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TRAS EL ASESINATO DEL CLÉRIGO POLACO

Popieluszko: "Todo acto de violencia demuestra la inferioridad moral de quien lo comete"

El 23 de junio de 1982, Juan Pablo II dirigió a la Señora de Jasna Gora la siguiente oración: "Te doy las gracias, madre, por todos los que permanecen fieles a su conciencia, que luchan con sus debilidades y dan fuerza a otros. Te doy las gracias por todos los que no se dejan vencer por el mal, sino que vencen al mal con el bien". El mal lo puede vencer solamente aquella persona que esté llena de bien, que se preocupe por su propio desarrollo y por consolidar en sí los valores que determinan la dignidad humana del Hijo de Dios.Difundir el bien y vencer el mal significa cuidar de la dignidad del Hijo de Dios y de la dignidad del hombre. La vida hay que viviría dignamente, ya que sólo se tiene una vida. Hoy día hay que hablar mucho de la dignidad del hombre para comprender que el hombre es superior a todo lo que puede existir en el mundo, salvo Dios mismo; el hombre es superior a la sabiduría de todo el mundo. Conservar la dignidad para propagar el bien y vencer al mal significa permanecer libre interiormente, incluso en las condiciones de una opresión externa. Como hijos de Dios, no podemos ser esclavos.

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Nuestra condición de hijos de Dios lleva en sí el legado de la libertad. La libertad fue dada al hombre como la dimensión de su magnitud. La libertad verdadera es el rasgo primordial de la condición del ser humano. Dios no solamente la ofreció a nosotros, sino también a nuestros hermanos. De ahí que haya que reclamarla donde esté injustamente limitada. Pero la libertad no es solamente un don del Señor, sino que es una tarea que tenemos que enfrentar durante toda nuestra vida. Roguemos a Cristo, nuestro Señor, para que podamos conservar la dignidad del Hijo de Dios durante todos los días del año.

En la vida hay que guiarse por la justicia. La justicia deriva de la verdad y del amor. Cuanto más verdad y amor haya en el hombre, tanta más justicia habrá en él. La justicia debe ir emparejada con el amor, ya que sin el amor uno no puede ser verdaderamente justo. Donde falta la justicia y el bien los sustituyen el odio y la violencia. Por eso se siente con tanto dolor la injusticia en los países en los que la forma de gobernar no se basa en la idea de servicio y en el amor, sino en la violencia y la opresión.

Se ateíza a nuestro pueblo

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Para el hombre cristiano es importante también darse cuenta de que la fuente de la justicia es Dios mismo. Difícilmente, pues, se puede hablar de la justicia allí donde no haya lugar para Dios y sus mandamientos, donde la palabra Dios está eliminada administrativamente de la vida del pueblo. Hay que darse cuenta de las incorrecciones y de la injusticia que se comete contra nuestro pueblo, en su gran mayoría cristiano, cuando se le ateíza con métodos administrativos, sirviéndose del dinero producido también por los cristianos; cuando se destruye en las almas de niños y jóvenes aquellos valores cristianos que les venían enseñando desde la cuna sus padres, valores que pasaron vanas veces la prueba en nuestra historia milenaria.

Hacer justicia y clamar por ella es el deber de todos, sin excepción alguna, ya que, como dijo un pensador antiguo: "Malos son los tiempos en los que la justicia se llena la boca de agua". Roguemos por poder guiarnos en la vida cotidiana por la justicia.

Vencer al mal con el bien se traduce en seguir fiel a la verdad. La verdad es una propiedad muy frágil de nuestra mente. Dios mismo dotó al hombre del afán por la verdad. De ahí que haya en el hombre una tendencia natural a la verdad y una aversión a la mentira. La verdad, lo mismo que la justicia, está relacionada con el amor. Y el amor cuesta. El verdadero amor supone sacrificios. Por consiguiente, también ha de costar la verdad. La verdad siempre une y consolida a los hombres. La magnitud de la verdad atemoriza y desenmascara las mentiras de la gente de poca fe y temerosa. Desde hace siglos continúa ininterrumpidamente la lucha contra la verdad. La verdad es, sin embargo, inmortal, mientras que la mentira muere pronto. Por ello, según dijo el fallecido cardenal Wyszynski, "los hombres que dicen la verdad no tienen que ser muchos. Cristo eligió a unos pocos para que predicaran la verdad". Sólo las palabras mentirosas tienen que ser muchas. La mentira necesita muchos servidores que: la aprendan de acuerdo con el programa para el día de hoy y mañana. Y luego habrá nuevas lecciones de nuevas mentiras.

La mentira programada

Para dominar toda la técnica de la mentira programada se precisan muchos hombres. No se necesitan tantos para predicar la verdad. La gente los encontrará y vendrá de lejos a buscar las palabras de la verdad, ya que en los hombres hay un deseo natural de la verdad. Debemos aprender a distinguir la mentira de la verdad.

