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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Diálogo, por fin

EL ANUNCIO de la próxima reunión, los días 7 y 8 de enero de 1985, de George Shultz y Andrei Gromiko, para estudiar la reanudación de las negociaciones sobre desarme entre EE UU y la URSS, es una buena noticia que sólo satisfacción puede producir entre los millones de mujeres y hombres que, angustiados por las amena zas de guerra, están convencidos de que la negociación, la distensión, el desarme y la paz son las cuestiones decisivas de la época contemporánea. Desde que los soviéticos, hace aproximadamente un año, interrumpieron las dos negociaciones de Ginebra (una sobre euromisiles, otra sobre armas estratégicas), existía una situación completamente anormal en la vida internacional. Durante varias décadas, las conversaciones soviético-nor teamericanas sobre armas nucleares, con sus altos y bajos, han sido prácticamente permanentes. Ese tipo de armas se desarrolla a la luz del día. Y en medida apreciable, dentro de unos límites fijados de común acuerdo. El secreto, incluso en el caso de la URSS, es mucho más aparente que real. La regla del juego exige casi que los respectivos rearmes sean conocidos. No se puede olvidar que el efecto principal de las armas nucleares es la disuasión. Como escribía recientemente, en Los Angeles Times, el antiguo presidente del MIT (Massachusets Institute of Techriology) Jerome Wiesner, "no hay uso militar para las armas nucleares, si bien su desarrollo y acumulación aumenta el peligro de un desastre final. El único empleo sensato de las armas nucleares es la disuasión frente a su empleo por otros". De la naturaleza misma de las armas nucleares dimana, pues, la exigencia objetiva de la negociación entre las superpotencias. Por fin, parece que la etapa de no negociación toca a su fin; se ve una luz al fondo del túnel. La decisión de celebrar el encuentro Shultz-Grornyko es fruto de un proceso de acercamiento que se venía manifestando en los últimos meses, y sobre todo después del viaje a Nueva York y Washington del ministro de Asuntos Exteriores de la URSS. Hace aproximadamente un año, cuando se hizo evidente el inicio de la colocación de los Pershing II y de los cruceros en Europa occi dental, los soviéticos se marcharon de Ginebra poniendo como condición previa para reanudar las negociaciones la retirada de los euromisiles. La sustitución de Andropov por Chernenko no modificó, en un principio, la posición cerrada de la URSS; pero cada vez su inoperancia era más evidente; la rigidez se estaba volviendo contra sus propios intereses. No puede sorprender que los gestos para superar el bloqueo hayan sido realizados por Chernenko, y no por Gromyko. En realidad éste, en su larguísima carrera al frente del Ministerio de Exteriores, ha sido mucho más un ejecutante que un creador de política; es uno de los secretos de su duración. Las recientes declaraciones de Chernenko al Washington Post apuntaban cuatro temas sobre los cuales podrían versar las negociaciones entre la URSS y EE UU: armas espaciales, prohibición de pruebas nucleares, congelación de arsenales nucleares, compromiso de no primer empleo de estas armas. Para la URSS, una cuestión esencial es poder sentarse ante una mesa de negociación sin dar la sensación de que vuelve a una mesa que abandonó hace 12 meses. La propuesta del presidente Reagan ante la ONU de una negociación paraguas iba asimismo en un sentido apto para facilitar el acuerdo. Sin embargo, esta idea de que ahora hace falta una negociación amplia no es una simple comodidad diplomática. Aún no se conoce el orden del día del encuentro anunciado de Shultz y Groinyko; pero todos los antecedentes indican que su objetivo esencial, además de desbrozar los temas centrales, será estudiar los marcos y métodos que permitan la máxima eficacia de negociaciones ulteriores. Existe una opinión extendida, y justificada, de que muchas negociaciones anteriores se han ido enterrando en tecnicismos cada vez más embrollados e insolubles. Y han sufrido de una falta de autonomía por parte de las delegaciones en presencia. Para que una negociación sea realmente tal, es obvio ' que los negociadores deben disponer de un alto grado de autoridad y autonomía. Si no, todo puede quedar en repetición de posiciones prefijadas. No sobra recordar que, en el famoso paseo de los bosques del verano de 1982, los delegados soviético y norteamericano esbozaron una solución concertada sobre los euromisiles; pero no tenían autoridad para proseguir por ese camino; el intento abortó. Hoy es evidente para todos que, de haberse aprobado aquella fórmula, estaríamos mejor de lo que estamos. Es sintomático que ahora el propio Heriry Kissinger, lo mismo que otros sectores en diversos países, se haya pronunciado por la designación de nuevas personalidades, con espíritu conciliador, y con márgenes elevados de autonomía, al frente de las respectivas delegaciones. Lo que está sobre la mesa es en primer lugar un problema de voluntad política: la necesidad prioritaria será encontrar los puntos de coincidencia que permitan definir objetivos y caminos, en diversos terrenos relacionados entre sí, para poder marchar hacia una disminución de los arsenales actuales. Los soviéticos, al reflexionar sobre lo ocurrido durante el último año, no pueden llegar a la conclusión de que su táctica les ha reportado ventajas; más bien lo contrario. En términos generales, con las iniciativas en EE UU sobre los MX, la guerra de las estrellas, y por otro lado los nuevos cruceros soviéticos, el proceso de rearme está adquiriendo porporciones cada vez más irracionales y peligrosas. ¿Podrá la entrevista Shultz-Grornyko de enero próximo iniciar una inversión de esa tendencia?

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