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Entrevista:

"Hay que acabar con el Estado asistencial y pasar al Estado empresariaI"

Juan Arias

Es un ministro que se sale de la norma, que está lleno de paradojas, y por eso embelesa y alarma. Socialista y burgués, aunque considerado de izquierdas, también es acusado de reaganiano. Es vivaz, enemigo de los pesimismos baratos y nadie le niega su indiscutible inteligencia. Había apostado que llegaría a ministro antes de los 40 años en un país como Italia, donde en política se es aún muy joven a los 60. Y llegó a la meta con siete meses de anticipación. Ahora, a sus 44 años, Gianni de Michelis aún no ha dejado de ser ministro: primero, de las participaciones del Estado en las empresas y ahora de Trabajo. Y esto es otro récord.

A partir del próximo mes de enero, Gianni De Michelis -veneciano hasta los,huesos, y por eso amante de la vida con un buen pellizco de mundanidad- será el presidente del Consejo de Ministros de Asuntos Sociales en la Comunidad Económica Europea, e Italia asumirá la presidencia de turno de la CEE. Y el dinámico ministro italiano quiere aprovechar dicha plataforma para lanzar la idea que le hierve en la cabeza y que es su gran obsesión desde hace tiempo: la de buscar una solución al desempleo. El desempleo juvenil lo está viviendo en su propia carne como ministro de Trabajo en un país como éste, que presenta el nivel más bajo de Europa de desocupación adulta y el más alto de paro juvenil.

Pregunta. Hace poco, el escritor Leonardo Sciascia declaraba a este diario que la imaginación es lo que permite aún sobrevivir a este país. Pero esta fantasía no acaba de llegar al poder.

Respuesta. Por desgracia, este esfuerzo de imaginación no existe hoy en ningún Gobierno. Y la fantasía la necesitamos todos, como el aire que respiramos, ya que estamos viviendo un momento tal de cambio que yo llego a decir que es necesario reivindicar todo.

P. Por ejemplo, en el campo de la desocupación.

R. Sí, estoy convencido de que éste es el problema crucial actual y del futuro en todo el mundo y que no será posible resolverlo sin una gran capacidad de imaginación y de decisión por parte de todos: de los Gobiernos, de las empresas y de las partes sociales. Muchos mitos están cayendo, pero no podemos esperar a. que se desmoronen solos. No sería fácil construir sobre las meras cenizas. Hay que empezar, ya, ahora mismo.

P. Sin embargo, usted ha presentado una especie de proyecto a un plazo de 10 años para resolver la ocupación juvenil.

R. Porque sin visión del futuro no se construye nada. Nadie se quiere sacrificar en planificar para que otros recojan los frutos. Pero, al mismo tiempo que mi proyecto es decenal, el Gobierno del que formo parte ha presentado ya algunas cosas concretísimas y actuales sobre el tema: en la ley financiera para. el año entrante hemos previsto 80.000 millones de pesetas para la ocupación juvenil en el Sur y unos 20.000 millones para la formación profesional. En total, en los tres próximos años dedicaremos 350.000 millones para el empleo de los jóvenes.

Es necesario cambiar las reglas del juego

P. ¿Cómo?

R. Éste es el problema de fondo. Yo estoy perdiendo la garganta afirmando que la ocupación no es una variable residual, es decir, que no es cierto que resuelto el problema de la inflación y de una mayor producción se resuelve automáticamente el problema de la ocupación. No es así. Hoy, las empresas producirán cada vez más, pero con menos mano de obra. Y es aquí donde hace falta fantasía. Yo pienso que hay que acabar con el concepto de Estado asistencial y también de Estado social, para pasar al de Estado empresarial. Un Estado que ponga en juego las leyes del mercado.

Habíamos llegado en Italia, por ejemplo, en el campo sanitario, al absurdo de que todo era igualmente gratis para un Agnelli o para un empleado del Estado. Y habrá que acabar con la idea de que a los 18 años un joven tenga que tener ya un trabajo protegido, bien pagado y seguro para toda la vida. Hace falta más movilidad, cambiar todas las reglas del juego, hacer una nueva política de sueldos.

