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Nuevas tensiones en el norte de Africa

El precario equilibrio del Magreb

La admisión de la RASD en la OUA da otra dimensión a la guerra del Sáhara

Tras ocho años de sangriento conflicto, la admisión de la RASD en la OUA constituye, después de los acuerdos tripartitos de Madrid de 1976 -que objetivamente quedan invalidados-, el hecho más importante relacionado con el conflicto del Sáhara occidental. Se convierte también en una actuación de graves consecuencias para el norte de África y en un gesto que da por superado el objetivo del referéndum de autodeterminación, preconizado tanto por los acuerdos tripartitos de Madrid como por la cumbre africana de Nairobi de 1981.El que el nuevo Estado miembro de la OUA sólo disponga de una pequeña implantación en el territorio, exactamente Tifarity, y sobre todo bases y campamentos en Argelia y Mauritania, no ha preocupado a los líderes africanos. La OUA demuestra así su cansancio por los problemas y querellas árabes, pero también una gran incapacidad para solucionar problemas reales.

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El escenario previsible, en lo inmediato, puede agravar la tensión entre los dos países a fin de cuentas enfrentados en esta guerra de otro tiempo, Marruecos y Argelia. Marruecos se esforzará por desalojar al Polisario de Tifarity para evitar que pueda pretender que existe una porción de tierra sahariana liberada. Sus primeras líneas quedarán en la mismísima frontera argelina, y cualquier futuro ataque polisario implicará necesariamente a Argel.

Los países que han apoyado la admisión de la RASD, con Argelia a la cabeza, amparados en la legitimidad que les otorga el reconocimiento de la RASD por la OUA, librarán otra batalla diplomática para hacerla reconocer por los no alineados primero y por las Naciones Unidas después. Una vez logrado ese objetivo, sólo tendrán por delante la posibilidad de una escalada militar.

El rey Hassan II y los países occidentales que le apoyan partieron y parten de la hipótesis de trabajo de que Argelia, en último extremo, no desea la desestabilización de la monarquía marroquí y que el presidente Benyedid, pragmático más que ideólogo, aspira a desembarazarse de la herencia de Huari Bumedian, particularmente pesada en lo que al conflicto del Sáhara concierne.El tratado libio-marroquí

La admisión de la RASD en la OUA tras dos meses y medio de intensa campaña diplomática argelina es el primer hecho concreto que, sin desmentir totalmente esos presupuestos de trabajo, arroja algunas dudas sobre ellos. En todo caso, he ahí a Chadli Benyedid, el hombre que se suponía deseoso de romper con el pasado, con todo el peso de la herencia sahariana de Bumedian sobre sus espaldas.

Con la visión retrospectiva hoy posible puede presumirse que ni Hassan II ni Chadli Benyedid jugaron esta partida con las cartas boca arriba. Benyedid, porque no ofreció al rey Hassan II, en el encuentro de ambos en Uxda, en febrero de 1982, más salida honrosa que la independencia pura y simple del territorio. El rey Hassan II, porque, con su interpretación restrictiva del referéndum de autodeterminación, que él mismo calificó de simplemente confirmativo, devaluó su propio gesto de aceptarlo en Nairobi y suscitó legítimas dudas en cuanto a sus intenciones.

La genial unión con Libia en agosto de 1984, que arranca del espectacular viraje libio desde julio de 1983, y la presunta suspensión de la ayuda militar de Gaddafi al Polísario alejó toda posibilidad de compromiso con Argelia. A largo plazo, el tratado de unión libio-marroquí puede resultar una carga de profundidad contra la monarquía alauí.

Libia, ayudada por ese tratado, comienza a solucionar sus dos problemas más importantes: el de Chad, con la retirada franco-británica, y el aislamiento de Gaddafi, que ya no es tanto desde la entrevista con Mitterrand a mediados de esta semana bajo los auspicios del presidente griego. Por el contrario, Libia no se ha retirado de la OUA en solidaridad con Marruecos ni ha revocado su anterior reconocimiento de la RASD. Aunque es difícil confirmarlo, Trípoli tampoco parece haber respondido aún favorablemente a una petición de 1.000 millones de dólares que se cree le ha formulado Marruecos para hacer frente a las deudas y gastos más urgentes del Estado.

Mohamed Abdelaziz, presidente de la RASD, ha declarado que hasta ahora al Polisario nunca le ha faltado la ayuda financiera libia. Peor aún, Musaieb el Buhali, el comandante polisario capturado por Marruecos en el último ataque contra la región de Zag, junto con 12 flamantes vehículos BMP que tenían menos de 200 kilómetros en sus cuentakilómetros, ha declarado a los interrogadores marroquíes que estos carros les habían sido entregados por Libia.

Sin embargo, Arabia Saudí, que había suspendido determinadas subvenciones financieras a Marruecos desde hace más de un año, se muestra dispuesta a donarle dos millones de toneladas de petróleo, casi la mitad de las necesidades energéticas del reino. Ello no será suficiente para sacar a Marruecos de sus graves problemas económicos y financieros, cuya cresta máxima está aún por llegar, en 1985 y 1986, cuando deberá comenzar a pagar anualmente 2.500 millones de dólares en concepto de intereses y amortización del principal de su deuda exterior pública y privada.

En definitiva, y en el presente, toda medida económica se traduce en nuevos impuestos y aumento de precios que se traga una maquinaria administrativa hiperdimensionada y glotona, que, como en los tiempos faraónicos, consume no sólo el gasto público, sino la mismísima vitalidad del país.

Este año, cuarto consecutivo de sequía, Marruecos deberá importar masivamente cereales para cubrir sus necesidades, que la agricultura marroquí sólo satisface hoy en un 30%, mientras que en 1956, cuando la independencia, las cubría en casi un ciento por ciento. Culpable de esa situación, según la oposición, es la política agraria seguida, orientada a la exportación y los cultivos especulativos. La ampliación de la CEE coloca ahora a Marruecos frente a un dramático dilema de reconversión.

Necesidad de cambiosLa oposición, pero no sólo ella, sino otros sectores de la burguesía nacional modernista, como el partido de los independientes de Ahmed Osman, e incluso la Unión Constitucional de Maati Buabid, entienden que ha llegado el momento de una gran reflexión nacional que preludie grandes cambios de orientación, que para los socialistas deben ser cambios de estructuras.

La admisión de la RASD en la OUA puede ofrecer, paradójicamente, una nueva oportunidad de lograr la paz social interna que la amenaza exterior exige sin que el régimen tenga que pagar el precio que la oposición o la burguesía modernista reclaman.

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