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Ginebra, el largo camino hacia el desarme

Menudo atrevimiento el de la Prensa europea al dar cuenta de las conversaciones de Ginebra entre Shultz y Gromiko bajo el enunciado de "negociaciones para el desarme". Mucho más rigurosa, la Prensa norteamericana tituló el encuentro con un comedido arms control, cuya traducción literal -control de armamentos- no ofrece dudas y queda muy lejos del desarme anunciado también por los medios de comunicación españoles. Es cierto que el comunicado suscrito por soviéticos y norteamericanos permite, al menos, soñar en el desarme: efectivamente, ambas potencias se comprometen nada menos que a "la eliminación total de las armas nucleares". Pero creo que nada permite dar rienda suelta a un optimismo desmedido, como no sea la voluntad profunda, angustiada, de paz y desarme auténticos que recorre Europa. Ha comenzado, qué duda cabe, una etapa nueva en las relaciones internacionales, que todo el mundo ha acogido con esperanza. Sin embargo, queda por ver si se impondrán las fuerzas que pugnan por iniciar el desarme o si, una vez más, la carrera de armamentos proseguirá inexorablemente su camino.Cuando ambas delegaciones vuelvan a reunirse, el próximo día 12, en pro del desarme actuarán la extensión del miedo a la guerra y de la conciencia pacifista, y también los problemas económicos y políticos que la carrera de armamentos generan en ambos bloques militares. Es de suponer que el jefe de la delegación soviética, además de pensar en inacabables recuentos de cabezas nucleares y en los proyectos de extensión de la confrontación en el espacio exterior que propugna la Administración Reagan, tendrá que tener presente también que su país ha conocido uno de los peores años económicos desde la II Guerra Mundial y que las cosas en los países del Este europeo ya no son como eran, en el sentido de que, aun aceptando los compromisos colectivos de defensa, se manifiestan aspiraciones crecientes a una mayor autonomía, a la distensión, a la comunicación con Occidente. Como lo es también que el jefe de la delegación norteamericana tendrá que apaciguar la euforia, un tanto artificial, que recorre las filas de su Gobierno tras la reelección de Reagan, y tendrá que tener en cuenta que la recuperación económica está sujeta a tremendas hipotecas y que el bloque atlántico ya no puede ponerse al servicio de la política exterior estadounidense con la misma docilidad a la que hasta hace poco estaban acostumbrados los Gobiernos norteamericanos.

La explosión de la tecnología

Sin embargo, frente a lo que ha llevado a los dos grandes al encuentro de Ginebra -con concesiones que parecían imposibles hace unos meses-, se levanta todo lo que sigue alentando el rearme: la política de bloques, con una lógica cada vez más alejada de las preocupaciones de los pueblos, especialmente de los del Sur, y la dinámica de los aparatos militares, impulsada por lo que algunos han llamado la "explosión de la tecnología" y atizada por los intereses cada vez más específicos que mueven los complejos de carácter militar-industrial.

Conviene, por tanto, ponderar el optimismo de la voluntad con el pesimismo de la razón. Sería tan absurdo menospreciar el encuentro de Ginebra como confundir las palabras con la realidad. Cabe recordar al respecto que fue en diciembre de 1961, cuando los gastos militares en el mundo se disponían a experimentar uno de los más bruscos aumentos de los últimos años, cuando las Naciones Unidas aprobaron por unanimidad la famosa resolución 722, en la que, entre otros loables objetivos, los países que la suscribían se comprometían a "la liquidación de los stocks de armas nucleares químicas y bacteriológicas y de otras armas de destrucción masiva y al cese de la producción de esas armas". Como también conviene destacar que la firma de tratados importantes -como el de Prohibición Parcial de Ensayos Nucleares (1963), o el Tratado de No Proliferación (1970), o los Acuerdos SALT I (1972) o SALT II (1979)- no provocaron ninguna inflexión significativa en la curva que refleja el aumento de gastos militares, o en la multiplicación de cabezas y vectores nucleares, o en la acumulación de kilotones de explosivos, o en el almacenamiento de armas químicas. Pese a los más de 20 acuerdos internacionales suscritos por las grandes potencias y por otros países desde finales de 1945, los gastos militares se han multiplicado por cuatro, a precios constantes, entre 1950 y 1980, y los arsenales acumulados han alcanzado tal magnitud que, como señala Vicens Fisas, ya superan, expresados en kilos de explosivos, los kilos de alimentos que el mundo es capaz de producir.

Tiene razón John Galtung cuando, al examinar la relación entre diplomacia y carrera de armamentos, concluye que "nunca se ha dado el caso de una reducción de armamentos en términos absolutos". Y lo más relevante de esta enloquecida carrera hacia el holocausto es que ha proseguido contra vientos y mareas, estimulada al alza por guerras como las de Corea o Vietnam. No es de extrañar, pues, que en puertas de otros pos¡bles acuerdos, junto a la esperanza de tanta gente, se exprese también el escepticismo de algunos observadores. Por ejemplo, el de los científicos que participaron en 1982 en el simposio Unesco-Pungwash, y que advertían que, siempre que un tratado o un acuerdo ha frenado el desarrollo de un sector armamentista, "se ha desarrollado inmediatamente el sector alternativo, con armas más sofisticadas, más difíciles de controlar y que han dado un nuevo impulso a la carrera de armamentos".

Destacados dirigentes del movimiento pacifista europeo se han interrogado acerca de las causas de una dinámica que ha impedido iniciar siquiera, hasta el momento, lo que en propiedad podría llamarse el desarme. Entre ellos, E. P. Thompson, que ha ofrecido una explicación sugerente, centrada en la "dinámica propia", que, en su opinión, ha alcanzado la carrera armamentista impulsada por continuas innovaciones tecnológicas que acaban determinando las grandes opciones político-militares. El enfoque de Thompson contiene lo que Einstein llamó "una manera nueva de pensar" el mundo en la era nuclear, sin la cual es imposible entender lo sucedido en los últimos años.

