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El Gobierno portugués se replantea las negociaciones con el FMI

Romper con el Fondo Monetario Internacional (FMI) o negociar con él un nuevo acuerdo, más restrictivo que el anterior, es una de las decisiones cruciales que el Gobierno portugués tendrá que resolver en los primeros días de enero. La llegada de una misión del FMI para renegociar el acuerdo de 1983, anunciada por la Prensa portuguesa, ha sido oficialmente desmentida: no hay todavía fecha marcada, pero se supone que los contactos deberán ser retomados en enero o marzo.

La negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI) deberá reanudarse una vez se aprueben, por el Parlamento portugués, los Presupuestos del Estado para 1985, que dos meses después de la fecha legal aún no han recibido el visto bueno del Consejo de Ministros.Hasta la aprobación de los Presupuestos del Estado para el próximo año, cuya política de rigor ha suscitado grandes diferencias políticas en el Gabinete, los departamentos ministeriales y la Administración pública deberán sobrevivir sobre la base de los Presupuestos de 1984, con prórrogas mensuales. Con el optimismo que le caracteriza, y que sus críticos tachan de frivolidad, Mario Soares declaró esta semana que el sistema "tiene algo bueno: obliga a todo el mundo a ahorrar".

Plan de austeridad

El verdadero estado de las relaciones entre Portugal y el FMI ha sido cuidadosamente escondido por las autoridades de Lisboa. Cuando el Gobierno Soares inició sus funciones, en junio de 1983, la carta de intenciones dirigida al FMI y el "plan de gestión de coyuntura" del nuevo ministro de Economía y Finanzas, Ernani Lopes, fueron presentados a la opinión pública portuguesa como las dos caras de una misma moneda: el plan de estabilización, o austeridad, de una duración de 18 meses aproximadamente, necesario para permitir un prudente relanzamiento posterior de la economía portuguesa, sobre bases financieras y estructurales más sanas (plan de modernización).El alarmismo acerca de la situación económica del país, que había dominado la campaña electoral del partido socialista, en la oposición, en abril de 1983, ayudó a la opinión portuguesa a aceptar como un fatalidad los sacrificios exigidos en 1984, y en su balance del año, Mario Soares se vanagloria del bajo nivel de la agitación social y de la conflictividad laboral en los últimos meses.

En sucesivas declaraciones públicas, los responsables económicos anunciaban que las metas fijadas por el acuerdo con el FMI iban a ser cumplidas con creces: las exportaciones subían, las importaciones bajaban y la mejora de la balanza comercial permitía prever una reducción del déficit de las cuentas con el exterior muy superior a los 1.300 millones de dólares autorizados por el Fondo.

A pesar de las declaraciones pesimistas de sindicatos y asociaciones patronales, muchos portugueses alimentaron, hasta después del verano, la ilusión de que "lo peor había pasado", y que 1985, sin permitir una mejora muy sensible, no exigiría ya nuevos sacrificios.

En la elaboración de los Presupuestos para 1985 se llegó a saber que el déficit del sector público y la inflación podían pesar más sobre el veredicto del FMI que los buenos resultados del plan de estabilización. Las datos recientes divulgados por el Banco de Portugal confirman resultados poco tranquilizadores: en el primer semestre de 1984 la producción industrial tuvo un crecimiento negativo (-3,2%). Los precios al consumidor subieron el 30,8% en los nueve primeros meses del año. Los salarios registraron, hasta finales de 1984, una pérdida real del 10%, mientras las inversiones bajaron un 20% en el mismo período.

El paro alcanza el 10% de la población activa (sin contar más de 100.000 personas con salarios retrasados de más de un mes) y el escudo fue devaluado un 18% en agosto, la deuda exterior era de 15.342 millones de dólares, para unas reservas (oro) de 9.452 millones de dólares).

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