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´Lendakaris'

Después del de recluta, el oficio de lendakari es el más peligroso, a la vista de la hecatombe de presidentes de comunidades autónomas que se ha producido en los últimos meses. Cayó Escuredo, rey de la morería, y Hernández Ros, el intrépido promotor de hierbas y hortalizas de distinto consumo, y no ha habido tiempo para retener en la memoria el paso de lendakaris de otras autonomías con menos prensa. Quedaban, eso sí, Pujol y Garaikoetxea como sólidos puntos de referencia de dos de las tres nacionalidades realmente existentes. La solidez de Garaikoetxea, Pujol o Fernández Albor parecía traducir la solidez de las cuestiones nacionales que simbolizan. Pero, ¡ay!, sobre Pujol pende la butifarra de Damocles de Banca Catalana; sobre Fernández Albor, la psicosis de derrota estatal anunciada de Coalición Popular, y Garaikoetxea ha sido expulsado o excluido de los jesuitas.Hablemos de maldición o de una lógica interna de poder que excluye tantos líderes emblemáticos y vitalicios como autonomías tiene el Estado. Relativizarlos ha sido un empeño evidente, sea por parte del poder central, sea desde los aparatos de los partidos, recelosos ante el protagonismo de los virreyes autonómicos. Es evidente que el pueblo español ha salido de 40 años de poder personal condicionado por la figura del padre de las masas y los lendakaris podían asumir con el tiempo el papel de tío soltero de las masas, el que no exige tanto como el padre y regala a los sobrinos chucherías del espíritu a escondidas.

Así como los ex ministros pasan a la casta social de parados de lujo hasta que les ofrecen consejos de administración de esto y aquello para que la caída en desgracia económica no degrade la imagen del poder, los ex lendakaris son de más dificil colocación. Ahí tenemos a Escuredo, al que se le sitúa a la sombra de jeques en flor, y nada se sabe de Hernández Ros, aunque no se teme por la suerte de tan emprendedor luchador. De caer Pujol, caería algo más que un presidente de la Generalitat, porque en Cataluña todo es más de lo que es. Pero Garaikoetxea... ¿Qué hacer con Garaikoetxea? A pesar de las prisas de Ardanza y Txiqui Benegas por enterrarlo, el aliento de este cadáver político empaña los espejos trucados del sorprendente consenso vasco.

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