Ese gran presentador
Nuestra vida cultural sigue funcionando casi en exclusiva por lo que tiene de espectáculo y de fuegos de artificio. Lo que debería ser un hecho normal, la visita continuada a la capital del Reino -y no sólo a ella- de grandes compositores e intérpretes, se ha convertido en un acontecimiento extracultural por dos razones muy simples: la carencia de esos grandes nombres en nuestra cotidianeidad y las especiales circunstancias extramusicales que rodean la figura de este músico americano.No voy a ser yo quien rebaje ni un ápice los enormes méritos de Bernstein, ni en su característica de compositor ni como director e intérprete. Es un hombre con unas dotes naturales para hacer música como encontraremos muy pocos. Ahora bien, reconociendo todos esos valores y toda esa fuerza de comunicación que caracteriza su figura, su música, personalmente, y dicho esto con todos los respetos, no me interesa. Fundamento esta idea al ver en su obra una falta de rigor creativo, un aire de frivolidad y supeficiafidad que me presentan una música que está a la moda de nuestro tiempo, pero que no es de él, haciendo bien claramente la distinción que el castellano me permite hacer entre el concepto del ser y del estar. La música de Bernstein, como antes lo fuera la de su antecesor Gershwin, encuentra su mayor aceptación públíca justamente en las características por las que a mí no me interesa. Berristeirí podría ser el mejor modelo de esa tendencia tan característica de la vida americana de unir la divulgación de la cultura con su vulgarización y estos dos conceptos yo no los puedo unir y confundir, ni aplicados a la cultura ni a ninguna otra actividad humana cualquiera.
Quiero dejar bien claro, primero, mi admiración por su capacidad de hacer música; segundo, mi respeto por su personal forma de entender la creación, y, tercero, mi reconocimiento de unos valores mínimos, que de no ser tan altamente positivos, no me tendrían aquí escribiendo sobre él. Una vez sentadas estas premisas se me permitirá analizar el fenómeno social que ha despertado su visita y para ello sólo voy a detenerme, breve y simplemente, ante el título de la reciente serie de televisión ofrecida en España hace pocos meses.
En efecto, esta serie se llamaba Bernstein-Beethoven y en ella se nos ofrecieron sus personales versiones de las nueve sinfonías de un pobre músico nacido en Bonn, que tuvo la desgracia de sólo ser compositor y que para mayor inri era sordo, bajito, malhumorado y no tenía agente publicitario en cadena alguna de televisión. Eso le llevó a ocupar el segundo puesto en el título de esa serie, porque, claro está, lo primordial era Bernstein, era lo que este gran músico americano nos iba a descubrir y a enseñar a tanto público ignorante. ¿Que sus versiones eran muy aceptables en grandes líneas ... ? ¿Que al lado de tiempos, fraseos y matices discutibles había otras cosas de una enorme calidad ... ? Eso nadie lo duda y yo no lo cuestiono siquiera. Pero esa imagen que nos da el título, eso es Bernstein: un gran showman, un gran businessman, una gran persona, un gran músico que transforma en Bernstein hasta al mismo Beethoven, convirtiendo su música en algo normal, en un objeto para uso doméstico. Si esto es positivo o no, no es éste el momento de discutirlo, pero a mí no me va.
En los últimos años han pasado por Madrid compositores que el gran público tardará generaciones en aceptar y en conocer. No venían precedidos ni por series de televisión ni por un montaje publicitario que hiciese interesarse a la reventa. Vinieron tan modestamente como se marcharon, pero su mensaje quedó profundamente grabado en aquellos que ven en el acontecer musical un acto eminentemente cultural y no simplemente un espectáculo de pasatiempo. Quisiera que cuando alguna de estas visitas se vaya a repetir también me llamasen para reflejar su semblante y poder hacer llegar ese mensaje cultural a la mayor cantidad de españoles posible.
Sea, pues, bienvenido Bernstein a Madrid; mi deseo sería que no fuese ésta la última vez que nos visite y que cuente esta ciudad como punto de actividad en sus largas giras, para empezar a quitar ese papanatismo provinciano que rodea nuestra vida cultural, y que el público madrileño goce con sus versiones, quizá discutibles, pero que tendrán enormes virtudes al lado de la inequívoca marca de la casa: made in Bernstein.
Babelia
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