Ceuta y Melilla, o el pánico nacional / y 2
En el tema de Ceuta y Melilla es necesario no anticipar el curso de la historia por temor y prepararse concienzudamente para afrontar y construir el futuro con ilusión y fuerza, que proporcionarán a España el prestigio y el respeto para nuestra paz y para nuestra soberanía. Así concluye el autor de este artículo su reflexión a propósito de la propuesta de entrar a negociar con Marruecos sobre el futuro de las dos ciudades.
En días recientes se ha firmado un nuevo acuerdo sobre Gibraltar y se vuelve a insistir en los legítimos intereses y derechos de sus habitantes a su autodeterminación. Admitimos como normal que a estos british no se les pueda obligar a la fuerza al cambio de su status territorial. Se habla de próximas generaciones, consolidando lazos de unión, de intereses y de afectos entre españoles y gibraltareños para que algún día puedan decidirse libremente a entrar en la soberanía española.No puede haber negociación sobre el problema de la soberanía y de disponer del destino de estos pueblos sin su intervención. El pueblo de esos territorios no puede ser traicionado o negociado. Sus deseos e intereses son de primera importancia y haremos todo lo posible para protegerlos".
Eran frases de lord Caradon, representante inglés, pronunciadas en las Naciones Unidas el 1 de diciembre de 1965 y se refería a Gibraltar.
Este principio de autodeterminación, que se viene reconociendo cuando se predica que jamás se hará un nuevo pantano que pueda ocultar bajo sus aguas a la más mínima aldea, parece que tenga algún tabú para los habitantes de, Ceuta y Melilla. Todos los proyectistas y arbitristas que arreglan nuestro mapa disponen de sus habitantes y de sus intereses como si de bienes mostrencos se tratara. Parece que a nadie se le ocurre pensar que por lo menos tendrán los mismos derechos que los gibraltareños a que se les pregunte su parecer en la cuestión.
El señor Pando reconoce atinadamente que no somos colonia, que somos España. Parecía que salíamos ganando, ¿verdad? Pues no. Ahora resulta que a los coloniales se les reconocen todos los derechos, empezando por las propias normas de las Naciones Unidas, según las cuales siempre se habrá de decidir según su voluntad, o sea, de acuerdo con el principio de la autodeterminación. Sería cosa de convertirnos en colonia española para que nos reconozcan también tan obvios derechos.
No espera el señor Pando nada de las instancias internacionales. Recuerda el escaso eco que supuso la sentencia del Tribunal Internacional de La Haya en el caso Sáhara. No cree que Marruecos acuda a las Naciones Unidas y piensa que, como en el caso de Goa y Damao, nos liquidarán de un empujón bélico precedido de una marcha verde de patente marroquí. Puede que esto suceda. Pero desde luego estoy seguro que esta aseveración está tan cerca de la prudencia y de la sabiduría como del pavor. El articulista escribe emocionalmente pero no arrastrado por un sentimiento de los que añejamente se calificaban de nobles y altos, sino por un verdadero sentimiento de pánico. Me refiero a un pánico nacional. A una, visión apocalíptica. Le gusta pensar que relacionarse con Marruecos nunca será como relacionarse con el Benelux, tan educados y civilizados ellos. Y quiere poner el mar por medio y pensar que la distancia es infinita. Pero olvida que con Marruecos tenemos fronteras comunes y que ese mar estrecho ha sido pasado y repasado cientos de veces en la historia con ademán bélico y con propósitos de conquista.
En el siglo XVII escribía Saavedra Fajardo en sus Empresas políticas:
"Poco peligra quien levanta las armas contra un príncipe muy deseoso de la paz. Por eso parece conveniente que se muden las máximas de España, de imprimir en los ánimos que su majestad desea la paz y quietud pública y que la comprará a cualquier precio".
A cualquier precio fue la filosofía del Acuerdo de Múnich, porque Alemania asustaba, enervada en un integrismo irracional, con muchos más de 650.000 jóvenes-nazis-cartuchos-de-dinamita, sedienta de tierras y pletórica de agravios. Engulló Austria y destrozó Checoslovaquia. Los supuestos agravios se convertían en seudoderechos que se arrastraban por los caminos más intrincados de la geografía, de la historia, de la sociología, de los espacios vitales, del sacro imperio romano-germánico; no importaba de dónde sacar algún pretexto, no importaba que el pretexto fuera la raza o la religión; siempre había algo a que echar mano.
