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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Más allá de la nostalgia

Cuando se estrenó en España La muerte de un viajante (enero de 1952) tenía un significado nacional: una inversión del teatro de la felicidad, de la evasión o de los problemas profesionales de la burguesía. El ámbito, la referencia a la cultura y a la sociedad de Estados Unidos, no era en nada ajeno a la sociedad española, impregnada por su cine -como ahora mismo-; pero con esta obra veía el envés de la comedia, el blanco y negro amargo del tecnicolor sonriente que solía proyectarse.Arthur Miller había enseñado en su país la rotura, la quiebra del sueño americano, la vida acre y la muerte vendida -por los 20.000 dólares del seguro- del antiliéroe. Aquí veíamos la negación del triunfalismo, la descripción de la base oscura y aplastada sobre la que se elevaban otros.

La muerte de un viajante

Autor: Arthur Miller. Versión de José López Rubio. Intérpretes: José Luis López Vázquez, Encarna Paso, Santiago Ramos, Juan Calot, Juan Carlos Martín, Natalía Duarte, José Vivó, Míguel Palenzuela, Francisco Grijalbo, Resu Morales, Manuel Luque. Escenografía de Gil Parrondo. Dirección de José Tamayo. Reposición. Teatro Bellas Artes. Madrid, 15 de enero.

Sueños rotos

No hay que olvidar que el mismo año en que el Viajante se estrenaba en Nueva York (1949), en Madrid se estrenó Historia de una escalera, de Buero Vallejo, que era, también, una obra de antihéroes y de sueños rotos Pero ese esfuerzo, aún unánimemente reconocido, quedaba en cubierto por el sistema teatral de lo sonriente o lo melodramático menor. Y La muerte de un viajante, heroicamente traída por Tamayo -a quien tantas primeras sensaciones, tantos descubrimientos, debe el teatro en España- y por la prosa excelente de José López Rubio, abría la brecha por. donde se iba a respirar esa otra realidad cuidadosamente encubierta.Viendo ahora la reproducción casi exacta de aquel estreno se comprende más que cuando se vivía en aquella frontera qué tipo de civilización se clausuraba, qué otra se estaba ya abriendo y asentando. El vencido por la edad comenzaba ya a ser víctima de la insolidaridad: el hombre aplastado por los plazos, por las letras, por. el pequeño consumismo y, a su vez, consumido él mismo, objeto roto y abandonado.

Los hijos de estos hombres eran los primeros de la serie de los insensibles, de los desgajados, de los que empezaban a pensar que no debían al padre más que la frustración y la educación vacía o el choque con la rotura del sueño de la riqueza. Su esposa eÍra la última ama de casa envolvente y protectora, matemal para con el esposo vencido, pero ya sin comprenderle del todo; el réquiem ante su tumba reduce casi a la nada el sacrificio de vender su vida al seguro. A partir de ese momento vendría la precipitación de acontecimientos que nos ha llevado a la forma actual de la sociedad (forma informe, si se puede decir).

El acierto actual de Tamayo es el de la reconstrucción. Podría haberse hecho un Viajante más consumible, más sincopado, restringiendo largos, acelerando el diálogo, llevando a la interpretación todo lo que se ha aprendido de otros medios, toda la evolución posterior del teatro: no sería el Viajante.

Había entonces una modernidad en la técnica teatral, la de las acciones simultáneas -como acertadamente recordaba Umbral el domingo-, la de los cambios velocísimos del tiempo, la de las apariciones de personajes no existentes -el hermano del viajante- o las voces recordadas. También era una frontera del teatro, la clausura de algo y la apertura de otro sistema que ha medrado mucho desde entonces. Aquella modernidad nos es hoy antigua, y hay también una simultaneidad interior, en cada espectador, de las dos sensaciones.

Tamayo ha reconstruido el decorado -entonces fue de Burmann, ahora es de Gil Parrondo- y ha sostenido una interpretación de la época: López Vázquez hablando con todo el cuerpo -y las velocísimas, imparables manos-; Encarna Paso subrayando las palabras significativas; todos con la dicción lenta y redondeada para hacer llegar la palabra (tan bien acuñada por López Rubio)....

En todo ello hay unos valores que exceden la mera calificación. de teatro antiguo: algo del tiempo perdido, algo que no es exactamente la nostalgia sino el reconocimiento de lo que nos precede y que nos ha ido llevando por los caminos que hoy, con voluntad o sin ella, frecuentamos.

El público -sábado por la tarde- escuchó con tensión y ovacionó al final a los intérpretes y al director.

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