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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La enfermedad de Chernenko

LA ENTREVISTA prevista ayer entre Andreas Papandreu y Konstantín Chernenko no ha tenido lugar. En términos protocolarios no era obligatoria: el jefe del Gobierno griego ha sido recibido y ha sostenido conversaciones con Nicolai Tijonov, que desempeña idéntico cargo en la URSS. Sin embargo, por varias razones políticas, era lógico y casi obligatorio un encuentro Papandreu-Chernenko. Otros jefes de Gobierno de menor importancia han sido recibidos por el máximo líder de la URSS. Por razones históricas y geográficas, Moscú ha cuidado siempre de una manera particular sus relaciones con Grecia. Desde que el PASOK, en 1981, ganó las elecciones, el Gobierno griego ha ocupado en la OTAN una posición discrepante de la política de EE UU y ha defendido las tesis soviéticas en diversas cuestiones internacionales. La anulación de la entrevista entre Papandreu y Cheirnenko se produjo a última hora; no hay, pues, otra explicación posible que el estado de salud del líder soviético. Todo esto podría no tener excesiva importancia, si el sistema soviético no rodease de un secreto absoluto todo lo referente a las enfermedades de sus dirigentes, y muy especialmente de la figura máxima del secretario generál del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y jefe del Estado. La consecuencia de este método absurdo y anacrónico, cuyo origen dimana de las épocas en que el poder estatal se consideraba de origen divino, son particularmente explosivas en la sociedad contemporánea, con la transparencia que la televisión implica, incluso a escala mundial. Ello engendra situaciones esquizofrénicas: el ciudadano soviético de a pie, si no escucha radios extranjeras, cree que Chernenko sigue trabajando normalmente. Mientras tanto, la Prensa mundial está pendiente de la enfermedad de éste, y en órganos extranjeros, dirigentes soviéticos, como el director de Pravda, Afanasiev, han reconocido que esa enfermedad era real.Lo extraño no es que una persona de 73 años sufra una dolencia u otra. Lo anormal es que tal enfermedad se convierta en secreto de Estado. Desde hace poco más de dos años se ha repetido con Breznev y Andropov la misma historia de un secretario general que no podía cumplir sus funciones durante una larga enfermedad, escondida oficialmente hasta el anuncio de la muerte. Los soviéticos suelen reaccionar con disgusto ante lo que califican de especulaciones sobre lo que ocurre en el Kremlin. Pero en realidad son ellos, con su opacidad informativa, los que ofrecen al mundo una imagen totalmente negativa de su dirección, presuntamente muy colectiva, pero que es incapaz de dar a conocer a los ciudadanos un hecho tan normal como la enfermedad que puede aquejar al dirigente del país.

Pero la cuestión más seria no es la de ese secreto excesivo que rodea al grupo dirigente de la URSS. En el trasfondo están las contradicciones, la lucha por el poder, en el seno de una dirección caracterizada por la edad avanzadísima de la mayor parte de sus miembros. En los dos casos anteriores, la gerontocracia impuso su ley: fue designado un dirigente aparentemente provisional, por edad y por enfermedad, dejando abiertas, por tanto las expectativas con vistas al futuro. Pero ahora dos factores dificultan la repetición del mismo desarrollo: la esclerosis del sistema exige unas reformas ineludibles y, por tanto, una dirección que tenga ante sí cierta perspectiva; por otro lado, la gerontocracia es cada vez más vieja, y sus miembros, menos viables; la necesidad de la renovación se hace más imperativa. Ello explica la relativa popularidad de la candidatura de Gorbachov, con sus 53 años, su prestigio de hombre dinámico, eficaz, con espíritu más abierto. Se le asocia a propósitos reformadores de estilo húngaro, por ambigua que sea esta expresión. Ante la elección de un Gorbachov, la gerontocracia y la parte más inmovilista del aparato pueden sentirse amenazadas en algunos de sus intereses y rutinas, lo que explica las resistencias a tal designación. El hombre duro de Leningrado, Grigori Romanov, puede representar, en ese marco, una alternativa con fuertes cartas en la mano. En todo caso, medidas que serían actualmente lógicas, como el nombramiento de un sus tituto de Chernenko, aunque fuese de modo provisional, y la preparación de una sucesión no basada en el secreto y la sorpresa, se hallan bloqueadas por las contradicciones cada vez más agudas en el grupo dirigente.

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