Una renovación del género terrorífico

En compañía de lobosDirector: Neil Jordan. Intérpretes: Sarah Patterson, Ángela Lansbury, David Warner, Stephen Rean, Brian Glover, Terence Stamp, Micha Bergese. Guión: N. Jordan y Ángela Carter. Fotografía: Mike Roberts. Efectos especiales: Alan Whibley. Maquillaje: Christopher Tucker. Reino Unido, 1984.

Estreno en cine Roxy A. Madrid.

En compañía de lobos fue la película vencedora del último festival de cine fantástico de Sitges, en una decisión del jurado compartida por todos aquellos que siguieron el certamen.

El trabajo de Neil Jordan es meticuloso e inspirado y supone un tratamiento distinto del género de terror, mediante una aproximacíón a la mitología creada por ciertos cuentos infantiles de corte terrorífico, orientada por el filme hacia la especulación en una línea freudiana.

Para Neil Jordan -que es además novelista- todos estos relatos crueles con que las dulces abuelas alimentaban los fantasmas nocturnos de sus nietos no son otra cosa que un vehículo del orden y de la represión. Los lobos, el miedo a la animalidad, son la metáfora negativa de la propia sexualidad, equiparada aquí a una fuerza destructora y primitiva.

La película propone diversas variantes sobre la cuestión, una progresiva profundización sobre la materia, siempre siguiendo la fórmula de las muñecas rusas y, en este caso, del cuento dentro del cuento. Las transformaciones de los hombres en lobos, asociadas a la menstruación; los campanarios adquiriendo connotaciones de sublimación fálica, las edificaciones sugiriendo formas humanas, y todo el -mucho más complicado de lo que parece a primera vista- mundo de Perrault deviniendo en un universo adulto en el que los símbolos cobran pleno sentido, son algunas de las imágenes con que juega Neil Jordan en su película.

Claroscuro

Formalmente hablando, En compañía de lobos es un filme muy cuidado, que saca un gran provecho de la profesionalidad con que trabajan en los estudios británicos. El rodaje se desarrolló siempre entre decorados especialmente construidos para la ocasión, unos decorados que remiten unas veces a los grabados de Gustavo Doré y otras, según confiesa el cineasta, al contenido erótico de los dibujos de Samuel Palmer.

Una fotografía enamorada del claroscuro, una música excelente y un reparto ajustado acaban de configurar una película casi redonda, a la que sólo cabe reprochar que su tempo calmoso sea, en alguna ocasión, resultado del encandilamiento del autor con su propio trabajo más que necesidad real de la trama.