A un quinto de la quinta de 1935
Señor Primitivo González: sin pretender ofenderle, y a pesar de sus dudas sobre la respetabilidad de los pacifistas, usted a mí sí me merece todos los respetos, porque lo hermoso de la democracia es que en ella caben todas las opiniones; se lo dice un hombre, quizá, el más pecador del mundo, que se considera verde porque le gustaba salir al campo y a los ríos cuando éstos estaban vivos y por sentir vergüenza cuando contempla esas caritas de los niños africanos con sus pellejos pegados a los huesos por falta de alimentos, mientras en el mundo se gastan miles de millones en la construcción de esos siniestros misiles.Ya que menciona la marcha verde, ¿de qué nos sirvió a los españoles tener un ejército si cuando unos señores disfrazados de harapientos y animados por su Rey marcharon sobre un pueblo amigo, se le abandonó de una manera que a mí me pareció vergonzosa? Haberlos, hubo, pero ¿cuántos militares protestaron por el abandono del pueblo saharaui hablante de nuestra lengua, cuyos habitantes, en gran número, se sentían españoles? ¿Qué puedo yo pensar de unos militares que pretenden -y apoyados por este Gobierno- instalarse en una alianza junto a otro ejército que nos tiene arrebatado por la fuerza de las armas un trozo de nuestra España?
Y cuando alguien dice, sea el que sea, que el aislamiento equivale al suicidio colectivo, se me tiene que permitir dudarlo. En lo militar, el aislamiento no solamente es bueno, sino justo, porque colocarse junto a un bloque significa enfrentarse al otro.
Yo no estuve ni en Paracuellos ni en Estepar, entre otras razones
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porque no había nacido, pero sí sé que la guerra que usted menciona fue una vergúenza para todos los españoles y así constará en la historia, si es que los dos monstruos permiten que la historia continúe. Como sé que en esas fechas había un Gobierno -bueno o malo- legalmente elegido por el pueblo y que no fue este Gobierno el que comenzó dicha guerra ni el que cometió acto alguno de traición a ningún juramento.-
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