Y de pronto, todo se paró en un asunto minúsculo: el pasillo de Dantzig. Dantzig fue el grano de pimienta bíblica que se convirtió en el más frondoso árbol de muertos de toda la historia, rematado con el hermoso árbol de Hiroshima y Nagasaki. Ése fue el precio de la paz. "No es bueno que su majestad desee la paz a cualquier precio", porque este precio siempre será mucho más caro que la propia paz a precio de mercado.
La defensa nacional busca garantizar la seguridad. Pero la seguridad proviene y deriva siempre de la defensa. Si no es así, la seguridad se convierte en materia putrefacta y pestilente. Ya dijo Cristo: Quien quiera salvar la vida, la perderá". Y Shakespeare: "Pues todos lo sabéis, la seguridad es el enemigo más principal de los mortales". Mucho más se gasta en seguridad ciudadana y colectiva que en aprestos de guerra. Julián Marías ha escrito: "Una sociedad que propende de una manera atormentada hacia la seguridad como remedio final de todos sus males, como meta final de la felicidad terrestre, es siempre una sociedad inmovilista y cobarde".
La apreciación de nuestra soledad internacional jamás puede resultar un factor determinante de este problema. Es un factor determinante de todos los problemas españoles. Hemos vivido a espaldas de Europa y del mundo desde Napoleón; concretamente, desde que fuimos olímpicamente silenciados en el Congreso de Viena. Y esto lo estamos notando hoy y ayer y lo seguiremos sufriendo durante años. Ahí tenemos la OTAN y la CEE. Tenemos un ayuntamiento (de adjuntarse) europeo en el que ni queremos ni podemos ni sabemos entrar y comportarnos, ni nos quieren allí. En el otro lado de la balanza se encuentra el dato de haber salido indemnes de dos conflagraciones mundiales, que tampoco es de despreciar, pero que nos ha distanciado de nuestros eventuales consocios, con los que no hemos sabido ni tener unas ideas comunes ni unos intereses compartidos ni una cultura solidaria.
Igualmente se equivoca, o al menos juzga erróneamente, el compacto sociológico marroquí. Siendo cierta la cifra de parados, podríamos estar muy satisfechos y tranquilos. Nosotros tenemos muchos más. Con arreglo a nuestros respectivos censos (40 millones y 21 millones, respectivamente), debía haber por lo menos 1,3 millones de parados marroquíes. Y todavía el Gobierno inglés no está asustado por esta cifra española, mientras que nosotros parece que debemos alarmarnos, y mucho, ante la cifra marroquí. Pero es que, además, el censo laboral marroquí, desde 1956, ha cambiado sociológicamente y sigue cambiando.
Al señalar el señor Pando la ineficacia de nuestros gobernantes y la de nuestro poder militar, obviamente está señalando la primacía de los dirigentes marroquíes frente a los españoles. Y pienso que debe ser un poco desconsolador dar la primacía a las dictaduras monárquicas, de los viejos tiempos del absolutismo, frente a nuestra democracia y frente a nuestro sistema representativo de Gobierno. Sin embargo, no está en lo cierto el señor Pando. Las democracias, en sus relaciones internacionales, afiliadas y consolidadas en el campo de la defensa y nunca en el de la ofensa, mantienen con vigor y entereza todo aquello que constituya parte integrante de su ser.
Pero tanto en este orden como en el propio militar yace en el artículo contestado un esquema que conviene dejar al descubierto. Parte el articulista de que por todas esas razones vamos a perder Ceuta y Melilla y, por tanto, debemos entregarlas inmediatamente.
Como si hubiera hecho un programa y lo hubiera llevado a la computadora, obteniendo esta resignada contestación que le lleva a practicar una eutanasia glorificante: "Son hijas nuestras y muy queridas, pero nos han salido con malformaciones congénitas que nos obligan al sacrificio". Y zas, fuera.
Y con esa entrega previa, ¿qué hemos de conseguir? Quizá un cubo de pescado. Quizá ese mínimo desplante que refugia un resto de dignidad en la manida frase: "De aquí no me echa nadie, porque yo me marcho antes". Si es eso, señor Pando, más vale dejar que el tiempo cumpla sus inescrutables designios y ocupemos con seriedad el puesto que nos corresponde por nuestra situación y nuestra historia, sin claudicaciones ni abandonos. Tengamos la confianza y la seguridad de que estamos en nuestro sitio. No anticipemos el curso de la historia por el temor y preparémosnos concienzudamente para afrontar y hacer nuestro futuro por nosotros mismos, con ilusión y fuerza, que nos traerán el prestigio y el respeto para nuestra paz y para nuestra soberanía.
es general interventor del Ejército y miembro del Instituto de Estudios Ceutíes.
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