P. ¿Cambiadas las reglas del juego podrá haber trabajo para todos?

R. Ésa es mi tesis. Es decir, que mientras en Europa nos hemos resignado a que en el futuro habrá sólo algunas personas que trabajen y que a los demás tendrá que subvencionarlos el Estado, yo pienso al revés, que con un esfuerzo de fantasía no será necesario regalar nada a nadie. Habrá sólo trabajo para todos si este trabajo tiene en cuenta la movilidad de horario, si es menos pagado, si no todos quieren trabajar en un puesto que nadie podrá ya quitarles en toda la vida.

P. ¿Como están haciendo en Estados Unidos o en Japón?

R. Cada país deberá buscar su camino. Pero lo que no se puede es estar con los brazos cruzados. Hay que inventar cosas nuevas. De hecho, cuando se dice que Ronald Reagan ha creado tantos puestos de trabajo nadie explica que esos seis millones de trabajadores nuevos no están en la industria ni en las empresas aeroespaciales, ni en la informática. La mayor parte están en los servicios.

P. ¿Es posible inventar nuevos tipos de trabajo?

R. Es impensable. Sólo así la distribución de las rentas acabará en ocupación y no en asistencia. Para ello es necesario aceptar el concepto de flexibilidad y estar atentos a las nuevas necesidades personales y colectivas. Si una vez la gente gastaba su dinero en comprar coches o pisos, es decir, en bienes de consumo, creando así un cierto tipo de trabajo, hoy podría emplearlo en otras cosas que van desde la cultura, a las satisfacciones personales o colectivas. De este modo, crearía nuevos puestos de trabajo que, aparentemente, no serían productivos, pero que, a la larga, sí lo serían. Y aquí sí que hay que inventar todo o casi todo.

P. ¿Los italianos trabajan o no?

R. Más que en toda Europa. Todos trabajan casi el doble. Así se explica un cierto tenor de vida más alto que en otros países. Pero es un sistema de trabajo que no puede durar, que explotará de un día a otro. Una parte de los italianos vive bien porque no paga impuestos, la otra, porque tiene un trabajo oficial en el que trabaja el mínimo y paga impuestos, y otro negro en el que trabaja muchísimo y no paga al fisco. Esto es el secreto de todo.

P. ¿Está contra el trabajo negro?

R. Paradójicamente, es ese trabajo negro el qué deberá acabar siendo el nuevo tipo de trabajo para muchos. En Italia el problema de la desocupación es en parte falso, porque no se tiene en cuenta que ese trabajo negro es el trabajo que debería ser oficializado con la misma movilidad de horario y de sueldos bajos que ya tiene hoy. Pero sin que se haga en las catacumbas.

P. ¿Cómo podrá usted, con un pequeño partido como el socialista conseguir cambiar reglas del juego tan arraigadas en los mayores partidos, la Democracia Cristiana y el comunista?

R. De hecho, se está ya haciendo. La situación es irreversible. Ya todos, desde el partido comunista a los sindicatos, aceptan que es necesaria una nueva política salarial y de la ocupación, aunque no se atreven a tocar sus mitos. Además, dichos partidos están en profunda crisis de identidad.

P. Pero eso mismo ¿no podría llevarles a unirse en la gran alianza del compromiso histórico?

R. Yo creo que cuando dos elefantes están heridos y se unen, la muerte puede llegarles más fácilmente.

P. ¿Con quién le es más fácil llevar adelante esta batalla, con los comunistas o con los democristianos?

R. Paradójicamente, con los democristianos, que acaban siendo más maleables y menos dogmáticos.

P. ¿Cómo se explican tantos escándalos en este país que llena sus cárceles de administradores públicos?

R. Porque es todo un viejo sistema el que se está resquebrajando. El país se moderniza y reacciona vitalmente. Quizás a toda esta limpieza no sea ajena la acción de un Gobierno por primera vez presidido por un socialista, aunque también nosotros estemos pagando el precio de este saludable cataclismo de purificación.

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