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Sexo y antropología

Domingo García-Sabell, en un artículo, Sexo y literatura, aparecido en este mismo diario (EL PAIS de 23 de septiembre de 1984), nos recuerda las claras desavenencias entre lo dicho y lo hecho. Refiriéndose a Gautier, y más concretamente a su Carta a la presidenta, nos ilustra cómo "la carta es realmente increíble por lo fuerte y duro del lenguaje y por lo fantástico de las proezas sexuales que en ella se describen". Sin embargo, testimonios posteriores -según el mismo García Sabell- avalan el escualido erotismo del autor de la avasalladora carta a la conocida cortesana madame Sabatier.En una u otra medida es frecuente encontrar estas exageraciones y fantasías en mentes menos literarias. Hay una sexualidad real y una sexualidad fantástica. Ese grosero requiebro que el hombre en su callejear lanza al paso de una mujer y que en su versión más lírica (por lo del perfume, como se verá) se expresa diciendo: "Te voy a dar un bocado en el coño que vas a miccionar colonia", forma parte, sin duda, de la sexualidad fantástica. La sexualidad real tiene un vuelo más rasante. Hasta chato. La sexualidad fantástica es a la sexualidad real lo que la ficción científica al realismo fotográfico literario. La ficción científica, la sexualidad fantástica, parte de una creación, de una irrealidad -que por muy conseguible y fácil de destronar que sea, la práctica hace siempre utópica, quimérica, inalcanzable, imposible- a la que desarrolla. La sexualidad real parte de una situación vivida y la reproduce fidedignamente, sin adornos ni omisiones. La sexualidad fantástica es productora incontenible de proezas y hazañas sexuales.

La sexualidad real más pacata también es más parca en la producción de heroicidades sexuales.

En antropología, a medida que se ahonda en la investigación del comportamiento sexual, el estudioso se da cuenta de las barreras infranqueables que se encuentra a cada paso. El cúmulo de dificultades, a todos los niveles, se hace insuperable hasta el punto de empequeñecer el mito de Sísifo. La observación se hace impenetrable hasta constituir rutina. Impenetrabilidad,insuperabilidad,infranqueabilidad, he aquí los tres jinetes apocalípticos de la antropología sexual, que, para su progreso, debe vencer continuamente el recato y la prosopopeya. Además, es fundamental que equilibre la información recibida para que en la transmisión posterior no haga de la inexactitud una norma.

La relación coital, por ejemplo, en un estudio de campo es mucho más difícil de comprobar que otras manifestaciones: adulterio, enfermedades venéreas, impotencia, partos, rituales de circuncisión, etcétera. Lo dificultoso de la observación hace que conozcamos solamente el brillo del matrimonio -en el caso de ser una relación coital matrimonial-, el mate, tan importante o más que el brillante fulgor de la superficie, nos queda vedado. Lugares, horas, formas, frecuencias, acercamientos precoitales y separaciones poscoitales obligan al antropólogo a hacer malabarismos para obtener información. La medicina ha institucionalizado al ginecólogo; la antropología no ha creado una figura paralela.

Del adulterio y del concubinato cabe la recogida de datos en cuanto uno y otro sean la expresión de un comportamierirnto social. En el momento que el comportamiento social se traduce en comportamiento sexual, cuando adulterio y concubinato son la ejecución viva del comportamiento sexual, tienen para la ob-

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Viene de la página 9servación la dificultad intrínseca del coito.

De esta dificultad observativa y, por ende, demostrativa crecen las agallas de los especuladores del relato heroico. La hazaña sexual, para deleite del relator protagonista, es conocedora de su intangibilidad. El oído captor que recibe el mensaje no importa -a efectos del héroe sexual que sea escéptico; basta con que sea oído.El antropólogo acepta como buenos -con todo lo que ello implica- datos que le vienen dados sin posibilidad de constatación. Cuando se nos dice que los chagga, de Tanzania, copulan 10 veces en una noche, siendo los detentadores de la mayor frecuencia coital de una muestra de 190 sociedades, aparte de que nos parezca una exageración, se nos mete de rondón la idea de que copulan 10 veces cada noche, pero además se nos dice subliminalmente que es el hombre quien copula, se nos equipara copulación con orgasmo, se nos silencia la respuesta (o iniciativa) sexual femenina -¿son también 10 los orgamos femeninos?, ¿superan esa cifra o están por debajo?-, se nos oculta la edad, nada se nos dice de la duración y, por supuesto, se ignoran aproximaciones, acomodos, juegos y disposiciones de ánimo sexuales.

