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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El terrorismo y la negociación

EL ATENTADO contra Luis Rosón, reivindicado por ETAm, general interventor general del Ejército, lleva las huellas de la estrategia de la tensión y las marcas de la lógica desestabilizadora. Con independencia de su alto grado militar y de su propia personalidad, Luis Rosón, gravemente herido en la emboscada que le fue tendida en una calle madrileña, es hermano del ministro del Interior que inició en 1981 la audaz negociación, en la que actuaron como mediadores los dirigentes de Euskadiko Ezkerra, encaminada a facilitar la reinserción social de los militantes de ETA Político-militar que se comprometieran a abandonar la senda de la violencia y a respetar los marcos legales y los principios democráticos del ordenamiento constitucional. Desde esta perspectiva, el atentado contra el general Rosón se presta a ser interpretado, en un nivel simbólico, como una tentativa más para atajar los esfuerzos orientados a sustituir por el entendimiento y el diálogo el lenguaje de la violencia.Mientras el nombre de Juan José Rosón está asociado de manera inequívoca a la voluntad de propiciar salidas políticas -en la medida en que resulten legalmente posibles- que permitan poner fin al combate que todavía libran las diversas ramas de ETA, la figura de Santiago Brouard, asesinado en Bilbao cuando pasaba consulta médica, se hallaba vinculada, de forma discreta, a las tentativas de abrir una negociación con ETA Militar que pudiese desembocar en un acuerdo de paz. Este veterano luchador nacionalista, presidente del Partido Popular Socialista Revolucionario (HASI), el grupo más radical y cohesionado de Herri Batasuna, se había ganado el respeto personal de sus adversarios políticos y se había distinguido, durante su gestión como teniente de alcalde del Ayuntamiento de Bilbao, por su disposición para el diálogo. El malogrado Brouard, que desempeñaba en buena medida, dentro de la coalición abertzale -tal y como han reconocido tras su asesinato algunos de sus compañeros- el papel dejado vacante por Telesforo Monzón, era un hombre de firmes convicciones y de planteamientos radicales. Pero esos rasgos no sólo excluyen, sino que refuerzan la voluntad política y la autoridad moral de un dirigente resuelto a emprender una negociación cuando la situación así lo exige.

Los débiles, los oportunistas, los vacilantes y los cobardes son pésimos interlocutores a la hora de iniciar un diálogo. La labor de negociación exige claridad de ideas, entereza moral, inteligencia política y capacidad para escuchar las razones y las propuestas del adversario. Es necesario también, y sobre todo, tener poder. Las negociaciones sobre ETA Político-militar, que desembocaron en la disolución de la organización y en la adopción de programas a corto y medio plazo para la reinserción social de sus miembros, fueron llevadas por personalidades tan vigorosas como Juan José Rosón y Mario Onaindía, libres de toda sospecha dentro de los campos ideológicos y políticos en los que respectivamente se alinean. El atentado mortal contra Argala, en diciembre de 1978, y el asesinato de -Brouard, en noviembre de 1984, tienen en común que la violencia criminal se dirigió, en ambos casos, contra líderes respetados del nacionalismo radical -perteneciente el primero a ETA Militar, y el segundo, a Herri Batasuna- que poseían legitimidad histórica y autoridad política para emprender una negociación.

Sin necesidad de barajar hipótesis incontrastables, que siempre corren el riesgo de sustituir el análisis de los hechos por las especulaciones de la fantasía, los atentados del martes y del miércoles, en ominosa proximidad al aniversario del 20-N, parecen apuntar hacia una convergencia objetiva de estrategias desestabilizadoras dirigidas a impedir cualquier salida del conflicto terrorista que descanse en la reinserción social y el abandono negociado de la violencia. Pese al distinto origen político e ideológico de los brazos de esa tenaza asesina que intenta destruir las instituciones de la democracia representativa en Europa occidental, una mirada contemporánea está casi obligada a caracterizarlos, atendiendo a su eficacia, como parientes de una misma familia y como prácticas violentas de un mismo signo. El eventual conocimiento de testimonios y documentos por ahora secretos permitirá, con el paso del tiempo, descubrir los nexos internacionales, los juegos de geoestrategia y las tramas de Estado que se esconden tras esa espiral asesina que intentó impedir la reinstauración de la Monarquía democrática, la aprobación de la Constitución, el establecimiento del régimen de libertades y la llegada al poder de los socialistas, y que se propone ahora erigir un muro de muerte, dolor y venganza para cortar los caminos hacia la paz en el País Vasco.

Y un añadido mínimo a estas reflexiones: el asesinato de Santiago Brouard ha merecido la condena unánime y definitiva de todos los grupos políticos del arco parlamentario español. Herri Batasuna tiene ahora la oportunidad de demostrar claramente sus intenciones y su sensibilidad frente al fenómeno terrorista, repudiando a los frustrados asesinos del general Rosón con idéntica firmeza que a quienes quitaron la vida a su líder. Aplicar medidas diferentes a salvajadas parejas sólo pondría de relieve una miserable condición moral.

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