La increíble aventura magrebí de un pacífico empleado de banca con gafas de intelectual
¿No querías aventura? Pues habrás quedado consolado". Roser Soler pone un punto de leve reproche al cerrar con ese desplante el relato que su marido, Benjamín Mancebo Alcalde, acaba de hacer de la pesadilla recién vivida. Durante 25 días permaneció detenido en algún lugar de Argelia en la siniestra situación de desaparecido, de oficialmente inexistente, por el único motivo de llevar encima una carta, considerada como políticamente sospechosa por un funcionario que le registró en la frontera de Argelia.
El relato de Benjamín se diría inventado por Alfred Hitchock, especialista en historias extraordinarias vividas por gente común, pero que registra escenas, incluido el alucinante paseo por un laberinto de espejos, que más bien parecen salidas de la mente de Orson Welles.Nacido hace 36 años en Velilla del Río Carrión, provincia de Palencia, pero afincado desde hace 15 en Bilbao, donde trabaja como empleado de una caja de ahorros, Benjamín es, durante 11 meses al año, lo que parece: un oficinista con gafas. Pero durante el mes duodécimo, el de vacaciones, se transforma. Dado a conocer el mundo en general, y a divisarlo desde lejanas cumbres en particular, este autodidacta con aire de Woody Allen toma su mochila y corre en busca de aventuras. Así, en autoestop, en autobús o a puro pinrel, el oficinista en vacaciones ha escalado difíciles cimas en Nepal, ha aprendido a pronunciar algunas palabras en afgano, conoce los secretos de la cocina iraní, y conserva amigos en Turquía, Pakistán, Grecia, Marruecos.
En Marruecos y Argelia estuvo el año pasado con su mujer. Hicieron amistad con una gente de Ain Sefra, en el interior de Argelia, y decidieron volver las vacaciones siguientes. A última hora, ella, Roser, socióloga, no pudo ir. Así, el 16 de septiembre, solo, partió Benjamín con su mochila.
Benjamín Mancebo permanecería 25 días detenido, 12 de ellos -ese número está inscrito en su destino- en un recinto militar, por ignorar lo que llevaba en la mochila.
Ante la falta de noticias, y conociendo las costumbres de su marido, que escribía regularmente a casa, Roser comenzó a inquietarse hacia el 8 o 10 de octubre. Su última carta, desde Marraquech, estaba fechada el 20 de septiembre, y en ella le anunciaba su intención de cruzar la frontera con Argelia una semana después.
La realidad era que Benjamín estaba detenido en Argelia. En un registro rutinario en la frontera, un funcionario de dicho país consideró sospechosa la presencia en la mochila del viajero de una postal y una carta dirigidas a sendos ciudadanos de origen palestino refugiados en el país, así como de dos casetes cuidadosamente empaquetados. Uno de ellos contenía canciones de Simón y Gardfunkel, y la otra, canciones del grupo vasco Oskorri. Según Benjamín, sus sagaces interrogadores escucharon cientos de veces ambas cintas al acecho de algún mensaje cifrado.
Pero el problema estaba en la carta. "Me la dio", recuerda ahora Benjamín, "un amigo del barrio, Juan, un chaval al que conocí cuando empezarnos a movernos para crear en Bilbao un club de viajeros."
Benjamín sólo ha conocido el contenido de la carta a su regreso. Juan le pidió que la pusiera en el correo en Argel, junto con las cintas y la postal, para ahorrarse el franqueo internacional. La carta estaba redactada en francés, pero el remitente conservaba una copia en español. "Es", según Benjamín, "una carta escrita en un tono algo radical, con comentarios sobre la situación política en el País Vasco, lo malísima que es la socialdemocracia internacional y cosas por el estilo, pero nada que no aparezca todos los días en la sección de cartas al director de cualquier diario europeo un poco liberal".
Un compló internacional
Al funcionario argelino le pareció haber descubierto poco menos que un compló internacional. "Cuando vi que me interrogaban sobre mis ideas políticas, sobre la situación vasca, que si conocía a gente de ETA y tal, me di cuenta de que todo venía por la carta de marras, y pedí que avisasen a la Embajada española. Pero eso les extrañaba, se reían, 'que le importas tú al señor embajador', me decían". Por espacio de tres días Benjamín permaneció en una celda, "en la que se daba la mayor densidad de cucarachas por centímetro cuadrado del mundo", sometido a unos interrogatorios "bastante absurdos, con preguntas como que cuántos hermanos tenía y dónde trabajaba cada uno de ellos".
El cuarto día, por vía aérea, fue trasladado a la capital, Argel. "Allí me tuvieron bastante tiempo esperando en un despacho, que, deduje, pertenecía a algún servicio de control de extranjeros, porque había en la pared un cuadro con los nombres, direcciones y teléfonos de todos los corresponsales de Prensa extranjera acreditados en la capital".
En Argel siguieron los interrogatorios, en los mismos términos y con similar parsimonia. "Hasta que, cuando ya llevaba 13 días de detención, me sacan de la celda. Tres tipos con un aspecto, en fin, de gánster de película, con gafas negras y tal, me ponen una capucha y me obligan a tumbarme en el asiento posterior de un coche. Un viaje largo, hora y media o así. El coche entra en un recinto, se abre una puerta, luego otra, y me quitan la capucha. Con los tres tipos detrás, me encuentro en un lugar alucinante, un pasillo, o mejor dicho, una especie de laberinto, con espejos en las paredes y en el techo. No espejos grandes, sino unas placas como de 10 centímetros de anchura, que reproducen miles de veces la imagen de la extraña comitiva que formábamos los cuatro. Al fondo del pasillo se abre una puerta y alguien vestido de militar me dice, en francés: 'Tranquilo, estás entre camaradas'".
Durante 12 días más Benjamín permaneció en su nueva prisión, probablemente un cuartel. "Me interrogaba un señor elegante, vestido de paisano, con aspecto de ejecutivo. Las mismas preguntas de siempre. Me dieron algunos libros para leer, relatos de aventuras, y la comida, como el trato en general, mejoró bastante. Menos mal, porque durante los días anteriores, sobre todo los cuatro primeros tras la detención, sólo me dieron para comer una especie de puré, y eso porque lo pagó de su bolsillo un carcelero que se apiadó de mí".
La impresión de Benjamín es que la detención en el cuartel se prolongó tantos días porque las autoridades argelinas estaban seguramente investigando simultáneamente al palestino destinatario de la carta. De los interrogatorios de esos últimos días recuerda Benjamín dos detalles que le parecieron significativos: que, con aire acusador, le dijeran que tenía que ser un intelectual "porque usaba gafas", y que a partir de un momento dado añadieran a las habituales preguntas la de si conocía a algún diplomático de la Embajada española en Rabat.
"Yo respondí que era un ciudadano de un país democrático y que pagaba regularmente mis impuestos, por lo que consideraba normal que el embajador, o quien fuera, se interesase por mí. Fue entonces cuando a las anteriores añadieron la acusación, en tono de suave reproche, de que era un intelectual'.
Así estaban las cosas cuando, tras una serie de maniobras de despiste, y sin mayores explicaciones, un coche trasladó a Benjamín al aeropuerto de Argel, donde le hicieron tomar un vuelo con destino a Madrid. Mañana volverá a su oficina de la caja de ahorros y tornará a ser, durante 11 meses, un Woody Allen cualquiera.
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