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Entrevista:

Manuel Gallent: "Occidente debe volcarse en la ayuda a Nicaragua"

, Manuel Galient, diputado de la Coalición Popular por Valencia y miembro del Partido Demócrata Popular (PDP), fue el único parlamentario español presente como observador, aunque a título personal, en las elecciones nicaragüenses del 4 de noviembre. Gallent, cuya visita provocó una protesta de la Embajada de EE UU en España al Grupo Popular, piensa que la política norteamericana respecto al país centroamericano es equivocada y considera que "Occidente debe volcarse en la ayuda a Nicaragua".

Pregunta. ¿Qué impresión tiene usted del desarrollo del proceso electoral y de la realidad de Nicaragua?Respuesta. Yo considero el proceso electoral correcto, teniendo en cuenta que se trata de un país que está en guerra -una larga guerra de desgaste, con grandes costos-, y que, además, pertenece al Tercer Mundo, con una situación cultural y social nada desarrollada. Lo considero mucho más correcto que inuchos otros procesos electorales que se han llevado a cabo en otros países de la zona, por ejemplo en El Salvador. O, sin ser la misma zona, pero también en Hispanoamérica, el que se acaba de producir en Uruguay. Por eso no puedo compartir el punto de vista del Gobierno español y del resto de fuerzas políticas.

P. ¿Cuál es su impresión sobre la postura del Gobierno?

R. Cuando se celebraron las elecciones uruguayas, Felipe González felicitó inmediatamente a través de un mensaje por Radio Montevideo al pueblo de Uruguay. Y esas elecciones se han celebrado en condiciones que considero absolutamente intolerables para un demócrata, como es tener a la figura de máxima popularidad política, el general Líber Seregni, privado de derechos civiles, con lo que no pudo ser ni candidato. En cuanto al líder político que, desde otro plano, se ha caracterizado más en la lucha contra la dictadura del general Álvarez, Wilson Ferreira, estaba en la cárcel. Había cadenas de periódicos clausuradas, emisoras precintadas y miles de ciudadanos que no podían volver al país para votar. Indudablemente, es un paso el que se hayan celebrado las elecciones, pero no entiendo por qué se tiene que aplicar un criterio posibilista en Uruguay y un criterio maximalista en Nicaragua, en el sentido de que o los comicios eran perfectos, como si se tratara de Suiza, o se consideraba que no eran válidos.

P. ¿Considera usted que la posición española ha sido equívoca en el caso de Nicaragua?

R. Tan equívoca como lo fue en su día con el Frente Polisario. Ha habido una serie de promesas relativas a política exterior que, una vez llegados los socialistas al poder, quizá por imperativos de la situación internacional, no se han cumplido.

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P. Hablemos de las consecuencias que ha tenido su visita a Nicaragua, como la protesta del embajador estadounidense, Thomas Enders.

R. La protesta del embajador se produce porque mi criterio no es compartido por la Administración americana. Yo la doy por no recibida, pero he escrito una carta al embajador para ofrecerle un cambio de impresiones sobre lo que he visto, carta que hasta el momento no ha tenido respuesta. Quiero aclarar que soy un gran admirador de Estados Unidos, país al que considero fundamental en nuestra área cultural, de influencia y de equilibrio de poder. Lo que hay que considerar es que las Administraciones norteamericanas cambian y se puede no compartir una posición concreta en un problema concreto.

El papel de España

P. ¿Cuál debería ser, a su juicio el papel de España?

R. Absolutamente fundamental, porque España conserva todavía un prestigio enorme en Nicaragua. Además, su responsabilidad sería doble: por una parte, como país occidental, compartida con el resto de Europa, y como la tan mencionada madre patria, que es un hecho como poder de influencia. Los sectores contrarios al sandinismo utilizaron como arma de descrédito del Gobierno sandinista la no presencia del Gobierno de España. Éste es el gran error, según creo, que está teniendo la izquierda, como Gobierno, en este momento, y la derecha, con una miopía realmente notable. Ambas con un gran papanatismo con respecto a las directrices que, en un momento dado, puedan venir de otros paíes, de incluso silenciar el problema, en lugar de volcarse en la ayuda.

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