Herejes
Ya sé que muchos tienen la ilusión de ver el fin del mundo. Lo siento por ellos. Eso que piden no es nada fácil, y en este sentido tampoco el año 1985 colmará sus deseos. Se trata de un lujo desmesurado. El espectáculo de luz y sonido con una granizada de estrellas resulta demasiado caro, pero eso no impide que el apocalipsis se haya constituido desde la antigüedad en un negocio muy rentable. El miedo a las postrimerías, transformado hoy en terror atómico, sigue siendo todavía la forma más pura de explotación. ¿Qué es la OTAN? Simplemente, un tratado de teología cuya sustancia se deriva de la creencia en el fantasma de la guerra nuclear. Sólo los pacifistas creen en esa cucaña.Si Dios hubiera mandado sobre la tierra una lluvia indiscrirninada de azufre se habría quedado sin adoradores. Exactamente eso acaeció en Sodoma y en Gomorra, un páramo sumergido donde con el castigo fulminante se erradicó la fe y también los impuestos de diezmos y primicias. Dios supo detenerse a tiempo. Del mismo modo, ahora un conflicto radiactivo acabaría masivamente con todos los posibles clientes de Westinghouse y futuros bebedores de coca-cola. El alto mando conjunto ha aprendido mucho de la divinidad. Sodoma, Hiroshima, Gomorra, Nagasaki fueron una exhibición publicitaria de la onmipotencia que creó un espacio idóneo para la sumisión. La guerra nuclear no es posible a causa de la derrota general; por eso ellos la han convertido en un acto de fe. La guerra atómica no es rentable debido al exterminio de todos los consumidores; por eso el negocio se ha instalado sólo en el estado previo. ¿Qué es la OTAN? Una industria floreciente, un tráfico de armas que genera la necesidad de cambiar el modelo de cohete cada año como los ricos hacen con el coche. Hoy la rebelión no está en el pacifismo, sino en el desafío al propio miedo. En desenmascarar a esos rateros rubios y altos que ejercen sobre nosotros una nueva extorsión teológica de diezmos y primicias bajo la amenaza del castigo nuclear. Una vez más la historia será salvada por los incrédulos.
Se necesitan herejes que se sacudan con la uña displicentemente los átomos de la solapa.
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