El castillo moro de Baños de la Encina
Espejismo de un recinto glorioso a merced del asfalto y la basura
Desde lejos, el castillo aparece intocado y perfecto, recién hecho. Continúa con su perfil rojizo la colina verdosa que corta el horizonte, de la que desciende a su vez la población. Baños de la Encina es, por encima de todo -y tiene suficiente-, su castillo moro, de perímetro asombroso, hecho de lienzos de murallas y torres cuadradas, claramente defensivo, imponente, con su redonda torre de homenaje que vigila los extensos campos de olivos. Antes de acabar el siglo X finalizaron las obras de su construccíon, ordenadas por Alhakar II, y comenzaron entonces las disputas y batallas. En dos ocasiones diferentes fue tomado por las tropas cristianas, pero en las dos volvió de nuevo bajo el poder de sus constructores. Fue finalmente Fernando III, conquistador de todas estas tierras, quien recuperó la población y el castillo.Hoy tan sólo quedan en un pie bastante restaurado las torres y murallas del amplio perímetro. Y un arco califal que recuerda al de su hermano mayor de Gormaz. Por dentro, puro espacio abandonado, dominio de las malas hierbas y de la basura. Unas manos de asfalto han conseguido crear algo así como una pista de baile, que se utiliza en las fiestas. Tendidos primitivos de luz y hasta una especie de chiringuito adosado a piedras de la construcción primitiva completan el desgraciado panorama. De todas las maneras, vale la pena entrar, subir hasta la torre, reconstruir en la mente el vacío elíptico del recinto, contemplar los anchos campos que llegan hasta Sierra Morena, vigilar los gastados tejados rojos de la población.
Casas blasonadas bordean la antigua calle, que baja hasta la iglesia, una hermosa construcción, también en piedra rojiza, que debió de iniciarse bajo las normas góticas, acabada, como tantas otras, en el siglo XVIII y con una curiosa torre octogonal renacentista. En su interior, el sagrario cuenta con una tabla de Murillo.
En las afueras, dos ermitas. Convertida la de Jesús del Valle en convento de monjas, su primitivo aspecto aparece deformado y oculto por las nuevas construcciones. Lo único realmente de interés es el camarín, una significativa y abrumadora muestra del barroco andaluz. A la ermita de Nuestra Señora de la Encina se llega por una pista sin asfaltar, en regular estado (unos tres kilómetros). El exterior de la fábrica, renacentista, cerrado a cal y canto, se encuentra impecable, en medio de un tranquilo escenario de olivos, junto a la vieja encina en la que se apareció la Virgen del Milagro. Dicen que una de sus ramas da como fruto bellotas con la forma de la imagen sagrada. Debo confesar que no pude encontrarla.
CONVIENE SABER
Que la llave de entrada al castillo se guarda en el ayuntamiento, frente a la iglesia.Que el párroco abre la iglesia a todos los interesados, añadíendo a la visita un sinfin de comentarios sobre el pueblo, el castillo, los poblados ibéricos encontrados en las cercanías y todo tipo de historias de la localidad, muy de agradecer.
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