La sinfónica y el pianista Jeno Jando
Obras de Kodaly, Liszt y Beethoven. Orquesta Nacional de Hungría. Director: Zoltan Pesko. Pianista: Jeno Jando. Teatro Real. 2, 3 y 4 de noviembre.
Sin tratarse de una agrupación mítica, la Orquesta Nacional Húngara, que se ha presentado en el Real, es un instrumento valioso en el que todas las familias y secciones hacen gala de una alta y dúctil profesionalidad. Su sonido es muy bello, y, en el caso de las cuerdas, podríamos situarlo entre el de los vieneses y el de los praguenses: ni tan apolíneo como el de los primeros ni tan vibrante como el de los segundos.
Disciplinado, ágil, bien afinado y dueño de un excelente ritmo sinfónico, el conjunto sigue con prontitud las indicaciones del director, en este caso el también húngaro Zoltan Pesko (Budapest, 1937). Así, la versión de las Danzas de Galanta, de Zoltan Kodaly, brillaron en toda su naturalidad. El elemento folklórico, tratado al modo rapsódico en la forma y estilizado en lo armónico-instrumental, fue seleccionado por Kodaly con ánimo de calar en la autenticidad más que con el fin de lograr efectos rutilantes. Éstos quedaron patentes en la Danza húngara ofrecida como propina ante las muy entusiastas ovaciones del público. Las mereció también una versión de la Séptima sinfonía, de Beethoven, limpia, bien construida y contrastada, pero un tanto superficial, cosa que, a título personal, se agradece de cuando en cuando como tratamiento saludable contra la persistente acción de los patéticos. La ejecución resultó puntual siempre, y en ocasiones virtuosista de buena ley. En el movimiento final se sostuvo un tiempo vivo, pero escuchábamos muy netamente todas las notas.
Con la Totendanz (Danza de los muertos), de Liszt, se presentó el pianista Jeno Jando (Pecs, 1952), otro de los grandes intérpretes salidos de las aulas de Pal Kadosa. Jando posee impulso virtuosista, fuerza y una exactitud rítmica y mecánica idóneas para abordar esta suerte de variaciones sobre el Dies irae que, por cierto, sonaban justamente en el día de los difuntos. Como la colaboración de Pesko y la orquesta mantuvo análogas virtudes y se unificó totalmente -en fondo y forma- con cuanto hacía el solista, la versión puede calificarse de espléndida y, como tal, de infrecuente. Tanto que Jeno Jando hubo de ofrecer una propina después de saludar muchas veces.
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