Idea decisiva

Incorpora la idea decisiva según la cual los procesos de investigación y desarrollo (I&D) operan, en el campo militar, a un ritmo y tienen un alcance en el tiempo tales que, en manos de los complejos militares industriales que los manejan, se anteponen o condicionan las decisiones políticas. No se trata, por supuesto, de responsabilizar en abstracto a los científicos o a los militares de decisiones que, en última instancia y al menos formalmente, siguen estando en manos de los Gobiernos. Pero sí de reconocer, como lo hace Ken Coates, el presidente de la Fundación Bertrand Russell, que "los nuevos sistemas de armamentos sirven de inspiración para nuevos puntos de partida políticos, y al final, la carrera de la tecnología militar influye sobre toda la arquitectura de la política internacional". Otros conocidos exponentes del pacifismo de posguerra han coincidido en ello. Por ejemplo, Marek Thee, director del Instituto Internacional de la Paz, de Oslo, cuando afirma que "la exposición de la tecnología militar se hace sentir mucho más allá de los asuntos puramente militares, afectando a toda la estructura de las relaciones internacionales". Algo de esto ocurrió ya con los Pershing 2 y los misiles de crucero, cuya fase de diseño y experimentación fue muy anterior a la "doble decisión" de la OTAN, que dio luz a su despliegue en 1979. Y lo mismo ocurriría ahora si las conversaciones de Ginebra contemplaran solamente las armas existentes y no abordaran los proyectos con los que cuentan ambos bloques militares para las próximas décadas, en particular la Iniciativa de Defensa Estratégica (SID) o guerra de las galaxias, para la que está trabajando ya, con las asignaciones presupuestarias correspondientes, el dispositivo científico del Pentágono.

Lo cierto es que hasta el momento, como señala Ken Coates, la tasa de innovación de la I&D ha tendido a sobrepasar las negociaciones, orientándolas a restricciones en torno a armas obsoletas y haciendo así su resultado extremadamente irrelevante".

La primacía creciente que ocupa el momento tecnológico en la carrera de armamentos no es ninguna invención de los pacifistas. La han denunciado personalidades que, por sus funciones y cargos, han conocido de cerca sus manifestaciones, como lord Moundbatten o Mac Namara. El mismo E¡senhower, un militar característico de los tiempos prenucleares, se despedía, en 1961, destacando con preocupación "algo nuevo en la experiencia norte americana", en referencia explícita a la vinculación de enormes y poderosos círculos militares y de la industria de armamentos", sobre cuyo peso en la política norteamericana el ex presidente advertía con palabras premonitorias al concluir que "en el trabajo del Gobierno debemos ser cautelosos respecto a la influencia poco deseable del complejo militar-industrial". El mismo que se opuso a la ratificación de los Acuerdos SALT II y que ahora se ha enfrentado a los propósitos de Reagan de renovar el Departamento de Defensa, en detrimento de quienes mantienen conexiones más directas con las multinacionales vinculadas a la industria militar. Pero el fondo de la cuestión, si se acepta la influencia determinante de la explosión tecnológica, es, como señala el especialista alemán en cuestiones nucleares Dieter S. Lutz, que "no habrá desarme si no hay acuerdo en renunciar a ciertas innovaciones tecnológicas", en particular en lo que se refiere a las armas de primer golpe y a los proyectos supuestamente defensivos como la SID, que, combinados, nos acercan día a día a una guerra posible, especialmente en lo que se refiere al escenario europeo.

En la clausura de la convención pacifista de Perugia, Pietro Ingrao ponía de manifiesto la relación existente entre carrera de armamentos y política de bloques. "Nosotros debemos constatar", decía el dirigente comunista italiano, "que la delegación a los dos grandes no ha resultado y, en concreto, ha ignorado los procesos reales que en el seno de los bloques han fortalecido los estímulos para la carrera de armamentos". De ahí que el otro reto de Ginebra, junto al de un enfoque cualitativo del desarme que permita superar el concepto de paridad, sea el de quebrar la lógica bipolar que ha presidido hasta ahora todo el proceso negociador. A largo plazo, sólo un mayor protagonismo de otras naciones puede romper los límites de las conversaciones sobre control de armamentos y abrir el camino al desarme. De hecho, en la vuelta a Ginebra de los dos grandes ha pesado decisivamente la presión de numerosos países europeos, del Este y del Oeste.

En ese sentido, el encuentro de Ginebra tiene fundamentalmente un valor político destinado a alentar iniciativas diversas y a relanzar la ilusión y la movilización en favor del desarme. Las nuevas conversaciones no permiten todavía hablar de desarme, pero crean una situación nueva y pueden ser un punto de partida para que el movimiento pacifista recupere el protagonismo perdido tras la derrota que supuso el despliegue de los Pershing 2 y los misiles de crucero y la réplica soviética. Los nuevos misiles están ya, al menos en parte, en suelo europeo. Pero en Europa también anida una nueva conciencia acerca de los peligros que nos acechan, llamada a desempeñar un gran papel en el camino que queda por recorrer para alcanzar un verdadero desarme. Una conciencia cuya expresión y calidad permite responder a los predicadores del realismo, como lo hizo Pietro Ingrao en Perugia, en el sentido de que "solamente con la articulación de las fuerzas reales que han condensado dentro de sí la necesidad de la paz y la democracia, y que están por ello interesadas en una nueva utilización y cualificación de los recursos, se pueden romper los poderes ocultos de las máquinas atómicas".

Andreu Claret Serra es miembro del Comité Ejecutivo del PCE.

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