El esplendor de la Orquesta Sinfónica de Chicago
De nuevo la Orquesta Sinfónica de Chicago y sir Georg Solti fueron aclamados por nuestro público. Un auditorio que rebasaba el aforo del teatro Real, presentaba, sin embargo, una imagen más musical y menos de acontecimiento especial que el del primer concierto. La nueva visita de Solti ha alcanzado una resonancia que no tuvo, superior a la de su actuación de marzo de 1983 al frente de otra formidable orquesta, la Sinfónica de Londres. Hay que pensar, entonces, que -aparte de la indiscutible presión de la propaganda- la punta del acontecimiento ha sido la orquesta norteamericana.Éste y todos los éxitos que tienen en Europa y Estados Unidos orquesta y director están perfectamente explicados, pues a cada momento nos asombran con una nueva perfección. ¿Cómo puede escucharse todo con tanta nitidez, aun en los momentos de mayor complejidad sinfónica? ¿Cómo se llega a lograr una semejante personalidad sonora en lo individual y en las secciones? Hace tiempo que los músicos de Chicago hacen gala de tan dificil virtud. Recuérdese la Iberia de Albéniz-Arbás que grabara Fritz Reiner, en la que, acaso por vez primera, escuchamos cuanto el director de la Sinfónica madrileña escribió. Resulta, a la vista de esta interpretación, que la transcripción de Arbós no es mala, como alegremente se ha dicho tantas veces, sino simplemente dificil.
Año Europeo de la Música
Orquesta Sinfónica de Chicago. Director: G. Solti. Obras de Shostakovich y Bruckner.Teatro Real. Madrid, 24 de enero.
Bien difíciles son también las dos Novenas enfrentadas en esta ocasión por Solti y su orquesta americana; dos obras bastante atípicas, aunque por distintas razones, dentro de la producción sinfónica de Shostakovich y Bruckner. El compositor soviético, en esta sinfonía de 1945, es muy otro que el de Leningrado, de cuatro años antes. No era inédita esta imagen de Shostakovich, pues la encontramos realzada en la ópera La nariz, sobre Gogol (op. 15, 1928), con toda su avidez irónica, tan cercana a ciertas páginas de Prokoflev. Director y orquesta presentaron la Novena sinfonía -más breve, pero no menor que otras de su autor- a modo de pieza virtuosística de bravura. Rara vez los oídos pueden gozar de un espectáculo sonoro semejante.
Pensar en Schubert
Después, la Novena de Bruekner, el adiós a la vida del compositor de Ansfelden, dedicada, a la manera de un testimonio definitivo de fe, "al buen Dios". Con todas las conexiones histórico-estéticas que se quieran -y el cromatismo wagneriano reaparece con fuerza -en la Novena-, siempre que escuchamos a Bruckner es preciso pensar en Schubert, su más fuerte y subterráneo antecesor, cuyo mensaje parece recoger y ampliar hasta el infinito.
Babelia
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