_
_
_
_

Delincuentes habituales cobran 'protección' a los pequeños comerciantes de la calle de Antonio López

Los pequeños comerciantes de la calle de Antonio López, con establecimientos situados entre la glorieta del Marqués de Vadillo y el puente de Praga, son los primeros que han confirmado la existencia de una nueva modalidad de delincuencia. Se trata de la extorsión que ejerce una pareja de hermanos, vecinos del barrio "de toda la vida", que conocen personalmente a las víctimas, en algunos casos desde que iban juntos al colegio. Los robos nocturnos, los asaltos a pisos y otros hechos delictivos han dado paso a la protección, el pago de determinadas cantidades a cambio de una relativa seguridad.

Más información
Demanda inmediata y colectiva

Adrián Piera, presidente de la Cámara de Comercio e Industria de Madrid, que se encuentra convaleciente de la extirpación de un cálculo de riñón, habló ayer con uno de los comerciantes afectados y después con el delegado del Gobierno en Madrid, José María Rodríguez Colorado, a quien expuso los hechos.Rodríguez Colorado declaró que es consciente de la gravedad que puede alcanzar una figura delictiva como la del cobro de la protección y afirmó que ha dado orden a la policía del distrito para que comience inmediatamente las investigaciones sobre el caso. El fenómeno, tal y como ha sido descrito por las propias víctimas, presenta rasgos de encontrarse en una fase incipiente. Aún no se trata de una extorsión organizada. Da la impresión de que las peticiones se hacen según las necesidades económicas inmediatas de los extorsionadores.

La calle de Antonio López, en el tramo citado, es una vía populosa, abarrotada de pequeños comercios de todo tipo, que corre pareja a la autovía de circunvalación M-30 y al río Manzanares. Los pequeños comercios han ido pasando de padres a hijos en muchos casos, lo que explica que algunos de los protegidos conozcan personalmente a sus protectores desde la infancia.

Los dos hermanos en cuestión, hijos de una familia numerosa, de entre 24 y 28 años de edad, fornidos y un tanto malencarados, según la descripción de uno de los pequeños comerciantes amenazados, han sido reconocidos en varias ocasiones por vecinos que les vieron salir de los pisos que acababan de desvalijar, sin que se hayan recatado en cometer un robo en una vivienda de su propio bloque. A ellos se les imputan los frecuentes asaltos a locales -"aunque puede que alguna vez no hayan sido y ya les achacamos todo", dice uno de los vecinos- a los que han accedido por la ventana que da a los patios traseros, y que conocen perfectamente. Lo sucedido a un hombre maduro, al que limpiaron el piso después de propinarle una fuerte paliza, sale a relucir continuamente como un ejemplo de la peligrosidad y la sensación de impunidad de que hacen gala, y también como explicación de la inhibición de los comerciantes a la hora de presentar denuncia en la comisaría del distrito, lo que hasta ahora no se ha hecho en ningún caso.

"He pagado cuatro veces"

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Las peticiones de dinero por parte de los dos hermanos comenzaron hace un par de meses. "Yo les he entregado ya unas 45.000 pesetas, en cuatro ocasiones diferentes", dice un pequeño comerciante que, como los restantes, quiere conservar el anonimato. "Les conozco desde hace un montón de años. Nunca han tenido un trabajo conocido y se han movido siempre en el ambiente de navajeros y macarras del barrio. Vinieron un día a mi tienda con la pretensión de que les prestara dinero. Me dijeron algo así como que la gente sabía que mi tienda marchaba bien y que ellos no querían que me pasara nada, pero que si me estaban haciendo ese favor lo menos que podía hacer era corresponder de alguna forma. Por supuesto, nunca me han devuelto ninguna de las cantidades prestadas".

"Este mismo caso le ha ocurrido ya a otros comerciantes que yo conozco, unos cinco o seis, y siempre han sido cantidades similares, de 40.000 a 60.000 pesetas. Una de las veces me negué a pagarles y lo único que conseguí fue una tensión nerviosa y una angustia que me obligó a ir por la noche al Primero de Octubre a que me recetaran algún tranquilizante. Me estuvieron vigilando de forma visible todo el día y llamaron a mi casa amenazando con cosas que me podían ocurrir. Soy capaz de enfrentarme a ellos o denunciarlos a la policía, pero la pregunta que nos hacemos todos es ésta. ¿Qué pasa después, cuando les suelten? Saben dónde vivo, quiénes son mis hijos y quién es mi mujer. Lo que me tiene atado es la impotencia ante las represalias".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_