última, el médico "me dio una oportunidad entre cien para volver a bailar, y la aprovechél; yo le dije: 'Usted póngame bien la rodilla, que ya me encargaré o de darle flexibilidad'". Hubo más lesiones, pero lo consiguió y fue el primerbailarín de la compañía, de Béjart y después volvió triunfante a España, como director del Ballet Nacional.

"Ser una figura de la danza es muy difícil, porque necesitas mucho apoyo", dice Antonio Alonso. "Sin publicidad ni propaganda no vendes un producto, y nosotros somos un producto. Un producto maravilloso, cultural, pero producto al fin y al cabo. Ni yo tengo dinero para promocionarme ni el Ballet Nacional va a invertir en elevar a una sola figura".

Si ambos bailarines aseguran no tener o haber tenido ambición de éxito, sí han ambicionado ser número uno en su profesión. "Mi padre me pagó durante siete años mis estudios de danza", dice Antonio Alonso, "pero siempre me exigió mucho. 'Si vas a ser mediocre en la danza, déjalo. Tienes que ser el mejor', me decía". "No, no me ha pesado su presión; mi padre quería lo mejor para mí. Nunca he intentado ser el mejor, pero sí ser bueno. No es duro, porque es algo que he amado toda mi vida. Me encanta esta profesión".

Una visión pesimista

"La danza es una superación constante, una enorme alegría llegar a casa después de haber conseguido hacer un paso", dice Alonso. "La satisfacción íntima del individuo te la llevas tú y no hay quien te la quite. Pero es verdad que toda esa satisfacción íntima no te serviría de nada si a la hora de salir al escenario el público no te respondiese. El aplauso del público es nuestro salarío real".

"Mi padre me dio siempre muchos ánimos para todo aquello que yo he emprendido", dice Víctor Ullate. "Se vino a Madrid cuando me echaron del Ballet Nacional, y si tengo esta escuela es gracias a él, que se movió para buscar un local. Siempre entendió que quisiera ser bailarín; siempre quiso que su hijo fuese feliz". En cuanto a los aplausos, Ullate dice que ya no los necesita. "Son muy bonitos, pero también ahora los recibo cuando termino la clase", y añade que ha rechazado varios ofrecimientos para bailar durante este tiempo, "porque no necesito salir al escenario".

Desde el escenario, o desde el digno retiro de la enseñanza, ambos bailarines tienen una visión pesimista de la danza en España. "Creo que la danza no recibe suficiente ayuda estatal. Tenemos un Ballet Nacional que recibe la subvención del Gobierno, pero hay otros muchos grupos independientes que por falta de apoyo no pueden hacer lo que realmente quieren y han de trabajar en salas de fiesta; yo también lo he hecho. El Estado podría ayudar a estas compañías, al menos hasta que consiguieran un primer contrato". En el baile español hay, según Antonio, grandes figuras con nuevas ideas que no tienen oportunidades. "El Ballet Nacional da oportunidad generalmente a la gente que ya tiene un nombre, pero pocas veces a los jóvenes con ideas".

Cariños y pesadillas

"Yo tengo muchas ideas", añade Alonso. "No tienen por qué aprovecharlas en el Ballet Nacional, porque igual no están a la altura, pero sí podrían interesar a otros grupos. Habría que empezar a marcar una pauta de baile nueva". "Los presupuestos del Ballet Nacional se han triplicado con respecto a la época en la que yo estaba", dice Víctor Ullate. "Yo creo que se podría hacer mucho y no se está haciendo nada".

Según Ullate, el número de personas que en España son algo en el baile clásico se puede contar con los dedos de una mano, y una compañía independiente es imposible de mantener. Todo ello no le impide pensar que la situación ha mejorado ostensiblemente, aunque hay "un mercado de academias de danza excesivo; no puede enseñar cualquiera", y añade: "De aquí a dos años habrá gente muy buena, como las niñas que estudian coninigo". En cuanto al Ballet Nacional, según Ullate, deja mucho que desear y, además, "nunca me han pedido ninguna colaboración". Las lanzas, a pesar del tiempo transcurrido, siguen levantadas. "Ullate ha dejado de bailar", dice María de Ávila, "y sus coreografias no son como para delírar".

Víctor Ullate, además de prepararse para el programa televisivo de despedida, no hace otra cosa que coreografias para sus alumnas, con las que está entusiasmado. Del Ballet Nacional guarda un mal recuerdo. "Fue como una pesadilla. Ahora no veo a nadie de aquella época, lo que indica que la gente te rodea muchas veces sólo para exprimirte". Por eso, ahora está entusiasmado, porque sus alumnas no sólo le aplauden, sino que "tengo un cariño de ellas que jamás he tenido por parte de los bailarines con los que he estado".

"La vida es muy injusta", opina Antonio Alonso, "pero la vida del bailarín es más injusta si cabe, porque no sabe hacer otra cosa más que bailar; los sueldos son bajos; la retirada, temprana, y la jubilación... Yo no tuve tiempo ni para hacer el bachillerato. Y ahora empiezo a trabajar a las nueve de la mañana y termino a las seis de la tarde. Y eso que yo soy un privilegiado".

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Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

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