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Los asaltantes del Banesto consiguieron un botín de unos 1.200 millones de pesetas, según la policía

Los atracadores que el pasado jueves desvalijaron 64 cajas privadas de seguridad en la sucursal del Banco Español de Crédito (Banesto) situada en la céntrica plaza madrileña de la Lealtad obtuvieron un botín cercano a los 1.200 millones de pesetas, según las primeras estimaciones de los investigadores del caso. Tres personas presuntamente relacionadas con el caso han sido detenidas, aunque un portavoz policial afirmó ayer que no podía confirmar o desmentir este dato. Este portavoz manifestó que se trata del mayor robo jamás cometido en Madrid.

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Así abrieron las cajas de seguridad

Tres personas permanecen detenidas en los calabozos de las dependencias policiales de la Puerta del Sol, como presuntos implicados en el atraco, que, por su espectacularidad, organización y botín conseguido, es el robo más importante de los perpetrados en Madrid en todos los tiempos. Según informaron fuentes policiales, esas personas fueron capturadas en las 24 horas siguientes al asalto del Banesto y en su poder se encontró una importante cantidad de divisas que, posiblemente proceden del delito cometido el jueves.Por otra parte, aunque Banesto desconoce el contenido de las cajas de seguridad que alquila a sus clientes y aún no han declarado todos los perjudicados, los investigadores calculan que en cada una de ellas podía haber unos 20 millones de pesetas en joyas, oro y dinero en metálico.

Ayer fue posible conocer más detalles sobre el modo de operación de los siete asaltantes, cuya entrada en el Banesto, de uno en uno o en grupos de dos y con toda discreción, se produjo entre las 13,45 y las 13,55 horas del jueves, poco antes del cierre de la entidad bancaria al público. En ese lapso de tiempo, también entraron en la sucursal los dos policías de la escolta del ex presidente Suárez, que tiene su despacho en las proximidades de esa sucursal bancaria. Los funcionarios, que iban a realizar una rápida gestión personal, no advirtieron nada extraño, pero los investigadores están convencidos de que los atracadores estaban dentro desde hacia pocos instantes, detectaron la presencia de los policías y esperaron su salida para comenzar a operar.

Instantes después de la partida de los escoltas de Suárez, los atracadores extrajeron de sus ropas un importante arsenal: seis pistolas, al parecer del calibre 9 largo, y una metralleta. Uno de ellos dijo a la veintena de personas, entre empleados y clientes, que estaban presentes en la entidad: "Esto es un atraco. Contra ustedes no va nada. Obedezcan y todo irá bien". Uno de los delincuentes se situó cerca de la puerta, por donde aún entró un cliente, que también fue retenido. Otros tres atracadores vigilaron mostradores y cajas, controlaron a los presentes, y los tres más se apoderaron del interventor, el apoderado, el cajero y un cuarto empleado, y les encaminaron hacia el sótano, donde está la caja acorazada.

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A cara descubierta

Recién comenzada su acción, los asaltantes, que actuaron a cara descubierta -excepto uno de ellos-, desconectaron todas las alarmas y otros sistemas de seguridad de la entidad, cuya ubicación y funcionamiento parecían conocer perfectamente. Ninguna de las fuentes consultadas ha indicado que la sucursal dispusiera en ese momento de guarda jurado.

La suerte se alió a la sangre fría con que actuaron los atracadores. El encargado de un kiosko situado enfrente de la entidad bancaria ni se dio cuenta de que algo muy importante ocurría a sus espaldas. También tuvieron la fortuna de que el furgón blindado de la empresa de transportes de fondos Candi, que habitualmente llega a la sucursal hacia las 14.30, se retrasara ese día, fin de mes, por sobrecarga de trabajo. El hecho de que la puerta del banco estuviera cerrada a partir de las 14 horas no alarmó a ningún transeúnte, por ser lo habitual en los bancos.

Un buen sistema de comunicaciones permitió, además, a los asaltantes dominar la situación. A través de dos walkie-talkies se comunicaban con uno o varios cómplices que tenían en el exterior del Banesto, y que les informaban de todo lo que ocurría fuera. Al parecer, los del exterior tenían interceptada la emisora de la policía.

Los delincuentes nunca hablaban entre sí usando nombres o apellidos, sino que empleaban claves de su invención. Los de fuera de la entidad eran rojos; los que estaban en la planta baja, en las oficinas, blancos, y los que bajaron al sótano, azules.

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