Esto no es fácil en los tiempos en que vivimos. No es fácil en los tiempos en los que, según dijo un poeta contemporáneo, "nunca como ahora se azotó con tanta crueldad nuestras espaldas con el látigo de la mentira y la hipocresía". Esto no es fácil hoy, cuando la censura quita, sobre todo en las revistas católicas, palabras verdaderas e ideas atrevidas. Tachan Íacluso palabras del primado, del Papa. No es fácil cuando al católico no sólo se le prohíbe luchar con las ideas del adversario, sino que le impiden defender sus propias convicciones ni siquiera ante los ataques más difamatorios e injustos. No le es posible rectificar falsedades que otros pueden dífundir libremente y con impunidad. No es fácil cuando en los últimos decenios en la tierra patria fueron sembradas las semillas de la mentira y del ateísmo. El deber del hombre cristiano es permanecer del lado de la verdad por mucho que cueste, ya que por la verdad hay que pagar. Roguemos para que nuestra vida cotidiana esté llena de la verdad.

La virtud de la valentía

Para vencer al mal con el bien hay que preocuparse por la virtud de la valentía. La virtud de la valentía se resume en la victoria sobre la debilidad humaná, ante todo sobre el miedo y el temor. El hombre cristiano debe tener presente que sólo hay que temer la traición a Cristo a cambio de unas pocas monedas de plata de tranquilidad estéril. Para el hombre cristiano no puede ser suficiente sólo condenar el mal, la cobardía, la mentira, la opresión, el odio y la violencia, sino que él mismo debe ser testigo y portavoz y el defensor de la justicia, del bien, de la justicia, de la verdad, de la libertad y del amor. Estos valores los tienen que reclamar tanto para él mismo como para los demás. Sólo un hombre valiente -decía el Papa- puede ser realmente ponderado y justo. "¡Ay de la sociedad", clamaba el primado del milenio, cardenal Wyszynski, "cuyos ciudadanos se convierten en simples esclavos!".

Si el ciudadano renuncia a la virtud de la valentía se convierte en un esclavo y se infiere a sí mismo el mal más grande, a su personalidad humana, a su familia, a su grupo profesional, al pueblo, al Estado y a la Iglesia, al pasar a ser fácilmente prisionero del miedo y del temor esclavista. Sí las autoridades mandan a ciudadanos atemorizados, rebajan su prestigio, empobrecen la vida de la nación, la vida cultural y los valores de la vida profesional. La preocupación por la valentía debería, pues, estar de acuerdo tanto con los intereses de las autoridades como de los ciudadanos. Roguemos, pues, al Señor con la cruz a cuestas para que en nuestra vida cotidiana demostremos el valor en la lucha por los valores verdaderamente cristianos.

Vencer el mal con el bien

Hay que vencer al mal con el bien para conservar la dignidad del ser humano. No se puede luchar recurriendo a la violencia. El Papa, en la época de la ley marcial, en su oración a la Señora de Jasna Gora, dijo que "el pueblo no se puede desarrollar correctamente cuando se ve privado de los derechos que determinan su pleno protagonismo". El Estado no puede ser fuerte gracias a la fuerza proveniente de la violencia. Quien no pudo vencer con el corazón y con el cerebro se esfuerza por vencer recurriendo a la violencia.

Todo acto de violencia demuestra la inferioridad moral de quien lo comete. Las luchas más espléndidas y las más duraderas que conoce la humanidad y la historia son las luchas de las ideas humanas, mientras que las más míserables y cortas son las luchas violentas. La idea que necesita armas para seguir imponiéndose también muere. Está deformada la idea que sigue imponiéndose sólo gracias a la violencia. La idea con fuerza vital conquista a los hombres; detrás de ella vienen millones. Solidaridad pudo asombrar al mundo en tan poco tiempo porque no luchó recurriendo a la violencia, sino de rodillas, con el rosario en la mano. Ante los altares improvisados reclamaba la dignidad del trabajo humano, la dignidad del hombre y el respeto al mismo. Lo reclamaba con más decisión que el pan de cada día. En el último año de su vida, el cardenal Wyszynski dijo que "el mundo trabajador, en el curso de los últimos decenios, sufrió muchas desilusiones y limitaciones".

Los trabajadores y toda la sociedad sufren en Polonia porque no se respetan los derechos básicos de la persona humana, está limitada la libertad de pensamiento, la filosofía, la educación de la joven generación. Todo esto estaba aplacado. En el ámbito del trabajo se creó un modelo particular de personas obligadas al silencio y a un trabajo eficiente. Cuando esta opresión martirizó suficíentemente a todos se produjo un movimiento hacia la libertad. Fue creada Solidaridad, que demostró que para llevar a cabo una reconstrucción de la sociedad y de la economía no hay en absoluto que apartarse de Dios. Roguemos para que estemos libre del miedo, del temor y, sobre todo, del ansia de la venganza y de la violencia.

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