Más sorprendería, si cabe, a los occidentales que los lepcha del Himalaya -los pueblos del Norte son más fríos climatológica y sexualmente hablando, se nos dice- copulen "con sus esposas cinco, seis e incluso ocho o nueve veces en el curso de la noche, aunque al día siguiente se sientan cansados" (Gorer).

Paralelamente, y a manera de dificultad adicional, la sociedad avanzada denigra todo proceder que no surja de su propio modelo de comportamiento. Esas maneras anquilosadas de razonamiento, ese proceder reducido y estrecho que entiende como barbarie todo florecer allende nuestras fronteras, que Montaigne indicó tan certeramente, no es ni más ni menos que el resultado de la cultura o, si se quiere, de la socialización. Resultado que se presenta simultáneamente en un doble frente: conocimento e ignorancia. Conocimiento de lo nuestro. Ignorancia de lo ajeno. Los patrones de comportarniento que acompañan nuestro crecimiento, las actitudes que el grupo social adopta ante situaciones determinadas, las valoraciones pertinentes que se hacen de las mismas son siempre los puntos de referencia que nos envuelven y moldean. Los quehaceres y visualizaciones de otros grupos no nos atañen. Su lejanía presupone desconocimiento o, en última instancia, rechazo. Esta evidencia cultural se magnífica en el caso de la sexualidad.

Pero si nuestros razonamientos tienen la expresión de nuestros límites culturales, nuestro razonamiento, en principio, también tiene la posibilidad de ajustarse o distanciarse de la norma social. A medida que conocemos con más precisión la respuesta del grupo ante un hecho determinado, más firmes estamos, en potencia, para jugar, enredar, engañar, anticipar, ayudar o acomodarnos a la directriz grupal.

Las hazañas sexuales de difícil o imposible constatación son tantas veces la consecuencia de la maniobra individual, que -conocedora del efecto de choque que causará en el grupo- se adelantará inventivamente, en un intento de presentación, lo más inflada posible, de un ego avasallante (pero no siempre avasallador). El ego que tantas veces se paraliza por el qué dirán resuelve en estos casos hiperactivar verbalmente un capítulo de su biografía que el grupo social puede creer o descreer, pero nunca demostrar. La hazaña sexual relatada actúa ante el contexto social como venganza al opresor que dirán que constriñe la libertad de acción.

Por lo demás, en la sociedad urbano-industrial y aún más en la sociedad posindustrial, el Estado no ejerce roles neutros. El sujeto anulado o minimizado por el Estado, el sujeto convertido en objeto, se toma la revancha engañando a los otros y engañándose a sí mismo por medio de la exageración. Convirtiéndose en héroe o superman y canalizando actitudes y comportamientos por medio (le ese otro que le gustaría ser, de ese alter ego que nunca alcanza, desinhibe en el pensamiento, la manifestación o el relato lo que es inalcanzable en su facticidad cotidiana (e incluso extraordinaria). La sexualidad real, la práctica sexual como realidad tangible suele ser corta, sosa, limitada, rutinaria, anodina, sin aderezos, sin sal ni pimienta. Lo sexual irrealizable, la sexualidad fantástica es tal, no tanto por dificultades intrínsecas de consecución (nada más simple, por ejemplo, que la práctica de la fellatio o del cunnilingus, por rememorar el dicho callejero), sino por la represión propia o/y externa que hacen de lo fácil un mundo quimérico. De esta forma, lo que técnicamente está al alcance de todos, por efectos de esta mediatización represora, que actúa a modo de muralla invisible, se retrotrae y repliega en sí mismo hasta hacerse una realidad intangible e inexistente. El Estado, así, horada el cuerpo y la vida, los descarna, los hace esqueleto, comprimiendo el comportamiento sexual del individuo. El individuo que acepta estos postulados sin rebelarse contra ellos llega a defender como suyos -aunque ello condense su actividad sexual al mínimo- los principios que le imponen. De esta manera se refunde en la nada, excluyéndose, negándose la posibilidad emancipatoria que le permitiría soberanizar sus actividades como individuo, al tiempo que le harían crecer personalmente. El poder, el peso y la púrpura le aplastan.

es doctor por la New School for Social Research y profesor titular de la UNED.

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