El tango
En los círculos de la inteligencia exquisita también se ha puesto de moda hablar mal de los socialistas. Parece que estos pobrecitos míos no aciertan ni una. Al ataque general desde derecha e izquierda ahora se ha sumado la risa de alguna gente fina. Recientemente, un maravilloso alegato de Sánchez Ferlosio contra la política cultural del Gobierno ha levantado un jolgorio en ciertas tertulias que se nutren con la estética del sarcasmo. Una vez más, este admirable escritor ha dado en la diana. A raíz de una próxima exposición de abanicos pintados, Sánchez Ferlosio ha entrado a degüello en mitad de la pequeña fiesta hortera de nuestra cultura que se agita gozosamente bajo un cúmulo de mesas redondas, montados de lomo, conferencias, canapés de falso caviar, artículos de encargo, pinchos de tortilla, coloquios, universidades de verano y otros vinos de marca. La alegre mediocridad de los socialistas es auténtica, si bien no hay que olvidar este principio: para bailar el tango se necesitan dos.La cultura de la derecha tradicional consiste en matar urogallos. No voy a defender a estos socialistas sumidos en una euforia infantil con la chequera abierta a los pies de Antonio Machado. Pero hay que decirlo todo. Desde que llegó la democracia, uno no ha visto sino intelectuales sublimes que perdían el culo en dirección a palacio, poetas malditos empinando el codo en recepciones oficiales, escritores crípticos que han alargado el brazo desde la torre de marfil para trincar un millón, empezando por ése que se da en nombre de Francisco Cerecedo, un premio hortera donde los haya. Aquí nadie ha rechazado una beca, una invitación a la Moncloa ni un bocadillo de calamares. Para bailar el tango se necesitan dos. Voto a bríos, ¿qué creen algunos que es la cultura? La cultura no es otra cosa que escribir sandeces o hacer el chorra por las tarimas hasta que al final alguien dé en el clavo. Tal vez dentro de 100 años, cuando la historia olvide los nombres de todos los presidentes del Gobierno, nuestra generación será recordada porque un genio, cuya existencia hoy ignoramos, pintó un abanico. De modo que por mí puede seguir el tango. A ver si en un descuido también logro coger un millón.
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