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El suceso que inspiró a Jean Genet para escribir 'Las criadas'

La cordera rabiosa

En esa síntesis de la cultura europea que es la francesa, y en el rincón de las obsesiones, semiocultos, asoman los rostros de dos muchachas de aspecto melancólico, sumiso e inofensivo, dos criadas que súbitamente, con matemática simultaneidad no precedida de acuerdo, con insoportable falta de odio, aparentemente sólo porque sí, atacaron con frío furor a sus amas, les arrancaron los ojos, las descuartizaron y, todavía salpicadas por su sangre, se desnudaron y fundieron en un abrazo.Esta imagen proviene del período de entreguerras, de poco después y de poco antes de que el mundo que rodeaba a estas dos mujeres engendrara matanzas inabarcables, y creció en el terreno abonado de la estética de la provocación del movimiento superrealista fundacional. Sólo que esta pesadilla de la realidad no era el producto de ninguna fiebre intelectual, el sueño de un aficionado a maldito, sino un oscuro caso extraído de la crónica negra de la vida provinciana francesa, y, no obstante, su sórdida evidencia iba más allá de los límites de la imaginación subversiva, de toda estética elaborada de la sublevación.

Los editores de la revista amarilla Detective, una de las publicaciones de la época que más se ocuparon del caso de las hermanas Papin, estaban lejos de imaginar que uno de sus escandalosos titulares -Las corderas rabiosas- iba a proporcionar al movimiento superrealista una de sus armas transgresoras favoritas: la imagen de una cordera iracunda, visualmente tan inquietante como la de un niño que escupe sobre el retrato de su madre o la de otras cristalizaciones del delirio de la insolencia ideado por los doctrinarios del superrealismo.

Los superrealistas consideraron heroínas a las hermanas Papin, y llegaron a levantar en su honor altares civiles. André Breton y Louis Aragon fueron los primeros que buscaron algo, impreciso como los síntomas de un malestar, en el suceso, pero no los últimos: André Gide, Jacques Lacan, Lucien Goldinan, Georges Bataille, Simone de Beauvoir, junto con otros muchos escritores, sociólogos, juristas y científicos, escarbaron en la espeluznante inexpresividad de este crimen trás de algún rasgo identificador de la perversidad de su tiempo. Y lo encontraron.

Jean-Paul Sartre descubrió con su mirada oblicua una confirmación maloliente de su idea del otro como infierno, como mal. Sobre el Albert Camus de El malentendido, El extranjero y La caída, la condición incausal de este impremeditado, salvaje y, por salvaje, ritual acto de libertad, gravita como el magnetismo de una araña. El cineasta Nikos Papatakis lo reconstruyó en su filme Les Abysses. Pasolini se sirvió indirectamente del caso para apoyar su idea de que el Tercer Mundo es sólo una pesadilla engendrada en el sueño apacible del primer mundo.

Algunos sociólogos indagaron en los entresijos del suceso en busca de la explicación de algunos pozos negros de las sublevaciones violentas en el interior de las sociedades burguesas tradicionales. Otros creyeron encontrar allí la imagen de la dualidad colono-colonizado. Los movimientos feministas vieron un ejemplo extremo de opresión específica de la mujer. La psiquiatría extrajo elementos para hacer nítidos algunos confines difusos del concepto de paranoia. De nuevo los superrealistas hilaron con las hermanas Papin su concepción de la histeria como enfermedad sagrada, como estado agudo de la intercomunicación humana. Los teóricos de la psicología forense se vieron, tras la vista del proceso Papin, obligados por su malestar a revisar los conceptos procesales de móvil, factor desencadenante y nexo causal. Las ambiciones metafísicas del psicoanálisis fueron perturbadas por la intromisión de la idea de que es posible la existencia de una sola personalidad en la conjunción de dos seres humanos, cada uno dentro de su impenetrable piel.

Ciencia, política, ética, sociología y estética entraron a saco en el lúgubre destino de estas dos hermanas y sus víctimas, y enriquecieron sus almacenes de miserias humanas a costa de ellas. Si el arte y la ciencia se alimentaron impúdicamente en alguna ocasión del dolor y el horror, fue en esta. Pero quien fijó de manera definitiva el mito fue el dramaturgo Jean Genet, en su bárbaro y genial rito dramático Las criadas. Y cuatro infortunadas mujeres levantaron su inexpresividad como signo de un tiempo que es todavía antesala del nuestro.

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