_
_
_
_
Reportaje:La tierra de Gengis Jan, entre la URSS y China / 1

Mongolia trata de superar las secuelas del subdesarrollo

Pilar Bonet

La República Popular de Mongolia, la tierra del legendario Gengis Jan, encajonada entre la Unión Soviética y China, en el corazón de Asia, trata a marchas forzadas de superar las secuelas del subdesarrollo y acortar las distancias que la separan de sus aliados europeos en el marco del Comecon (mercado común socialista), para lo que cuenta con una nueva dirección política, tras el cese, el pasado verano, del máximo dirigente Yumzhagiyn Tsedenbal, de 68 años, "por motivos de salud" y con "consentimiento propio". La corresponsal de EL PAIS visitó recientemente Mongolia

Más información
Tsedenbal, el veterano dirigente, retirado por una esclerosis progresiva

Considerada, junto a Vietnam y Cuba, como uno de los hermanos pobres en el conjunto de aliados de la. URSS, Mongolia inspira su organización política, económica y cultural en modelos importados de la URSS, país que le presta una intensa y decisiva ayuda material y mantiene estacionadas cuatro divisiones en territorio del país."El principal mérito del Estado socialista mongol es haber sacado de la miseria y el hambre al país", opina un residente comunista en Ulan Bator, para quien el feudalismo y el budismo en su variante tibetana son los grandes responsables del subdesarrollo que reinaba en Mongolia a principios de siglo. Para un observador europeo occidental, Mongolia aparece como un país fuera de los circuitos de las tarjetas de crédito, los teléfonos automáticos y los programas de televisión diarios, donde las dependientas ignoran horarios, y las revistas, fechas habituales de publicación.

Fomento a la natalidad

En diciembre, a 25º bajo cero, un sol radiante brilla sobre Ulan Bator, la capital mongola, que, con sus 435.000 habitantes según los datos oficiales, es la máxima concentración urbana e industrial del país. Mongolia es uno de los Estados menos poblados del mundo. Repartidos desigualmente por el territorio, los 1,8 millones de mongoles llegan a una densidad media de algo más de un habitante por kilómetro cuadrado y a veces, como en el desierto de Gobi, al Sur, ni siquiera a esa cifra. La mitad de la población, antes eminentemente nómada, vive todavía del campo, especialmente de la ganadería.Para superar la insuficiencia de mano de obra, la política oficial favorece a las familias numerosas y prevé que la población actual se duplique para el año 2000. La falta de anticonceptivos, la reducción de la mortalidad infantil y la mejora de las condiciones sanitarias están surtiendo efecto. Tres o cuatro hijos por familia son un promedio normal, y el 80% de la población tiene menos de 35 años, lo que obliga a mantener dos turnos en las escuelas ante la insuficiencia de instalaciones y maestros.

Un vientecillo gélido barre las nubes sobre el cielo de Ulan Bator e imprime dinamismo a los transeúntes, que deambulan vestidos muchos de ellos con sus trajes regionales de invierno, una especie de caftanes forrados de piel y abotonados a un lado. El tráfico rodado, integrado por jigulis (versión soviética del Fiat 127), volgas y jeeps de la misma fabricación y autobuses de procedencia centroeuropea es escaso. En los taxis, los contadores llevan indicado el precio en rublos y kopeks. Nadie se ha tomado la molestia de cambiar la inscripción, aunque, en realidad, aquí se paga en tugriks, la moneda nacional mongola (algo más de tres tugriks equivalen a un dólar norteamericano). Rodeada de suaves colinas, Ulan Bator extiende sus edificios grises, de dos o tres pisos y apariencia desangelada, por una amplia superficie. En las afueras, unas cercas metálicas ocultan las concentraciones suburbiales de yurtas, la vivienda típica de los pastores nómadas mongoles, construidas a base de un armazón de madera y, una cubierta de paño. En estos poblados de yurtas urbanas se aglomeran, según fuentes residentes, la mitad de los habitantes de la ciudad, muchos de ellos en situación clandestina y sin trabajo fijo.

El éxodo del campo a la ciudad, un fenómeno masivo que los controles en carreteras y estaciones de ferrocarril no consiguen frenar, elevan la población de Ulan Bator a más de 700.000 habitantes, según fuentes residentes. "Llegan por la noche, de incógnito, campo a través, con sus palos y sus rollos de fieltro. En unas cuantas horas han montado la yurta y al día siguiente están ya instalados en la ciudad, donde la vida que les espera tampoco va a ser fácil", señalan las fuentes.

Descontextualizados, apiñados y faltos de condiciones sanitarias y de habitabilidad, los poblados de yurtas constituyen fuentes de marginación, delincuencia y alcoholismo, según señalan los medios consultados. No sorprende, pues, que una de las prioridades del desarrollo mongol pase en la actualidad por la construcción de viviendas, pese a que los planes de este sector no llegan a cumplirse, según manifestó recientemente el máximo dirigente del país, Zhambyn Batmunj, primer secretario del partido comunista y desde este mes presidente del Presidíum del Jural Popular (soviet supremo mongol).

