Una metáfora sin terminar
El habla de Gabinete Libermann apunta algunos temas, los roza, los enseña y los abandona: las imposiciones de conducta, la programación de seres humanos, el doble juego razón-locura, el imperativo dictatorial, la comunicación del teatro con la psiquiatría... No hay que tomar demasiado en serio el costado aparentemente científico, la supuesta sesión de terapia, las alusiones a distintas técnicas psiquiátricas: todo aparece como una metáfora.La personificación en los psicoargentinos no va mas allá de una broma, un recurso de humor.
Hay una falta de pronunciamiento -que no tiene nada que ver con la obra abierta- que deja los temas sin apurar: la obra parece que está empezando todo el tiempo y que no arranca. Está desunida. Los rasgos brillantes de este habla brotan a veces: el relato de la pareja encerrada, la rememoración de Romeo y Julieta, el monólogo de la enfermera, ciertas frases de efecto. Hay un clima irónico, una penetración de audacia (a veces por el recurso fálico o por el escatológico). Se ve una buena condición literaria de Boadella: tampoco la apura.
Gabinete Libermann
Autor y director: Albert Boadella. Intérpretes: Pepa López, Carles Mallol, Sara Molina, Antoni Vicent Valero, Juan Viadas. Escenografía: Dino Ibáñez y Antoni Roselló. Producción del Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas. Sala Fernando de Rojas del Círculo de Bellas Artes. Madrid, 18 de enero.
Expresión teatral
La expresión teatral es extraordinaria. Desde la frialdad misteriosa del escenario (de Dino lbáñez y Antoni Roselló) hasta la dirección de actores y movimientos.La temible expresión corporal que tantos estragos suele hacer se convierte aquí en un valor de primer orden, unida a la utilización de las modificaciones de voz, sobre todo en Juan Viadas, Sara Molina y el sorprendente Carles Mallol.
La caracterización de los personajes, por su aspecto pero también por una trascendencia hacia el exterior de las personalidades representadas, es excelente.
La colocación y elección de la música, la utilería, forman parte de ese todo teatral en el que brilla otra vez el talento de Boadella. Quizá un talento descompensado.
La sensación es que la teatralidad poderosa de esta obra precede a la creación del habla y que la fuerza, la obliga a seguir los hallazgos de los efectos: la debilita.
Deja penetrar el aburrimiento a veces, hace que la expectativa se canse, lo remata todo con un chiste fácil, con un final de compromiso.
Si el amparo de la ambigua condición institucionalizada de nuevas tendencias significa investigación, busca, experimento, lo inconcluso de esta obra no sólo es admisible, sino elogiable. El trabajo realizado con los actores y por los actores sería ya suficiente. Además de los antes citados es muy buena la composición de Antoni Vicent Valero con el doble o triple fondo que representa, sin caer en los excesos a que podría dar lugar, con la de Pepa López en su compañera de psicodrama.
La obra gustó, fue muy aplaudida. Albert Boadella, siguiendo su costumbre, no salió a saludar. Y, siguiendo también su costumbre, dejó que continuara con textos grabados mientras el público abandonaba la sala, de la misma manera que había empezado la acción antes de que se abrieran las puertas: un símbolo de que lo que sucede en escena no tiene principio ni fin.
Babelia
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