La prioridad de la relación con la URSS impregna distintos aspectos de la vida en Mongolia. En el centro de Ulan Bator, cerca de la estatua de Lenin que preside la principal plaza de la ciudad, una enorme fotografía de Konstantín Chernenko y una cita suya dan testimonio de la amistad mongolo-soviética. En otros dos lugares de la capital, sendas estatuas de Josif Stalin apoyan el argumento. Los mongoles están muy agradecidos a Stalin, porque "hizo'mucho por nosotros", según afirmaba una funcionaria del Ministerio del Exterior. En 1939, cuando los japoneses invadieron la zona del río Jaljin-Gol y penetraron en territorio mongol, tropas expedicionarias soviéticas dirigidas por el mariscal Zukov rechazaron la ofensiva, basándose en el acuerdo de ayuda mutua firmado por los dos países en 1936.

Del feudalismo a la democracia

En noviembre de este año, una delegación soviética presidida por Víctor Grishin, el jefe de la organización del partido comunista soviético en Moscú, estuvo en Ulan Bator para celebrar el 60º aniversario de la existencia de la República Popular de Mongolia, una de cuyas características es, según el discurso oficial, el tránsito desde el feudalismo a la democracia y el socialismo sin haber pasado por una fase capitalista.Un gran mural del encuentro entre Chernenko y Zhambyn Batmunj en el Kremlin el pasado octubre preside la exposición conmemorativa de los éxitos económicos de estos 60 años: jerseis y prendas de lana de cachemira que se exportan o se venden en divisas en las tiendas libres de impuestos, objetos de cuero y piel, distintos tipos de embutidos, varias verduras (coles, cebollas, zanahorias, tomates, ajos, cereales, una gama de productos químicos elementales y zapatos deportivos son algunas de las cosas que se muestran en las vitrinas.

Sin embargo, buena parte de los objetos que se pueden comprar en las tiendas sin escaparates de Ulan Bator son de producción soviética. La industria mongola, incluso la alimenticia, está muy lejos todavía de poder satisfacer las necesidades del país. El comercio exterior mongol se centra casi exclusivamente en los países socialistas (aproximadamente el 95% del total). El porcentaje principal corresponde a la URSS, que exporta maquinaria, instalaciones, técnicas e industriales, vehículos, aviones y energía, entre otras cosas. A cambio, Mongolia ven de concentrado de cobre y molibdeno y productos derivados de la ganadería. Miles de especialistas soviéticos -unos 10.000, según fuentes residentes- trabajan en territorio mongol en el marco de la cooperación mutua, planeada hasta finales de siglo. El espectro de actividades es amplísimo y va desde la ayuda en el desarrollo del ballet y la ópera o el circo hasta la minería, la ganadería y la industria. Además, hay en Mongolia varios centenares de expertos de los países del Comecon más avanzados y ricos -RDA, Checoslovaquia y Hungría- que trabajan en proyectos conjuntos en el marco del Comecon.

Los programas de desarrollo dan prioridad a la industria de transformación y alimenticia relacionada con la ganadería y también a las actividades mineras. En el sector relacionado con la ganadería, España podría tener alguna participación dentro del escaso porcentaje que Mongolia dedica a su comercio con Occidente. Durante la acreditación del embajador de España en Mongolia, José Luis Xifra de Ocerin (también embajador en Moscú), el pasado noviembre, los mongoles se mostraron interesados por la técnica española para el tratamiento de pieles y la transformación agro-industrial.

Un equipo de tecnócratas

En el campo minero, el territorio mongol, riquísimo en minerales raros y en carbón, es considerado como el depósito estratégico del Comecon. En este ámbito, los mongoles muestran con orgullo el combinado de cobre y molibdeno erdenet, considerado un hito en el proceso de industrialización del país y realizado con ayuda soviética. Erdenet, que fue inaugurado en 1978 por Tsedenbal y Batrnunj, a la sazón presidente del Consejo de Ministros, supone actualmente el 40% de las exportaciones totales mongolas.Los planes de desarrollo de Mongolia hasta finales de siglo coinciden con la llegada a la dirección política de lo que se considera un equipo de tecnócratas dispuesto a ímpulsar económicamente el país. Tanto Zhambyn Batmunj, de 58 años, como el nuevo primer ministro, Dumangijn Sodrioni, son economistas de formación. Sodnom, que entró en el Politburó del partido comunista mongol un día antes de ser nombrado jefe de Gobierno, tiene una amplia experiencia de gestión al haber ocupado, entre otros cargos, la dirección de la comisión estatal de planificación (equivalente al Gosplan soviético).

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_